Los Estados Unidos están en elecciones presidenciales, al tiempo que designan también a un buen número de legisladores.
Sin embargo, en esta ocasión las expectativas no son las mismas que cuatro años atrás, cuando el demócrata Barack Obama, poco después primer mandatario de raza negra en la historia nacional, arremolinaba a sus seguidores bajo la bandera del titulado “cambio”.
De hecho casi nada se vio transformado después de su ascenso a la Casa Blanca. Algunas veces por la oposición de un Congreso con fuerte presencia republicana, y las más porque asumir ciertas promesas de campaña comportaban llegar demasiado lejos en las reglas de juego impuestas por el sistema.
Y es que -ya se ha dicho más de una vez- el ocupante de la Oficina Oval es solo una figura dentro del “orden establecido” a la que le está permitido usar ciertos cosméticos, pero nunca el bisturí.
Y Obama ha jugado su papel como parte del mecanismo vigente.
Así, habló de paz en Asia Central, y bajo su mando persisten la ocupación de Iraq y Afganistán, cayó el gobierno de Libia y se atenta directamente contra el de Siria, mientras se acelera contra Rusia el despliegue del amenazante sistema antimisiles estadounidense en suelo de Europa Occidental.
En el plano interno, su manera de enfrentar la crisis económica que propició la administración republicana de George W. Bush no fue más que la ejecución de los “remedios” ya esbozados por su predecesor, y que se traducen en dinero en abundancia traspasado desde las arcas públicas a las manos de los grandes monopolios, los sacrosantos “pilares del sistema” urgidos de rescate.
¿Y Mitt Romney es diferente? Por el contrario. El propio Obama en recientes declaraciones proyectaba a su retador como el más fiel sucesor del clan de los Bush, y no le falta razón.
Quien medianamente haya seguido la campaña electoral norteamericana reconoce en Romney a un exponente de los encumbrados y reaccionarios círculos económicos Made in USA, controvertido empresario el mismo, y con planes que apuntan a más rienda suelta y poder a favor de sus “hermanos de clase”.
Un hombre que, además, no dudó en calificar de “vagos” a los posibles votantes de Obama, de los cuales dijo que “viven gracias a las dádivas oficiales.”
Un candidato que en el último debate frente al actual presidente demostró estar despistado en materia de política exterior, y que no pasó de repetir la machacona y retórica promesa de defender a brazo partido la supremacía gringa a escala global como su más firme argumento en las relaciones con el resto del orbe.
Y es que, como bien aseguran no pocos analistas, los norteamericanos no tiene hoy ante si una boleta donde se enfrenten el mejor y el peor.
En todo caso se trata de poner la cruz aprobatoria al lado del que estimen menos malo…y esperar por lo que vendrá.
Arístides Lima Castillo
6/11/12 8:52
¿Y después qué? Pues Ná'. Todo seguirá tan igualito como hasta ahora. Votes o no votes, sea el candidato republicano o el demócrata el ganador (los demás mini partidos no cuentan), las esperanzas de cambios son muy pocas. Tal vez no se puede decidir de antemano quién será el que ocupe la presidencia (de todos modos, no hace falta), porque su política interna o externa, ya está decidida desde hace rato.
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