Hiroshi desconoce los motivos que impulsaron a su abuelo Alejandro para dejarlo a cargo de su finca El Pinar; sin embargo, después de cinco años de tomar decisiones y prever campaña tras campaña, el misterio queda develado: este joven productor lleva en su sangre el don de la familia para el cultivo del tabaco.
Campeón nacional de judo y habanero de nacimiento, nunca pensó que un día sembraría raíces en la más occidental de las provincias cubanas. Ubicada en Barbacoa, municipio de San Luis, la propiedad es actualmente su hogar.
“Adoro el silencio de este lugar. Al principio me costó acostumbrarme, pues extrañaba el bullicio citadino y sentarme con los amigos en el muro del Malecón. Pero ahora, cuando no estoy, lo extraño”.
Siempre jovial y alegre, Hiroshi disfruta del trabajo y lo acompaña con su vocación de cantante, la que ejercita cada vez que puede en dos clubes de San Juan y Martínez, donde se reúne con los amigos y un público que ya lo conoce y lo sigue. También canta a sus plantas: “Eso hace que crezcan más fuertes y con mayor calidad”, dice.
Sin embargo, complementa las nuevas tecnologías y ritos personales con los secretos heredados por don Alejandro Robaina. Aun sin la presencia del afamado labriego, las plantaciones exhiben una óptima calidad y el tabaco obtenido preserva su excelencia.
“Abuelo me enseñó todo lo que sé y es muy difícil trabajar sin él porque aunque no tuviera que preguntarle cómo hacer mi labor, sabía que ante cualquier problema estaba ahí. De todas formas, cuando tengo dudas acudo a una libreta de anotaciones que hice hace mucho tiempo con sus consejos, y eso me ayuda a tomar una decisión”.
Hiroshi recuerda los años de su primera juventud y reconoce que gracias a la perseverancia y confianza de don Alejandro, él pudo encaminar sus pasos hacia el cultivo del tabaco.
“Yo me encontraba muy mal por la muerte de mi hermana y bebía mucho. El viejo se enteró y me envió con mi padre una pequeña nota que aún conservo: “Hiroshi, tú sabes que la esperanza mía eres tú. No me puedes fallar. Tu abuelo”. Aquello fue como un balde de agua fría y lo único que me hizo reaccionar”.
“¡HAZME CASO!”
Alejandro Robaina estaba decidido: Hiroshi sería su sucesor. Debía convencerlo de que era el adecuado y que necesitaba conocer a fondo lo relacionado con el tabaco: su cultivo, hechura y comercialización.
“En aquel entonces yo había dejado la carrera de ingeniería mecánica en la CUJAE y estaba haciendo pizzas en una cafetería. Un día el abuelo llamó y me pidió que empezara de torcedor en una fábrica. Por supuesto, me negué, pero la orden fue categórica: ‘Hazme caso y ve para allá’.
“No tuve más remedio que obedecer y así comencé a trabajar en la Partagás. Al principio fue muy difícil, estuve nueve meses aprendiendo y ganando muy poco. Allí transité por todos los departamentos y me formé en el oficio de torcer, filetear cajas y poner anillos como quería abuelo. Después la situación cambió: el tabaco es como un bichito que se te va colando y ya no puedes dejarlo”.
Un año más tarde, otro pedido llegaba desde Pinar del Río: tenía que cambiarse para la fábrica H. Upmann donde se confeccionaban los tabacos Vegas Robaina. Conocer en detalle sobre el negocio familiar era el objetivo.
“Ya llevaba doce meses de trabajo cuando llegan unos señores y me dicen que tengo 72 horas para hacer mi equipaje; iba para el Líbano. ¡Yo, que no había ido nunca ni a la Isla de la Juventud! Poco después supe que era obra de abuelo. Él quería que aprendiera cómo funcionaba la industria del tabaco”.
Al regreso de su viaje, por deseo de don Alejandro, Hiroshi comienza a trabajar en la finca familiar. Era hora de aprender la dura faena del campo y el posterior secado de la hoja de tabaco.
“Abuelo decía que, para obtener buenos resultados, había que amar la tierra. Y es cierto, si solo la utilizas y no le incorporas nutrientes llega el momento en que no puede rendir y eso es malo para la cosecha. Por eso tuve que prepararme también en las labores agrícolas. El trabajo es agotador, pero inspira ver un campo plantado y sano, y saber que lo estás haciendo bien.
“En ese sentido nosotros hacemos rotación de los cultivos para el mejoramiento del suelo, además, usamos el estiércol de caballo como abono, un producto totalmente natural y ecológico. De ahí la calidad del tabaco Robaina, que se diferencia de los demás por la grasa que tienen las capas, el brillo y el tamaño de las hojas y eso se debe a la atención brindada a la tierra”.
La finca El Pinar exhibe altos rendimientos en su producción, con alrededor de 220 quintales de capas todos los años. La modalidad usada es la de tabaco tapado, labor de mucha constancia pues, según Hiroshi, “al menor descuido se puede perder la cosecha completa”.
SOMOS DE HOY
A tono con la tradición familiar, el heredero del don de los Robaina quiere obtener el premio Hombre Habano en producción. Sabe que el camino resulta arduo, pero es paciente y dedicado. Confía en los conocimientos legados por el abuelo y piensa que mientras siga obteniendo buenos resultados en la cosecha, lo demás llegará.
Hiroshi está consciente del enorme reto que le aguarda; las comparaciones son inevitables, mas no desespera. “La imagen de mi abuelo es insustituible, él era un supertalento en el cultivo del tabaco, reconocido en el mundo entero. Yo aprendí de él, pero no lo imito. Fui entrenado para hacer frente a cualquier situación y tomar mis propias decisiones y hasta ahora no me va mal. Pienso que la calidad de mis producciones habla por sí sola”.
Admite que le ayuda contar con la sabiduría de los obreros que llevan 50 años en la finca, además de un organizado plan de trabajo. “Al final de cada jornada nos sentamos a planificar lo que se va a hacer al día siguiente. Con el tabaco no se puede perder tiempo: cada paso a realizar tiene un horario específico porque es un cultivo muy delicado”.
De un lado a otro todo el tiempo, Hiroshi apenas descansa durante el día. Estar al tanto del menor detalle forma parte de lo heredado por el abuelo Alejandro. Coordinar el trabajo, atender las visitas y hasta servir de ambulancia cuando algunos de sus trabajadores enferma, son solo algunas de sus responsabilidades.
Asimismo esgrime sus ideas sobre cómo deben ser vistos los nuevos productores de tabaco y considera que la imagen actual tiene que cambiar. “No podemos quedarnos en el pasado. Hay gente joven y fuerte en los campos, entonces por qué empeñarse en querer mostrar a un hombre mayor con sombrero de guano y ropas ajadas. Hay que ir con los tiempos. Yo trabajo con gorras, creo que son mejores, pues permiten una mejor visibilidad y no atentan contra las hojas de tabaco”.
DE AMORES Y PREOCUPACIONES
Como en la pelota, donde está a favor de los equipos de Pinar del Río e Industriales, en ese orden, los amores de Hiroshi están divididos. Después de la familia, a la que otorga un valor excepcional, pues le ofrece paz y esa seguridad que da sentirse querido, este joven ama la tranquilidad.
“A veces resulta muy difícil lograrla pues recibo visitas constantemente, pero eso forma parte del legado de abuelo. Aquí vienen muchos extranjeros interesados en conocer las vegas y a todos se les atiende”.
Hiroshi confiesa amar profundamente a sus pequeñas: Laura, Lauren y Lairén, y ser feliz con ellas; sin embargo, entre sus sueños futuros está tener un hijo varón con quien poder jugar béisbol.
“Las dos mayores son suaves y delicadas, pero la pequeña tiene mucho carácter, es la que más se parece a mí. Le gusta la mecánica, el judo; quiere ser igual que yo. Pudiera ser la continuadora de nuestro trabajo”.
Este joven productor conoce del prestigio del tabaco Robaina en el mundo y se siente orgulloso de poder contribuir. Acepta los retos que conlleva ser un líder en su sector y aprueba la competencia como una manera de lograr una mejor preparación y éxito en su empresa.
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