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sábado, 2 de noviembre de 2024

El inicio del curso escolar y dos momentos históricos

Una oportuna comparación para los desmemoriados de la Cuba de hoy y la de hace 60 años...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 31/08/2015
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Ahora que comienza un nuevo curso escolar, la prensa cubana refleja ciertas estadísticas que debieran mover hacia la reflexión. Según Ena Elsa Velázquez, ministra de Educación, se incorporan a las aulas más de 1 792 600 alumnos, que dispondrán de garantías para cumplir un período lectivo satisfactorio.

Ese ministerio, dijo su titular, dispuso de 17,5 millones de dólares para la importación de materiales con vistas al inicio del curso escolar como lápices, acuarelas, cuadernos de colores y de dibujo, temperas, medios para las artes manuales, tijeras, goma de pegar y borrar, entre otros.

En Educación Superior las perspectivas son por igual halagüeñas pues comienzan el curso con una matrícula de 170 000 alumnos y se encuentran listos los materiales bibliográficos y útiles escolares necesarios, aunque todavía persisten dificultades en cuanto a transporte, mobiliario, conectividad e insumos de impresión.

No tengo que insultar la inteligencia de los lectores informándoles que en Cuba la educación es gratis, desde el preescolar hasta la licenciatura, la maestría y el doctorado. A pesar de ser un país bloqueado hace más de medio siglo. Y que a pesar de las reaperturas de las embajadas sigue bloqueado.

Sería bueno recordar igualmente la realidad existente en nuestro país hace 60 años cuando gobernaba en la Isla el “demócrata” general Fulgencio Batista que, como todos saben, asumió “democráticamente” el poder mediante un golpe de Estado amparado en las sombras de la madrugada.

Los datos que ofreceré a continuación no me los proporcionó el movimiento comunista de la época sino una organización muy ajena al marxismo: la Juventud Acción Católica Universitaria (JACU). Casi todos los redactores de ese informe viven actualmente en Miami o murieron residiendo en esa ciudad.

Hace seis décadas más de un millón de cubanos, el 23,6% de la población de 10 años en adelante, eran analfabetos y en las zonas rurales las cifras se elevaban a casi el 42%. Las cifras de la población de 6 a 14 años ausente de las escuelas representaban el 44,4% de las personas de esa edad.

Solo las escuelas estatales admitían negros y mulatos. En los   planteles privados, como es lógico suponer, tenían los mejores claustros y condiciones. Apenas el 11% de la población había rebasado el nivel de la enseñanza primaria.

El acceso a la universidad se hacía muy difícil para los cubanos pobres, sobre todo para los afrodescendientes, pues no todos podían dedicarse únicamente a estudiar, era necesario ponerse a trabajar para ayudar a la economía familiar.

Para colmo el candidato presidencial batistiano a las ”elecciones” de 1958, Andrés Rivero Agüero, había prometido privatizar la universidad. De concretarse esto último, el propietario de la casa  de altos estudios podía vetar la entrada a los afrodescendientes. Y habría que costearse además la matrícula a clases y exámenes.

Gracias a Enrique José Varona y otros pedagogos cubanos los programas de estudios de las enseñanzas primaria y media estaban acordes con su tiempo, lo que no quitaba que en algunas asignaturas, como Historia de Cuba, se deslizaran conceptos discutibles subrepticiamente.

La rebeldía de Hatuey, por ejemplo, se matizaba en los colegios regidos por religiosos con su negativa de aceptar a Dios, lo que “condenaba al indio al infierno”, al decir de algunos maestros. El anexionismo se equiparaba al independentismo y a Narciso López se le elevaba a la estatura de Céspedes y Martí.

A Maceo se le alababa por sus hazañas militares y se obviaba su pensamiento. La Protesta de Baraguá era minimizada, sin que se analizara su significación. La guerra del 95 se ganó ¡por supuesto!, gracias a la intervención yanqui.

Solo Fernando Portuondo, en su manual de bachillerato, intentaba una visión critica del Tratado de París, contraponiendo su articulado con el de la Resolución Conjunta y evidenciando el fariseísmo de Washington en esa contienda.

Recientemente un intelectual que se autodefine “afrocubano” calificaba de hipérboles mis críticas al racismo imperante en el régimen del afrodescendiente Fulgencio Batista. Para este intelectual es una falacia el relato de que en el parque Céspedes de Trinidad había tres cuadras prohibidas a negros y mulatos.

A él le narré mis vivencias en un colegio regido por religiosos en el que cursé del preescolar al segundo grado hasta 1961, año en que se nacionalizó la enseñanza en Cuba. En mi aula estaba un niño que aunque de pelo lacio no podía ocultar su afrodescendencia. Se llamaba (no sé si aun vive) Johnny.

Mi madre me contaba que en las reuniones de padres los progenitores de varios de mis condiscípulos protestaban enérgicamente por la presencia de Johnny en el aula. Los religiosos defendían al mulato, según las malas lenguas porque su padre era un importante gerente de una compañía foránea.

La situación se mantuvo en los cursos 1958-1959 y 1959-1960. Pero en el de 1960-1961 ya nadie lo discutía, pues los detractores de Johnny solo ocupaban su mente en buscar la forma de abandonar el país o al menos, sacar de la isla a sus retoños, pues el régimen comunista iba a despojarlos de la “patria potestad”.

Eran los días de la Operación Peter Pan.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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