Era algo que se veía venir. La acumulación de trastadas del jefe de gobierno, y los sustos entre los dirigentes y los parlamentarios del Partido Conservador, celosos en aquello de cuidar la imagen pública de esa agrupación ante los muchos desvaríos de Boris Johnson, terminaron por establecer un clima que determinó la ruptora de pactos hace apenas unas horas.
Lamentándose de lo mucho que quedaba por hacer a su administración, de su enorme carga de responsabilidades aún en el tintero, y de la “dinámica de manada” que –dijo- caracteriza al Parlamento británico, debió Johnson finalmente tirar la toalla ante sus más recientes desatinos “capaces de abochornar a la Reina”, como las disolutas fiestas en medio del confinamiento por la Covid-19, y su complicidad y anuencia en el disuelto encumbramiento partidista y legislativo de Chris Pincher, aún cuando conocía de las imputaciones que pesaban en su contra por acoso sexual a dos hombres en un lugar público mientras estaba en estado de embriaguez.
Vale indicar, al decir de medios de prensa como la publicación Jacobin Magazine, que la salida de Boris Johnson no va a ser indicativo de un cambio de ruta significativo en la política oficial conservadora.
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El trastazo, por tanto, no parece obedecer precisamente a pugnas por decisiones, tendencias y criterios contrapuestos, o a ajustes y cambios de programa. Se trata esencialmente del desprestigio y las críticas que ha ido acumulando en su trayectoria Boris Johnson con una actuación reñida con las reglas tradicionales de conducta en los ocupantes del número 10 de Downing Street, o al menos con las apariencias que de alguna manera varios de esos personajes supieron guardar durante sus respectivos períodos al frente gobierno.
Lo cierto es que a la luz de esta pérdida de respeto y credibilidad, no menos de cincuenta funcionarios de la administración de Johnson ya habían hecho dejación de sus cargos, incluidos, entre los últimos casos de abandono, los ministros de Hacienda, Rishi Sunak, y de Salud, Sajid Javid.
Por su parte, el debutante Nadhim Zahawi, sustituto del renunciante Sunak, de inmediato instó a Johnson a renunciar a su cargo, y en redes sociales le escribió textualmente que “dejase su puesto con dignidad” puesto que “su posición no es sostenible y solo empeorará para usted, para el Partido Conservador y, sobre todo, para el país.”
Mientras, encuestas sobre la figura del jefe de gobierno indicaban, previo a su salida, un rechazo de casi setenta por ciento entre la ciudadanía, un argumento lo suficientemente poderoso como para impulsar a los conservadores a cortar por lo sano, con más razón cuando sus oponentes liberales no han presentado un frente combativo y ágil como para sacar lascas a estos acontecimientos.
Por ahora, la atención está centrada en el posible sustituto de Johnson, todos dentro del Partido Conservador, y entre los relevos con más probabilidades de éxito se listan al ministro de Defensa, Ben Wallace, con 13 por ciento de aprobación; la ministra de Comercio, Penny Mordaunt, con 12 por ciento; el excanciller de Hacienda Rishi Sunak, con diez por ciento; y la secretaria de Asuntos Exteriores, Liz Truss, con 8 por ciento.
Y en torno a las rutas políticas, al parecer –y vale reiterarlo- no habría mucho de significativo que esperar. Así, según el criterio del analista e historiador norteamericano David Broder, existen “muy pocos indicios de que esto vaya a producir un cambo de rumbo político en Gran Bretaña”, toda vez que “muchas de las dimisiones de los últimos días proceden de antiguos aliados del Primer Ministro, que sólo buscan posicionarse para la nueva contienda.”
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