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jueves, 28 de noviembre de 2024

Sombras, teatro y renacimiento

La jornada teatral de Camagüey posee el valor y la savia de los mejores tiempos de nuestra cultura cubana…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 19/01/2023
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Póster oficial del Festival de Teatro
Póster oficial del Festival de Teatro. (Tomado de AHS Nacional).

El teatro vuelve en año nuevo en la modalidad de las jornadas y de los festivales. Camagüey ha sido, por décadas, uno de los centros más selectos que reúne a los creadores, sirve de punto de partida a la crítica en su labor catalizadora y hace que los grupos alcancen notoriedad a partir del intercambio, de los premios, de las puestas en escena. En esa ciudad se han dado cita no solo los mejores, sino los más sagaces, los que quieren que la escena en Cuba sea un instrumento de pensar y de sentir, de progresar y dejar a un lado los dolores patrios. Porque el teatro es también la reivindicación de lo bello, de lo único, de aquello que nos hace cubanos y que posee una identidad artística. El actor y el dramaturgo son artífices de una fantasía muy realista y constructiva, muy propositiva y única. Más que una jornada, se impone que retomemos las sendas de las grandes creaciones, de los espectáculos que nos hacían vibrar y ser la conciencia crítica e intelectual de los tiempos. Porque el teatro a la vez que crea un universo, transforma la realidad más inmediata, funciona como una especie de descanso enriquecedor del que se vuelve siendo otro.

En tal sentido, hay una savia prometeica en Camagüey, porque  el fuego de la creación nos purifica y libera; pero también vemos allí el rastro de Orfeo. Ver teatro es como morir en la sombra de las luces que se apagan y que a la vez proyectan otra luz. Uno va yendo a otro mundo y se repleta con los conocimientos, vivencias, imaginerías de quien escribe, dirige y actúa. En esa porción arcana de la existencia, la pieza nos ha enceguecido bajo la máxima perpetua de buscarnos a nosotros mismos para conocernos. No en balde es este un tiempo helénico, que retorna a los orígenes del teatro mismo y que a través de otros códigos nos recuerda lo maravillosos que somos los seres humanos cuando hacemos arte o cualquier otra manifestación del espíritu. Camagüey expresa no solo la oportunidad en el año, sino el espacio metafísico para compartir, hacernos a nosotros mismos, variar los tiempos y sus durezas desde la belleza y la reflexión.  El teatro posee una belleza plástica y una profundidad profética, es un ente en sí mismo que hace posibles las mil y una intenciones de la sociedad, que expresa no solo el asombro, sino la indignación de los que en el mundo quieren utopías, pan, ideales, concreciones. En tal sentido, se han mantenido las esencias a pesar de que el tiempo impone otras correcciones y códigos, otras mañas en cuanto a la escritura, otras luces y sombras que hacen que el viaje al mundo del averno no sea del todo exacto al de otras etapas. Orfeo también se actualiza.

 

En cuanto a la crítica, se sabe que sus espacios han quedado reducidos a sitios especializados con la crisis del papel. Pero que además, los sucesos teatrales son necesarios para que este género tenga la savia suficiente pueda respirar. Por ello la jornada en Camagüey es salvadora, porque rescata y da luz, porque vivifica y nos otorga una oportunidad para soñar. La pandemia acalló estas iluminaciones, cuesta ahora echarlas a andar, darles el presupuesto monetario y simbólico, la fuerza creadora, el empuje mágico. Por ello, hacer una jornada de teatro nos coloca ante el sino de si somos o no garantes de la cultura y de la patria, de si merecemos o no la condición de críticos, de periodistas que escriben sobre cultura y que la sopesan, la lleva a su expresión más acabada, la diseccionan. Evaluar el teatro es también hacerlo, llevarlo a su sitio de relevancia, reconocer a quienes lo perpetúan. Eso es lo justo y lo bello, lo que nos interesa a fin de cuentas más allá de las vanidades siempre tan humanas, pero generalmente tan mezquinas y poco aportadoras a la historia.

 

La crítica no solo solidifica lo que es importante, sino que hace crecer las obras menores, las redirecciona y las trabaja desde el desmonte y el análisis. Y para eso también se hace un festival de teatro, para ver las falencias, las fallas y los agujeros negros de los creadores. Pudiera pensarse que en la Cuba de hoy, esa que padece de inflación, es costoso y quizás baladí este tipo de acciones, pero el descanso creativo, el goce estético, también conforman una dimensión interesante del trabajo y de la materialidad de la nación, de las cosas que nosotros debemos preservar para que todo mejore y funcione. A fin de cuentas de eso se trata, de que la obra prevalezca contra el silencio, de que las sombras sean las del viaje de Orfeo y no las de la muerte sin redención ni regreso. Porque crear no solo es morir uno mismo y vivir en el arte, sino esa resurrección milagrosa en la cual volvemos a andar ante el llamado misterioso del público que nos reclama con un aplauso.

 

Una jornada en Camagüey bien vale la misa de las espiritualidades y de la nación misma. Ojalá y esta paráfrasis sirva para amplificar el deseo y las voluntades milagrosas, la belleza de amar, el apego porque somos cubanos, patriotas, revolucionarios en todo sentido.

 

El teatro es un duende en sí mismo, una imaginería, el ser social de una porción inmensa del universo. No se le puede constreñir en los barrotes de lo correcto, sino que saltará por encima de convencionalismos. Por ello la obra prevalece sobre la mentira, la mediocridad y el silencio.

 

Una jornada, ya sea en Camagüey o en cualquier parte, nos trae de vuelta la maravilla, nos regresa a la autenticidad de la vida.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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