Es largo el camino desde Rosario hasta la Higuera, apenas 39 años. Es un niño que tiene que luchar durísimo contra el asma; en la noche, la respiración es un quejido en el aire. Crece y no teme al caudal del Amazonas, nada de una orilla a la otra. La madre le enseña a espantar el miedo.
En motocicleta recorre países de Nuestra América. Se hace médico. Y rechaza los guantes que le dan para tocar a los leprosos, siente dolor por la llaga de los otros y la pobreza de una choza.
En Guatemala alza el grito de lucha por Jacobo Arbenz, y en México, conoce sobre una expedición que se prepara para liberar a Cuba de un tirano. Escribe poesía con un lápiz, y se prepara para escribir un poema con su sangre.
Las balas silban sobre las cañas de Alegría de Pio, está ante una caja de balas y otra de medicinas. Es médico y soldado, pero se lleva la caja de balas. Luego diría que prefiere curar pueblos y no enfermos.
La Sierra, la epopeya, el grado de Comandante, le tienden un día una cama con colchón, y se niega, no puede aceptar dormir cómodamente mientras sus soldados tiritan allá arriba. El ejemplo no es la pose, ni una firma en el estrado, es el acto luminoso de compartir los sacrificios y no disfrutar los privilegios.
El Che entra en Santa Clara, y pasa erguido por el alma de Cuba. No solo es el guerrillero heroico sino el hombre armado con una ética poderosa. No admite a los adulones ni a los que no piensan con su propia cabeza. A veces es duro, a veces es tierno.
Es Ministro del Banco, o Ministro de industrias; no llega a su oficina directamente desde su casa. Pasa por otros pisos y oficinas, conversa y pregunta, y cuando se sienta a la mesa de trabajo, ya conoce la realidad de los problemas.
Un testimonio da fe, de lo que llama “La ley de deposición”: Enviar a los cuadros a donde están los obreros, bajar las escaleras de nomenclaturas y cargos para ser uno más en el dolor de la gente. ¡Qué manera tan eficaz de educar a un dirigente en la verdad y la cuota de los poderes!
Es un pensador que ahonda y cuestiona la falta de compromiso de la URSS con los pueblos explotados por el imperialismo. Dice lo que piensa en la conferencia de Argel. Comprende desde bien temprano que aquel socialismo que se dice real, hace aguas para un naufragio, pero es muy temprano para que otros entiendan sus profecías.
Ya no piensa en otra cosa que pelear contra el imperialismo en cualquier tierra del mundo. Y se aparece un día en las selvas del Congo. Fue dura la derrota, pero no siente que ha fracasado, porque el verdadero fracaso es quedar con los brazos cruzados ante tanta ignominia de pueblos expoliados.
En silencio, regresa a Cuba; ya se ha leído su carta de despedida a Fidel. Se prepara otra vez para partir, esta vez a tierras bolivianas. Hay cartas a sus padres, a sus hijos.
A su esposa Aleida, le deja grabada en su propia voz los Heraldos Negros de César Vallejo. Y le regala un poema a ese amor tan único…. “Salgo a edificar la primavera de sangre y argamasa / y dejo en el hueco de mi ausencia / este beso sin domicilio conocido…” Para algunos, el hombre que se despide es un aventurero. Acepta la crítica y no teme compararse con el Quijote, solo que este aventurero expone su pellejo para demostrar sus verdades.
En abril de 1967, es publicado su texto conocido como Mensaje a la Tricontinental, escrito antes de marchar a la guerrilla en Bolivia. Analiza los crímenes de los imperialismos y la necesidad urgente de crear “…Dos, tres, muchos Viet Nam”. Y allí escribe la frase que espanta a muchos, esa donde asegura que el hombre en esa lucha, debe convertirse en “una fría máquina de matar”. Entonces, Fina García Marruz, ante tu muerte en la Higuera, nos regala el camino en un poema, donde hace el balance justo de las palabras y la inocencia:
“Cuando dijiste que era preciso convertirse en una fría máquina de matar, retrocedimos espantados/ El respeto se convirtió en recelo; todo se volvió más confuso.”
Para luego, después de larga travesía entre el amor y el espanto, llegar a otras verdades armadas con el equilibrio de la piedad. “La “fría máquina de matar”, anotaba con letra menuda los cumpleaños de sus amigos en el diario de guerra. /La “fría máquina de matar”, que no disparó a los dos soldados enemigos / porque estaban dormidos, y un hombre dormido es como un niño. / La “fría máquina de matar” a quien cogieron los matadores diciéndose: “está vivo” / la “fría máquina de matar” a quien iban a matar allí, y estaba desarmado, ardiente, solo…”
Es largo el camino desde Rosario hasta la Higuera, los ojos muertos abiertos. Ya sin manos, busca la adarga, el Rocinante, y sale al camino porque es preciso el dolor, el amor, el espanto, el corazón de la justicia.
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