Con la épica remontada de Granma, terminó la serie nacional 61 de béisbol, y fue tan emocionante y excitante el final que durante mucho tiempo se seguirá hablando de ella, a pesar de en sus últimos días la pusieron a competir con un torneo que aspira a ser élite y todavía no da muestras de su nacimiento robusto.
Los Alazanes consiguieron lo que nadie en 60 ediciones anteriores: voltear un play off por la corona en casa, y lo hicieron convencidos de que nada era imposible, reponiéndose incluso de la noticia nada halagüeña en medio de la serie contra Matanzas de que algunos regulares no harían el viaje a Países Bajos para el torneo de Haarlem.
Pero una vez en su feudo del Mártires de Barbados jugaron con la sangre fría de los campeones. Primero emparejaron el dual meet y luego dieron el golpe de gracia, aupados por una afición que colmó una instalación que ya les queda chiquita.
Así, Carlos Martí volvió a alzar el cetro, que le resultó esquivo durante casi 30 años de su intensa carrera como timonel. Pero Carlos ha vivido para la pelota y no de la pelota. Invisible para algunos, en su cuello de hombre justo cuelgan medallas de oro que rebasan lo estrictamente competitivo.
Condujo a su caballería al cuarto campeonato cuando parecía que a duras penas podrían clasificarse a la postemporada. Pero ellos se creyeron siempre las palabras del viejo: aquí no hay nombres, hay hombres; aquí no se juega para el ego de nadie, sino del equipo; y con esa filosofía fueron tumbando rivales hasta ascender a lo más encumbrado del podio.
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Y ahora, ¿cómo se baja de la cabalgadura el viejo Carlos? El año pasado dijo que lo iba a pensar, a sus 72 años no estaba para tantas andanzas y desafíos; y ahora, con 12 meses más, está en la misma encrucijada. Pero don Carlos es el campeón, y los campeones, al menos en Cuba, no se entregan así.
Ha coronado en una serie cuya rivalidad fue alta, no tanto así su calidad. Marcada por la tendencia de los últimos años de los fichajes para ligas extranjeras, varias nóminas finales mutaron mucho respecto a las de entrada. Los dos equipos finalistas son un ejemplo elocuente.
Es difícil para los técnicos sostener un vaticinio cuando pierden a piezas claves en medio del campeonato, y también lo es para las aficiones que quieren, por encima de todo, ver a su conjunto campeón.
Los atletas de Granma mostraron su estirpe de campeones, a pesar de las bajas en la nómina. (Abel Rojas Barallobre)
A ese hándicap se suma el éxodo definitivo de jóvenes talentosos con los ojos puestos en las Grandes Ligas, a las que no pueden acceder de manera natural como los jugadores de otros países, a causa de la política restrictiva del Gobierno de Estados Unidos respecto a Cuba.
Son dos causas que influyen sobremanera en la polarización de la serie: muchos peloteros inexpertos jugando de regulares y también unos cuantos con más de 40 años entre los protagonistas.
Además de seguir jugando en el campo diplomático para firmar un acuerdo que asegure relaciones contractuales naturales y normales con MLB, el organismo rector de la Gran Carpa, la estrategia nacional debe enfocarse en dos pilares: masividad y elitismo.
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Es necesario jugar más en todas las categorías, a pesar de que las condiciones económicas del país no aseguren los recursos logísticos imprescindibles.
El béisbol es un deporte costoso, pero solo jugándolo los atletas pueden dominar los fundamentos y, sobre todo, ejecutarlos exitosamente.
Los niños deben aprender primero y competir después. Los técnicos merecen ser evaluados por el desarrollo de sus atletas y no solo por el lugar en las competencias.
La afición de los Alazanes siempre creyó en su equipo. (Abel Rojas Barallobre)
La masividad comienza en la base y tiene su colofón en la Serie Nacional. Cuba no debe prescindir nunca de un torneo en el que cada provincia y el municipio especial tengan un equipo. Pero 75 juegos parecen pocos. La mejor fórmula fue cuando el calendario tenía 90 partidos más la postemporada.
La segunda parte de la temporada cubana sería un torneo élite en el que se concentre la calidad. Una justa más breve, de unos 45 juegos, pero que sirva a los atletas para ajustarse a los requerimientos internacionales.
Ahora mismo están en debate los nombres de seis selecciones, conformadas por integración de provincias, un remedo de fórmulas precedentes que no dejaron siempre el mejor saldo posible.
A mi juicio, y a partir de las condiciones actuales, la serie élite debería contar por ahora con cuatro equipos. Aunque duela, solo tenemos jugadores de calidad radicados en el país para esa cantidad de conjuntos.
Haga una prueba: arme seis rotaciones de cinco abridores. Son 30 pícheres. Ahora, redúzcala a cuatro rotaciones con igual cantidad. Verá cuánto sube la calidad, y eso es lo que necesitan nuestros bateadores, enfrentar, todos los días, a lanzadores que exijan, especialmente, pensar, prepararse para cada turno.
Pero este es un tema que seguro va a rendir unos cuantos innings más. Cuba quiere volver a los tiempos en que ganaba medallas en los torneos internacionales. Es un horizonte necesario, obligado, al que se llega con ciencia, optimizando los recursos y poniendo a todos a pensar.
Un torneo élite tiene que pensarse y nacer vigoroso, para todos los años; con una plataforma logística que se ajuste a los nuevos tiempos y a la Cuba de hoy.
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