//

sábado, 2 de noviembre de 2024

La enseña que ondeó cuando Cuba amanecía

Alguien, con sus manos, cosió a la Patria...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo en Exclusivo 09/10/2018
0 comentarios
Bandera Cespedes
Bandera de La Demajagua (Ilustracion de la época).

Anochece el 9 de octubre de 1868, en el suroriente cubano.

Cambula se inclina, desesperada, sobre aquellos pedazos de tela variopinta, con procedencia múltiple: un pedazo de mosquitero rojo, la tela blanca de uno de sus corpiños, cierto fragmento de su vestido azul.

La muchacha, mestiza de 17 años, está trabajando contra reloj.

Ella —quien después iba a admitir que estaba lejos de ser una experta costurera— se mueve compelida por dos resortes: su pasión por la tierra querida y el amor frenético por Carlos.

Ah, Carlos. El acaudalado bayamés que regía uno de los más modernos ingenios azucareros del país. El brillante abogado. El polígloto. El finísimo poeta. El excelente jinete e infalible tirador. El periodista, que inauguró en su país la crónica ajedrecística. El líder masónico. El siempre arrebatado por los asuntos patrios.

Lo demás… bueno, lo demás es historia archiconocida.

Aquel coloso, en su ingenio azucarero, da la clarinada inaugural. (A la cual nuestros compatriotas le pagarían con ingratitudes mil, hasta propiciar su muerte desamparada, revólver en mano contra las tropas coloniales, en San Lorenzo).

PERO… VOLVAMOS A CAMBULA

Candelaria Acosta Fontaigne, Cambula (Veguitas, 2 de febrero de 1851-23 de mayo de 1932), ha sido la artífice de una bandera —¡qué bandera!— de 126 centímetros de ancho por 130 de largo.

Y quedarían dos vástagos, engendrados en el vientre de aquellos amores de El Padre y Cambula.

En 1871 Carlos Manuel, enviándola hacia Jamaica, pone a resguardo a Cambula. Y también traslada hacia el extranjero a su enseña, previniendo que caiga en manos enemigas.

Candelaria regresaría a Cuba después de la guerra, en 1881, con sus dos hijitos. Aquí ella y los pequeñuelos, hijos de Carlos Manuel, pasarían miserias sin fin.

Estalla la Guerra del 95. Y Cambula, emulando a Mariana, a su hijo varón —quien vivió hasta 1966— le dice: “Parece mentira que tú, siendo hijo de Carlos Manuel de Céspedes, un hombre tan patriota, estés todavía aquí”. Y el muchacho se suma al mambisado.

Yo sospecho que en el momento de su muerte —23 de mayo de 1932— Cambula estuvo recordando cuando, con varios trozos de tela, construía un símbolo imperecedero.

Y también recordando a Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo, quien alguna vez escribió: “Hoy hace un año que no veo a Cambula ni a mi hijita. En todo este tiempo me he hallado solo…”.


Compartir

Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


Deja tu comentario

Condición de protección de datos