Axioma ciento por ciento real, al menos entre los sectores norteamericanos de poder, sus aliados del Pacto Atlántico, y los terroristas de la red Al Qaeda: muerto el perro se acabó la rabia.
De manera que, presuntamente eliminado por intermedio de una operación comando esta-dounidense en mayo de 2011 el controvertido Osama Bin Laden, criatura de manufactura Made in USA que se tornó sumamente incómodo para Washington, el viejo romance entre extremistas islámicos y occidentales vuelve a florecer públicamente.
No podía ser de otra forma. Si Osama pecó de revoltoso, molesto por las presiones nortea-mericanas a los talibanes en los años 90 para un acuerdo con las restantes facciones afga-nas, lo que puso en entredicho sus planes de fundar un radical “emirato islámico” en aque-llos territorios de Asia Central, eliminado de la escena pública nada se interpone e un reno-vado entendimiento.
Al fin y al cabo las relaciones EEUU-Al Qaeda son viejas y entrañables, desde los esfuer-zos por sacar de Kabul a las autoridades de izquierda y el posterior enfrentamiento a las tropas soviéticas que llegaron en su apoyo a fines de 1979, hasta el empeño por lograr, en alianza con los talibanes, un clima interno estable para que la empresa gringa UNOCAL pudiese materializar su sueño de construir un extenso oleoducto a través de suelo afgano.
Ello, complementado con la presencia de Al Qaeda al lado de la OTAN en la secesión de Yugoslavia, y junto a los titulados rebeldes chechenos para desgajar esa zona de Rusia.
No obstante, los sucesos del 11 de septiembre de 2001 parecieron el gran cisma entre tan caros amigos. En realidad hay quien dice que fue el gran último servicio de Osama Bin Laden a Washington, en razón de que facilitó al ex beodo George W. Bush el pretexto para lanzarse sobre Afganistán e Iraq, acrecentar el intervencionismo imperial en Asia Central, y entregarse a la desestabilización facinerosa contra viejos blancos como Libia, Siria e Irán.
¿Y con esa historia qué de improbable tendría al reverdecimiento del “viejo amor” entre extremistas?
De hecho, Al Qaeda, según un analista cubano, “participó a manos llenas en la pretendida guerra de liberación contra el gobierno libio de Muamar el Kadaffi, que rompió los prime-ros fuegos el 17 de febrero de 2011 en Benghazi, en lo que fue bautizado por los titulados rebeldes como “el día de la cólera”.
“Abdulhakim Belhadj -prosigue la citada fuente- quien luchó junto a Osama Bin Laden en Afganistán, ha sido una de las figuras terroristas que encabezó la agresión contra Trípoli. De inmediato ingresó en territorio libio en un avión militar de Qatar, según el sitio web www.urgente24.com, y asumió el mando de los hombres de Al Qaeda en las montañas de Djebel Nefussa. Tomada Trípoli, sería el encargado por el titulado Consejo Nacional de Transición de organizar a las nuevas fuerzas armadas libias. Belhadj es además un antiguo emir del Grupo Islámico Combatiente Libio, que fue proscrito internacionalmente como una organización terrorista luego de los sucesos del 11 de septiembre de 2001”.
Al Qaeda se encargó además de la “limpieza” de contrarios en Libia. Se dice que sus hom-bres tenían como métodos preferentes la degollina de simpatizantes con las depuestas auto-ridades de Trípoli, vaciarles a cuchillo las cuencas de los ojos, y cercenar los pechos de las mujeres consideradas “impúdicas”
Por demás, la “colaboración” no se ha limitado a suelo libio. La publicación turca Milliyet reveló en fecha reciente que la OTAN ha trabajado con celeridad en preparar en Turquía y Líbano a los contingentes del llamado Ejército Sirio Libre, que cuenta con el respaldo adi-cional de la Hermandad Musulmana y del Consejo Nacional de Transición en Libia, plaga-do de figuras de Al Qaeda.
Es, al decir del estudioso Paul Watson, la confirmación de que en materia ética o de simples apariencias muy poco importa a los poderosos interesados en asumir el control de Asia Central y el Oriente Medio.
“Los mismos terroristas de Al-Qaeda que lucharon contra las tropas norteamericanas en Iraq y ayudaron a la OTAN a derrocar al coronel Kadaffi —precisó en ese sentido Wat-son— están siendo transportados por aire a Siria para ayudar a los rebeldes que intentan derrocar al presidente Bashar al-Assad. La autoridad gobernante de transición en Libia se ha comprometido a enviar armas y combatientes a Siria para ayudar a las fuerzas del deno-minado Ejército Sirio Libre en la lucha.”
En consecuencia, la realidad no ofrece equívocos. Ni los muertos del 11 de septiembre, ni los cientos de miles víctimas fatales en las guerras centroasiáticas o en Libia, ni los que están cayendo ahora mismo en Siria, son guarismos a tomar en cuenta por quienes buscan sus respectivos hegemonismos: el imperio, su preponderancia global. Los extremistas islá-micos, el absolutismo de sus aberraciones.
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