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viernes, 4 de octubre de 2024

¿Transhumanismo y felicidad sintética? no gracias

La base del transhumanismo es la ingeniería social, o sea aquellas operaciones que barajan sociológicamente a las masas, haciendo que sigan una determinada voluntad...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 01/07/2020
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Transhumanismo
El transhumanismo hoy no es una opción, sino una imposición (Foto: periodismodigital.com)

Aldous Huxley tenía un hermano malo, algo así como una metáfora carnal de los célebres Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Para un país como la Inglaterra de inicios del siglo XX no parecía haber límites, el Imperio se extendió a lo largo del globo, llevando una manera propia de entender no solo la política, sino cualquier atisbo de cultura. Si un siglo después, Vargas Llosa hablaría del México priista como “la dictadura perfecta”, las tierras dominadas por la élite londinense se hallaban sumidas en el más engranado de los relojes de la opresión, aculturizándose bajo una lógica imperial y racista.

En aquel círculo, Londres fungía como el cerebro de un proyecto humano excluyente, cuyos pensadores militaban en torno a la corte y a los avances de la ciencia experimental. Mientras en la cabeza de Aldous bullían las ideas de su famoso libro Un mundo feliz, su hermano Julian formaba parte de aquellos que investigaban cómo alargarle un poco más, quizás para siempre, la vida al que ya se adivinaba, paradójicamente, como un agónico Imperio Británico.

En la cima de su expansión y con un modelo de capitalismo parasitario, Inglaterra cedía en su puesto como taller del mundo ante el empuje de otras regiones, solo le iba quedando un pilar que sería la base de su proyecto político para el siglo XX: la bolsa de Londres. El capital financiero, el que se dedica a la especulación de activos, engordado con el robo de riquezas de las colonias a través de las expediciones de la Royal Navy, pudo conservar mediante el trabajo cultural un poderío que aún se le reconoce a la pérfida Albión. Y es que, el Imperio es una noción que sobrevive a la cuestión nacionalista británica, resultando, según plantea Daniel Estulin en su libro La trastienda de Trump, el verdadero centro de las decisiones globales en torno al sistema vigente.

Volviendo a Julian, el hermano malo de Aldous, vemos los orígenes de una rama de la sociología llamada transhumanismo, cuyos pilares solo eran accesibles a determinados niveles de la élite, pero que constituían la piedra de toque de la nueva hegemonía. La palabra transhumar aparece por vez primera en La divina comedia de Dante Alighieri y se refiere a la transformación de las almas al ir de un sitio a otro del más allá (por ejemplo, del Purgatorio al Paraíso), lo cual implica que el ser humano alcanza, mediante determinados procesos, la perfección.

Julian, a un nivel seudocientífico y basado en las tesis de la selectividad natural esbozadas por Charles Darwin, va a ser el primero en aplicar el viejo concepto literario del renacimiento a la vida cultural y política, planteándole al hombre moderno la posibilidad de ser su propia creación, alejado de defectos, enfermedades, vicios, e, incluso, alcanzando la inmortalidad.

Para la élite, claro, no se trataba de un proyecto democrático, sino simplemente del alargamiento de unos privilegios que exigirían más sacrificio de los que se consideraban “seres inferiores”, o sea aquellas colonias allende los mares. No olvidar que, en el ambiente lúgubre del Londres de Jack el Destripador se fraguaron los planes de aculturizar a la India y tornarla un país angloparlante, cuya monarquía formara parte de la corona a manera de propiedad privada directa. Un proceso que se dio luego de la más grande rebelión de los nativos hindúes, que colocó en crisis el dominio.

Para gente como Aldous, o el propio Darwin, era necesaria una hegemonía que alternara con las cañoneras, para lo cual se concibió el modelo de “hombre nuevo inglés” o gentleman, al que la mayoría no podría acceder, y que encarnaría todas las supuestas virtudes. Darwin, miembro de honor de la Real Academia, a pesar de que se le tildara de ateísta, y Julian, eran los ingredientes de un darwinismo social que hoy es la base de la ideología neoliberal imperante en los pasillos del capital especulativo.

El proyecto transhumanista de Julian se entiende cuando leemos Un mundo feliz, el libro de su hermano, donde se refleja un futuro distópico, en el que la gente vive feliz gracias a dos cosas: está penado por la ley ser triste y además se consume una droga alucinógena que inhibe la depresión y exalta a la gente. Por ahí iban, desde siglos atrás, los planes de la élite que controlaba de forma extractiva todo el cultivo mundial y el comercio del opio, desde los mares de China hasta América.

LAS GUERRAS DEL OPIO Y EL IMPERIO DROGADICTO

La base del transhumanismo es la ingeniería social, o sea aquellas operaciones que barajan sociológicamente a las masas, haciendo que sigan una determinada voluntad más allá de cualquier interés espontáneo o ajeno. La idea proviene de dos pensadores de la época moderna, por un lado Nietzsche y el irracionalismo del superhombre, un proyecto que planteaba que absolutamente todo era modificable mediante la voluntad (la escuela estructuralista y los posmodernos lo llamarán “deconstruir”); por otro está Augusto Comte y el positivismo, considerado padre de la sociología y de ese tipo de manejos, cuyo propósito se sitúa en los planes de las élites.

Una de las ingenierías sociales modernas que ha tenido mayor vigencia y que cimentó el mundo del presente fueron las Guerras del Opio, realizadas contra China imperial y su cultura por parte de Inglaterra, con el fin de penetrar la masa del continente asiático con proyectos a largo plazo, tanto de hegemonía como de dominación. Se trató de una ingeniería que impuso el uso casi obligatorio del opio en el país oriental, para así fomentar su cultivo y extracción a gran escala hacia el mercado, lo cual generaba inmensos activos en la Bolsa de Londres y ayudaban a la estabilidad de una Inglaterra que se iba volviendo, poco a poco, puro movimiento de capitales, al desindustrializarse y perder terreno ante el empuje, por ejemplo, de Alemania.

La droga fue en verdad el real combustible del Imperio financiero que aún existe entre Nueva York y Londres y que forma el tándem del orden mundial establecido. Una economía que depende, por un lado, de la constante ingeniería con unas masas adictas y amaestradas y, por otro, de la venta al por mayor de las supuestas “bondades” del consumo (de ahí proviene la leyenda medicinal de la mayoría de los estupefacientes).

Lo cierto es que el sólido Imperio Chino, cerrado al mundo y de tradiciones sobrias, se relajó ante el opio y su productividad, siendo ello, según apuntan muchos estudiosos, la base no solo de la colonización británica de Asia, sino de la muerte de la monarquía imperial china ya en los tempranos años del siglo XX.

La gente adormecida llenó los terrenos del resto del Imperio Británico, desde Afganistán hasta Egipto, siendo ello parte de un proyecto transhumanista que sostenía como falacia lo siguiente: los dominados son gente débil, adicta, sobornable, solo Inglaterra es fuerte y con liderazgo. Bulo que, aún hoy, increíblemente funciona cuando analizamos la noción de Imperio que reina sobre el resto del globo mediante el dogma de los activos del dinero.

También fue Alodus, conocedor cercano de la élite y de Julian el Malo, quien escribió el volumen Las puertas de la percepción, sobre el consumo de drogas y su relación con un nuevo tipo de humano, el transhumano, que perseguiría un ideal oculto hasta entonces. La ingeniería social de las Guerras del Opio, exportada al resto del planeta, sería la base del mismo proyecto de la contracultura y la posmodernidad de los años 60 del siglo XX, en los cuales, según plantea Daniel Estulin en su libro La verdadera historia del Club Bilderberg, los servicios de inteligencia occidentales, bajo la orden del Imperio, controlaron y engendraron todo lo referente a una falsa rebeldía juvenil, usada como fango arrojadizo contra países, proyectos y gobiernos que “no se abrieran” al globalismo financiero de Londres-Nueva York. Así lo hicieron contra el presidente De Gaulle, hacia el que teledirigieron el Mayo Francés, por la tremenda amenaza que representaba una nación gala con una política propia y despegada del dogma anglosajón.

WALT DISNEY, EL PRIMER TRANSHUMANO VUELVE DEL MÁS ALLÁ

Acota Estulin que el proyecto de la ultraderecha capitalista es contrario a los viejos intereses del sistema, codificados en el Estado Nación como proyecto político, y que lo que se pretende es el dominio del Imperio desde centros civilizatorios inaccesibles al resto del mundo que, mediante la ingeniería social, se mantendrá bajo el hegemonismo. Se vuelve a la lógica de las ciudades Estado desarrolladas, cuyos ciudadanos, favorecidos por una ciencia que emula la inmortalidad, detentarán todo el poder posible, haciéndole casi nulo, al hombre oprimido, cualquier tipo de resistencia.

En Un mundo feliz, existe algo similar, mediante la férrea división en estamentos que no son intercambiables entre sí y entre los cuales está prohibido el sexo o la simple amistad. Barbarie a un lado y civilización al otro, sin que exista la mínima posibilidad de un nexo. Para este plan se necesita que la ingeniería social pase a otro plano, al del transhumano, ser que renuncia al humano, tanto como figura física como ética y jurídica, y ello supone la muerte, a golpe de deconstrucción y voluntad, del hombre.

Ese futuro, donde no serán necesarios los puntos éticos que hoy mueven a la modernidad aún imperante, fue el que se concibió en la élite que paga hoy por costosos proyectos de inmortalidad, como el de Walt Disney, cuya cabeza se conserva congelada. Junto a ello ya se habla de clonación o de la generación de humanoides in vitro o de los llamados úteros de alquiler.

Los grupos más radicales plantean la “inutilidad del varón” y propagan la falacia posmoderna de una especie de castración masiva y selectiva de hombres. El transhumano, como concepto, también habrá vencido nociones como las de sexo y género, vistas por esta ingeniería social como simples construcciones culturales y no como datos biológicos no susceptibles de reducirse a ideología.

En un mundo de élites, se sabe, el derecho tradicional del humano sobra, es un obstáculo, el liberalismo viejo se torna inoperante y se imponen necesidades de una ingeniería mucho mayor, para sustituir la ley, la naturaleza, las tradiciones, los valores, la familia, las relaciones sociales y los modos de comportamiento.

El nuevo consumo no puede ser masivo ante la disfunción del capital financiero que lo precedió y que habría empobrecido al planeta llevándolo a la barbarie. Por ende, el transhumanismo justificaría y le daría validez a un nuevo orden no solo inhumano sino antihumanista. ¿Será un régimen ético?, esa pregunta ni siquiera se la hará nadie, ya que la ética no existirá y, de hecho, como parte del proceso deconstructivo, se dirá que nunca hubo tal cosa.

Lo que el Imperio hoy mueve como una agenda mundial tiene que ver con la unificación de políticas públicas, ya sea por voluntad, chantaje o por la fuerza (el coronavirus es un ejemplo fehaciente). Se busca el Estado global u orden financiero internacional con la dictadura de los préstamos bancarios y de las donaciones, además del trabajo social con las ingenierías mediante la oenegización de la política (las políticas dejan de ser nacionales, para depender de organizaciones no gubernamentales, ONG, que son funcionales al capital financiero y la propia agenda globalista).

Si ayer el Imperio mediante sus compañías de Indias creó el consumo masivo del opio, hoy existe una agenda prolegalización de las drogas, de la cual es abanderado todo el gran poder financiero, cuyos tanques pensantes, a la manera de la ONG Open Society de George Soros, socavan soberanías, identidades y resistencia humanas, de cara al transhumanismo. Pensadores de la inteligencia conceptual, como Daniel Estulin, plantean la necesidad de que el hombre moderno se practique él mismo una “operación taladro” para descolonizar su mente de los dogmas que con sutileza lo infectan.

Julian Huxley fue uno de los fundadores de las Naciones Unidas y del trabajo cultural que estas comenzaron a realizar, de acuerdo con la agenda globalista prooccidental surgida de la Carta del Atlántico, entre Inglaterra y Estados Unidos. El eje Londres-Nueva York, a juicio de Estulin en su libro La trastienda de Trump, llevará a la humanidad a esa nueva barbarie, entre la robótica, la droga, el adormecimiento, la muerte de identidades y el hallazgo de la inmortalidad para pocos. El transhumanismo hoy no es una opción —a nadie lo invitan a deconstruirse— sino una imposición. En la novela Un mundo feliz la gente no sabía ni por qué estaba feliz, de hecho, desconocían otro estado posible, la felicidad así se torna tan sintética como el transhumano y la robótica.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Se han publicado 1 comentarios


Sergio Mesa
 1/7/20 23:42

El proyecto de la transhumanización ha funcionado, no hay alternativa visible para las grandes masas que son atomizadas por los medios para cada día ser más inconexas de lo que se suponían cuando aún no lo eran. Urge salvar al ciudadano con alternativas culturales que muestren otros horizontes, grandes crisis acarrean grandes cambios, el tiempo y las frustraciones son camino expedito al fondo, luego de su mal sabor llegarán otras propuestas.

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