Elio Menéndez lleva más de cuatro décadas dedicadas al periodismo. De su imaginación han salido no pocas crónicas que forman parte de la historia del periodismo cubano y por delante de sus cansados, pero nunca vencidos ojos, han desfilado decenas de acontecimientos deportivos de primer nivel.
Hace poco, Menéndez—Premio Nacional de Periodismo José Martí, la máxima distinción que recibe un periodista en Cuba—añadió un nuevo galardón: el Premio Abelardo Raidi, que otorga cada año la Asociación Internacional de la Prensa Deportiva, en reconocimiento a la trayectoria y el aporte de periodistas y medios a esta especialidad. Para conocer más sobre la vida de Elio, Cubahora visitó en su hogar a este afable profesional.
¿Cómo fueron sus inicios en el periodismo deportivo?
En mi familia no hay tradición de deportista. Mi padre no tenía mucho dinero, y tuve que trabajar desde pequeño. Cuando eso yo vivía en Juanelo, llamado caserío de Luyanó. Estamos hablando del año 1937 o 1938. A principios de los 40, tuve la suerte de conocer a Bobby Salamanca. Nosotros trabajábamos en una panadería, Bobby repartía pan, y yo me encargaba de la limpieza del taller. A partir de ahí entablamos una muy buena amistad. Él era muy aficionado al deporte, y eso se fue acrecentando con los años. Íbamos juntos a ver películas de deportes. Nos gustaba la pelota y reuníamos centavos para asistir a los juegos. Así nació esa afición.
Luego me presenté en el Instituto del Vedado, en 1946, con la intención de examinar y aprobé; pero, entonces, mi padre no pudo pagar la matrícula, ni afrontar el costo de los libros. Con mucho dolor, mi padre, que era un hombre excepcional, me dijo que tenía que trabajar y me hice panadero. Así estuve hasta 1953, cuando me fui de la panadería. Dije que no podía pasarme toda la vida trabajando de noche.
Después fui varias cosas, desde vendedor ambulante hasta vendedor de pan y dulce. En 1958 me enrolé en el Vapor Florida, un barco que hacía la travesía de Miami a La Habana. Cuando se puso mala la cosa en el 58 y los turistas ya no venían a La Habana, el barco suprimió los viajes a Cuba y tomó la travesía Miami-Nassau.Un elevado número de cubanos trabajaban en el Florida y al suprimir el destino habanero, abandonaron sus plazas y se asentaron en Miami, ocasión que me propició ocupar una de esas plazas. Descontento, abandoné el barco y me quedé ilegal en Estados Unidos, hasta finales del año 60 que fui devuelto por la Oficina de Inmigración.
Un día me encuentro con Salamanca, el mismo Bobby de la infancia, pero que ya era periodista en Noticias de Hoy y tenía además un espacio radial donde hablaba de deportes. Él me pregunta: ¿qué haces? Le digo que nada, soy trabajador temporal en la construcción y me dice que estaba trabajando en el periodismo. Yo solo tenía un sexto grado. Me llevó frente a la dirección del diario y ellos me explicaron que podía trabajar allí, pero sin salario. Allí empecé a hacer algunas cosas, y el jefe de la página deportiva, Daniel Reguera, ya fallecido, me decía: “ve al baloncesto y tráeme el resultado”. Cuando llegaba me mandaba a escribirlo. Y ocmoq uiera que yo tenía cierta vocación, lo escribía y el me autorizó la firma. Así me fui introduciendo.
De niño, sentía pasión por lo que escribía Eladio Secades, quien escribía sobre deporte y era brillante, y eso me aficionó el periodismo deportivo. Secades influyó mucho sin saberlo. Cuando empiezo a escribir me voy por la crónica, porque Secades era muy buen cronista. Entonces, con la fundación del INDER, José Llanusa que buscaba periodistas deportivos para el departamento de divulgación del recién creado INDER me lleva para ese organismo recomendado por la propia dirección del periódico. Así empecé en el INDER, escribiendo para una revista semanal que se llamaba LPV. Desde ahí mandaba cosas para los periódicos y me publicaban hasta que me hago miembro de la UPEC.
Más tarde trabajo en Granma, desde 1965 hasta el 71. Ese año pasé a Juventud Rebelde y la directiva me dio todas las posibilidades, entre las que estuvo el nombramiento como jefe de la página deportiva. Ocupé ese cargo hasta los Panamericanos de 1975. En ese diario creé una sección que se llamó “Sucedió en mi barrio”.
Escribí el libro Swines a la nostalgia y antes había escrito El boxeo soy yo, en torno a la vida de Kid Chocolate, en compañía de Víctor Joaquín Ortega. Mi padre era asturiano y le gustaba mucho el deporte; además, prefería el danzón sobre el paso doble y era fanático de Chocolate. Hice ese libro por una deuda con mi padre, lo escribí casi sin tener tiempo, ya que trabajaba en el periódico.
Además de Chocolate, ¿a qué otros deportistas Ud. admira?
A Teófilo Stevenson. Si hay algo que quisiera hacer antes de morir es un libro sobre Stevenson, porque he tenido muchas vivencias sobre este gran hombre. Y no me basaría solamente en los hechos deportivos, porque estos se conocen ampliamente. Creo que Stevenson no tuvo la despedida que mereció. Yo había propuesto que lo velaran en la Ciudad Deportiva, por consideración a lo grande que fue. Stevenson fue un cubano que no traicionó y siempre se recordará su frase célebre: “yo no cambio ser cubano por todo el oro del mundo”. Era cubano desde las zapatillas hasta la cabecera.
Estuve cerca de él desde que arribó a La Habana con 16 años. Era largo como una vara, entonces pensé que lo conocía. Pero realmente lo vine a conocer cuando en 1992, en vísperas de la Olimpiada de Barcelona, el Comité Organizador lo invitó durante 15 días, con un acompañante a la ciudad condal. Tuve la suerte de ir con él. Stevenson sabía cómo defender el país. Hay quienes le achacan cosas malas a Stevenson y realmente las tuvo. En un momento determinado se dio a la bebida; pero fueron muchas más las cosas buenas que hizo Stevenson que las negativas. Logró todas las órdenes y distinciones que da la AIBA. Es el único amateur que, sin pelear nunca como profesional, aparece en una revista considerada “la biblia del boxeo profesional”. Ganó, para más mérito, el premio de Fair Play (Juego Limpio), que otorga la UNESCO, por su comportamiento. Considero que no tuvo, a mi juicio, la despedida que merecía.
¿Qué deporte prefiere, béisbol o boxeo?
Como profesional, le agradezco más al boxeo que a la pelota. El boxeo me ha dado más que la pelota y sin embargo, me gustaba más la pelota.
¿Qué características debe tener un periodista deportivo?
Quien sea periodista debe ser primero una gente honesta, que se respete a sí mismo. La modestia es importante, nunca pensar que llegaste. Hoy los muchachos que se paran a discutir de pelota, boxeo, fútbol pueden llegar a saber tanto como el periodista. Están muy informados y hay que respetarlos. La ventaja que tenemos nosotros sobre esos fanáticos es que logramos el acceso a las fuentes.
Cuando cubría la pelota y el boxeo, nunca me senté junto a los demás periodistas deportivos, me sentaba junto a un grupo de viejos seguidores del deporte y a eso le puse “la bolsa del saber”. Allí aprendía y anotaba. De allí me nutría y salían las mejores crónicas.
El periodista necesita fuentes y debe conocer bien a quién va a entrevistar, qué preguntas le hará. Tú nunca puedes despreciar a ningún atleta, nunca ridiculizarlo, ni mofarte, ni caerle arriba al que está en una mala racha; tampoco debes hacer concesiones con la gente sobre la cual tú tienes que escribir.
¿Por qué la crónica?
La crónica se teclea con los dedos y se escribe con el alma. Quien no se apasione, no sea capaz de conmoverse, no puede escribir crónicas.
¿Qué le parece el periodismo deportivo que se hace en Cuba?
Creo que atraviesa por un buen momento. Hay muchos jóvenes escribiendo y todo lo que sea joven es señal de futuro. Siento que, en ocasiones, están mal dirigidos o mal orientados. Cualquiera de los periodistas jóvenes tiene más calidad y futuro que la que tenía yo cuando empecé. Antes costaba trabajo llegar, ahora se llega bastante rápido, aunque también hay mucha gente sin calidad que está saliendo y tú no puedes ponerle la cosa tan fácil.
¿Cómo valora su experiencia en nuestra revista?
Empecé a colaborar en Cubahora desde 2003. Primero fue para vencer el tedio de estar en la casa, después de jubilarme en Juventud Rebelde. Me interesó mucho el trabajo y seguí escribiendo para la revista. Siempre me he sentido bien allí. Para mí ha sido una vía de desahogo. La salud no me permite escribir más, porque tengo problemas en la vista. Mi esposa me ha ayudado mucho, ya que tiene nivel y le gusta el deporte y gracias a ella he podido seguir.
Recientemente recibió el Premio “Abelardo Raidi”, otorgado anualmente por la Asociación Internacional de la Prensa Deportiva, en reconocimiento a la trayectoria y el aporte de periodistas y medios a esta especialidad. ¿Qué dejan estos premios?
Son un reconocimiento a mi constancia. Fui una gente muy constante, empecinada. Cuando se escribía en máquinas de escribir, hacía hasta cuatro veces un artículo, hasta que me salía y quedaba satisfecho con esa versión. Me considero un obrero de las letras.
Raul Maus
11/3/14 23:39
que gran persona elio,,lo conoci cuando vivia en graciela,,tenia una hija y un hijo,la nena era bella chinita como la madre,,pero elio era especial con todos sus vecinos,,se llevaba bien con todos,era un caballero muy decente,,hablaba muy bien y era el que nos mantenia informados de todas las noticias deportivas,,que Dios me le de salud y larga vida
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