¡Qué clase de susto se llevó aquel diplomático fascista chileno cuando vio a aquel hombre flaco y enjuto partirle para arriba dispuesto a hacerle tragar con los puños las ofensas que acababa de hacerle al Comandante en Jefe Fidel Castro!
¡Y qué clase de hombría la de aquel flaco irascible, que no era otro que Raúl Roa García, el padre de la diplomacia revolucionaria cubana, por entonces ya conocido mundialmente como el Canciller de la Dignidad!
El suceso tragicómico, pero cierto, sucedió a raíz del golpe de Estado en Chile contra el Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Exactamente, el 10 de octubre de 1973, día en que en el seno de la ONU se discutían las atrocidades que se estaban cometiendo en el hermano país austral.
Aquel funcionario comenzó a atacar a Cuba y a Fidel, con falsas acusaciones y calumnias. Entonces, Roa se puso de pie: “Como si le hubieran puesto un electrodo”, recordaría después un diplomático. “¡Hijoeputa! ¡Maricón! ¡Miserable! ¡Cundango!”, gritaba el cubano mientras enrumbaba por el pasillo hacia donde se hallaba el chileno que, despavorido, se escondió detrás del podio, de donde lo rescató un policía italiano.
Así siempre fue Raúl Roa. Un hombre genio y figura hasta la sepultura; o sea, hasta que su “músculo primo”, como él llamaba al corazón, dejó de latir el martes 6 de julio de 1982. El hombre chistoso y jaranero; de prosa fina y ágil; el revolucionario ardiente de los años 30, en aquella Revolución que se fue a bolina; y el cubano ciento por ciento que nunca dudó en tomar partido por su país y por los hijos humildes de esta tierra.
Era un tribuno temido por los enemigos y un diplomático sui géneris. Un diplomático al estilo Roa, a su estilo. A un embajador foráneo que no cuidaba el protocolo en el vestir, lo recibió en camiseta y le espetó: “La próxima vez que usted venga en mangas de camisa, lo recibiré en calzoncillos”. Y en una reunión interparlamentaria, ante un diplomático yanqui que exigía con apuro que se le concediese hablar, apuntó: “Tiene la palabra el delegado de EE.UU., pero sin guapería”.
Con verdades contundentes, aplastó al embajador yanqui Adlai Stevenson en los días de Playa Girón, librando una batalla diplomática en el seno de la ONU tan importante, como aquella que nuestro pueblo hizo con las armas en la mano: “Soldado de esa noble causa en el frente de batalla de las relaciones internacionales permitidme que yo difunda ese clamor en el severo areópago de las Naciones Unidas. ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!”.
En la vanguardia de la diplomacia revolucionaria cubana, ganó el bien merecido nombre de Canciller de la Dignidad: un reconocimiento de los pueblos oprimidos del mundo a su conducta vertical en los distintos foros internacionales.
Eddy Martín, periodista y comentarista deportivo, testigo presencial de aquel inusual bautizo, recordó años más tarde aquel momento: “Como el “Canciller de la Dignidad” le calificó el periodista costarricense Mario Ramírez, de la Emisora Radio Monumental de San José, en ocasión de la Conferencia de Cancilleres que se celebró en aquella ciudad en agosto de 1960: 'Estamos en la Casa Italia con el Canciller de la Dignidad que acaba de retirarse de la reunión de la OEA. Canciller, diga algunas palabras para el pueblo de Costa Rica.'”.
Nieto de mambí, su abuelo Ramón Roa fue figura inspiradora en aquel niño nacido en La Habana, el 18 de abril de 1907, quien bebió de las anécdotas y recuerdos de la manigua. Con dotes excepcionales para la escritura, no pueden dejar de mencionarse dos de sus obras clave: La Revolución del 30 se fue a bolina y El fuego de la semilla en el surco. El primero, una excepcional narración de los convulsos años 30, desde la visión del protagonista que fuera Roa de los sucesos que narra. Mientras, el segundo era una deuda con Rubén Martínez Villena, el poeta de la Pupila Insomne y del Mensaje Lírico Civil.
Su definición de Revolución Cubana, expuesta en la VII Reunión de Consulta de los Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, convocada expresamente por el imperialismo norteamericano para crear las condiciones de una agresión militar a Cuba, conserva aún plena vigencia:
“La revolución que trajo el pueblo, del brazo de Fidel Castro, es tan cubana como la Sierra Maestra, tan americana como los Andes y tan universal como los cimeros valores humanos que encarna. (…) se gestó durante un siglo, en las entrañas mismas del pueblo cubano, y corona, a la altura del tiempo, la trunca empresa de Martí. De ahí sus entronques con Bolívar y Juárez, su porosidad a las nuevas corrientes de ideas y aspiraciones que alimentan el cuerpo vivo de la historia. Su carácter viene condicionado por sus raíces, su trayectoria por el desarrollo de sus fuerzas configurantes y sus proyecciones por el aliento humano que la abrasa. La Revolución Cubana (…) no es una revolución del siglo XIX. Es una revolución del siglo XX, que hereda viejos problemas y encara problemas nuevos (…)”.
Falleció el 6 de julio de 1982. Su muerte causó profundo dolor en el pueblo que lo admiraba. Su cadáver fue velado en el Aula Magna de su querida Universidad. El Comandante en Jefe Fidel Castro hizo la última guardia de honor.
En la despedida de duelo, Armando Hart, entonces miembro del Buró Político del PCC y Ministro de Cultura, expresó: “Roa supo siempre interpretar en forma cabal la línea y las posiciones de Fidel. (…) No se podrá escribir la historia de la diplomacia moderna en el mundo, sin recoger las luchas y la obra que en este campo llevó el `Canciller de la Dignidad´”.
senelio ceballos
7/7/18 9:01
Saludos Lic.Narciso!!!..Muy lindo , historico y humano vuestro articulo sobre..RAUL ROA!!..nuestra generacion vivio / sufrio/ salto de alegria con las palabras del GRAN DIPLOMATICO y PROFE. de la DIGNIDAD.....Gracias
Narciso
9/7/18 13:03
Muchas gracias por palabras tan afectuosoas. Sin duda Roa fue un paradigma de revolucionario y de diplomático. Sus ocurrencias son tan famosos, como su verbo filoso para enfrentar a los enemigos de Cuba. Sus repuestas a la entrevista de Ambrosio Fornet titulada Tiene la palabra el camarada Roa acerca de los sucesos de la Revolución del 30, esa que él denominó se fuera a bolina, es de una profundidad, y sentido del humor, extraordinarios.
Saludos
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