Con un manojo de libros ando desde que, por gentileza de los editores de Cubahora, me tocara la misión de escribir sobre Mella, justo el día en que se cumplen 87 años del asesinato de aquel que, ultimado por sicarios machadistas en la calle Abraham González de la capital mexicana, sentenció: “Muero por la Revolución”.
Según documentos de la policía del Distrito Federal, vestía traje negro, corbata roja, suéter color café, camisa blanca con tirantes y un grueso abrigo. En sus bolsillos traía un ejemplar del periódico El Machete, un lápiz y una pequeña libreta acabada de estrenar con el nombre y el teléfono de José Magriñat, quien —según el cronista cubano Ciro Bianchi— era “proxeneta y propietario de un salón de juegos que se había acercado a los exiliados cubanos con una dudosa donación monetaria que fue finalmente aceptada. Magriñat se vendía como enemigo de Machado, y Mella esperaba sacarle información útil”. Apuntan los documentos de la época que ni un centavo llevaba encima en esa aciaga hora.
Dicen que en la mesa de operaciones del hospital de la Cruz Roja declaró, entre estertores, “tengo la seguridad que fueron emisarios del gobierno de Cuba los que vinieron a matarme por mis ideales comunistas”. Julio Antonio moría en las primeras horas de la madrugada del 11 de enero del año 1927. Cargaba con dos heridas mortales, una le había atravesado el abdomen y la otra le entró por el codo y le perforó un pulmón.
A esa hora estaba a su lado Tina Modotti, una de las mejores fotógrafas del siglo XX, mujer transgresora, de vanguardias, la Tinísima a quien una vez le escribiera: “Te quiero, serio, tempestuosamente. Como algo definitivo… he tomado con mis propias manos mi vida y la he arrojado a tu balcón, cómplice de nuestros amores”. A ella quisieron apuntarle el asesinato: “una cuestión de amor”, “un crimen de pasión”, “un asesinato vulgar”, decían los cables noticiosos; y durante varios días estuvo bajo vigilancia policial.
Se ensañaron con Tina, para desmoralizar a Mella, a los comunistas, a Cuba. Publicaron con encono sus fotos íntimas, allanaron su casa, sus cartas personales fueron publicadas y la describían como atractiva veneciana de ojos negros, mirada profunda, bella protagonista, y generadora de un crimen. Mientras se intentaba opacar el móvil político del hecho, la trascendencia del asesinato que intentó borrar de un plumazo al muchacho que se había convertido en un consumado líder estudiantil.
Cuenta Fabio Grobart que la única vez que vio llorar a Rubén Martínez Villena fue cuando se enteró de la muerte de Mella. Sobre esa sensible imagen, relató Asela Jiménez, esposa del poeta: “un nudo apretado le apagaba la voz, se le notaba que hacía un esfuerzo sobrehumano para no dar riendas suelta a su emoción. Ya en la madrugada, con la cara en la almohada, entre las tinieblas y el silencio de la noche, lo oí sollozar, cuando traté de consolarlo, dijo en tono conmovido: Yo no he perdido en Mella a un amigo o a un compañero, sino un hermano”.
Así se lloró al muchacho que formó el grupo de acción “los manicatos” para enfrentar la corrupción en la Universidad; al orador que conmovía; al promotor del Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, en octubre de 1923, donde quedó acordada la creación de la Universidad Popular José Martí; al fundador de la Revista Alma Mater, de la Liga Anticlerical, del primer Partido Comunista de Cuba; a quien se declaró en huelga de hambre durante 19 días, cuando el recién estrenado gobierno de Gerardo Machado lo mandó a la cárcel luego de expulsarlo de la Universidad.
“Hay muertos que hacen temblar a sus asesinos y cuya muerte representa, para aquellos, el mismo peligro que su vida de combatiente… honramos la memoria de Mella prometiendo seguir su camino hasta lograr la victoria de todos los explotados de la tierra. De esta manera lo recordamos como él hubiera querido: no llorando, sino luchando…”.
Esas fueron las palabras de Tina Modotti en el homenaje a Mella al cumplirse un mes del asesinato. Ella, que lo había hecho preguntarse: “qué amor es este que me lleva a la desesperación”; ella que lo había eternizado en fotos: en la del sombrero alón, cuello alzado y manos cruzadas, desafiante; en la de camisa a cuadros, mirada complaciente, mientras escribe, quizás, algún alegato; en aquella, sublime, tumbado en la hierba sobre su brazo de gladiador; o en la otra, la del perfil de Apolo, donde mira, quién sabe si algún futuro.
Tales imágenes me las traen estos libros, que lamento no haber desempolvado antes, donde vuelvo a descubrir al Mella de la juventud cubana, el convencido de que “mañana se podrá discutir, hoy solo es honrado luchar”, el muchacho asesinado con solo 25 años porque —ya lo escribió Silvio— lo hermoso nos cuesta la vida.
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