Es Aserradero, ubicado a 40 kilómetros al suroeste de la ciudad de Santiago de Cuba, uno de esos pueblecitos inadvertidos en el mapa. El asentamiento, cuyos orígenes se remontan a la época colonial, recibió el “título nobiliario” de consejo popular a inicios de los noventa.
A Aserradero se llega por la carretera turística que, entre la sierra y el mar, conduce a la provincia de Granma. Sin embargo, no recibe normalmente gran número de visitantes, turistas menos. El trasiego es de sus propios habitantes o allegados de estos. Existen allí un centenar de casas y unos tres mil habitantes.
Sin embargo, el recóndito paraje encierra interesantes huellas de una época pasada y gloriosa que trasciende las fronteras del espacio y del tiempo, y vale la pena conocer.
LO QUE QUEDA DEL 98
La placa colocada en 1998 por la Comisión del Centenario está demasiado escondida.(Igor Guilarte/ Cubahora)
Visité Aserradero un sábado de cielo nublado, en la mañana. Por libros que cuentan la guerra hispano-cubano-norteamericana conocía que el 20 de junio de 1898, en la tarde, fue epicentro de la trascendental entrevista de Calixto García con el alto mando norteamericano. Es decir, en ese punto perdido de nuestra geografía oriental nació el plan de operaciones que concluiría con la debacle del imperio español.
Shafter y su ejército expedicionario desconocían la topografía del terreno, las características del escenario militar y del sistema defensivo. Los mambises, por el contrario, eran los amos de la manigua y tenían en jaque a los defensores de Castilla. Los del Norte no tuvieron más remedio que acudir a los cubanos.
Entonces me dispongo a repasar esa historia in situ. Averiguo por la existencia de alguna fortificación española en la zona. Me dicen que los españoles tenían un fuerte en la playa, y un hospital en una loma cercana. Es la leyenda que ha trascendido por tradición oral. Con ansias de arqueólogo debutante pregunto cómo se puede llegar.
Rumbo a la colina me guían dos lugareños. Durante algunos minutos andamos un sendero abrupto. A los lados hay casas salteadas. Son sencillas y recónditas hasta la extrañeza. Perpendicular a este camino, a la derecha, aparece un trillo entre la maleza; o más bien, una cañada. Desde arriba baja un hilo de agua proveniente de un manantial subterráneo. Es un atajo, verdaderamente peñascoso.
Recuerdo haber leído que el día del histórico parlamento, hasta la mula de Shafter llegó “echando el bofe” por lo empinado de la subida con las 300 libras del mantecoso general sobre su lomo. Pero por aquí no debió trepar la pobre acémila. Presumo que hayan dado la vuelta. Hay que aferrarse a piedras con las manos, tirar de bejucos para impulsarse, pisar bien para no rodar loma abajo.
Shafter y Calixto García en Aserradero. (Igor Guilarte/ Cubahora)
Se abre al fin una meseta de yerba rala, reseca; donde crece alguna especie de palma pigmea. En ese entorno debió ocurrir el encuentro. Desde esa cima se domina visualmente todo el paisaje: un tramo de la zigzagueante carretera que fuera Camino Real, el verde lomerío alrededor, un mar inmenso que parece al alcance de la mano, y el caserío de Aserradero a los pies.
Esa condición de mirador natural justifica por sí sola que el entonces lugarteniente general del Ejército Libertador plantara en esa área su campamento, luego de ser citado por la jefatura norteamericana para el parlamento.
Un trillo revela la dirección del fuerte, pero una criolla cerca de “atajanegros” resguarda el lugar. Tras varios minutos de deliberaciones parece que la expedición termina, irremediablemente, sin llegar a su objetivo. Pero se advierte una talanquera que da paso. Avanzamos. Entre matorrales se hallan los restos de los muros del baluarte que allí se levantó hace más de un siglo. A juzgar por la altura de las paredes en pie –algunas alcanzan los tres metros– y las dimensiones del área, puede afirmarse que era una construcción de cierta relevancia.
Del piso no queda nada. Tampoco se divisan restos de madera ni tejas francesas que debieron formar parte del inmueble. Aunque carcomidas por los cientos de años y temporales, solo resisten en pie algunas paredes de ladrillos terrosos y enchapadas con lajas (como se denominan las piedras de río). Al fondo de las ruinas y sobre la yerba permanece, muda, una campana de bronce. ¡Si pudiera hablar de cuánto ha sido testigo!
La historia se desvaneció, lenta e inevitablemente. Entonces la fortaleza derruida quedó transformada en aljibe, para dar agua a la comunidad. A pesar de una tarja que intenta resaltar el valor patrimonial del sitio, es prácticamente un monumento inaccesible, ineficaz, abandonado.
HUELLAS EN LA PLAYA
Restos del fortín que debió servir de posta avanzada en la playa. (Igor Guilarte/ Cubahora)
Abajo, al otro lado de la carretera, en la playa, algunos pescadores tienen sus botes, y sus casas. También vecinos y visitantes hacen de esa margen su balneario, sobre todo en verano.
A unos ocho metros de la orilla, un círculo de piedras cuidadosamente superpuestas perfila los cimientos inconfundibles de un blockhouse colonial. Se ubica en la margen izquierda de lo que debió ser un río más anchuroso y hoy no rebasa la condición de charca sin desembocadura. Rastros de fogatas en el interior del fortín revelan el uso que tiene en la actualidad.
Es de suponer que antaño tuviera el objetivo de custodiar el muelle por donde, una vez a la semana, se embarcaban en una goleta rumbo a Santiago las producciones de café y maderas extraídas de las serranías, y los minerales explotados en las minas de El Cobre. Además, las personas enfermas que bajaban de los confines rurales para buscar asistencia médica en la ciudad. Muchas de ellas murieron a la espera del barco, y sus cuerpos fueron enterrados en cementerios improvisados en las adyacencias del litoral.
Por la playa de Aserradero desembarcaron el almirante Sampson y Shafter, para acudir a la entrevista con Calixto García. Y viceversa, 3000 insurrectos cubanos abordaron cuatro buques americanos para ser transportados hasta Siboney y Daiquirí, al otro extremo de la provincia, desde donde iniciaron el avance conjunto en la llamada campaña de Santiago.
EMERGE EL VISCAYA
Como clavada en medio del mar, a unos ochocientos metros de la costa, una extraña y difusa silueta despierta la curiosidad. Se trata del herrumbroso cañón González Hontoria ubicado en la proa del acorazado Vizcaya, uno de los navíos de la escuadra española que acabó destrozada el 3 de julio de 1898. El Vizcaya fue el segundo barco que más lejos llegó en el frustrado intento de huir de sus cazadores.
“Con la conciencia tranquila voy al sacrificio”, escribió el almirante Cervera tras recibir la orden de abandonar el refugio de la bahía y dar la cara a la armada enemiga. Sus palabras sonaban a epitafio. Aún bajo las olas santiagueras yacen ahogadas cientos de almas hispanas, sin cruces ni flores. El manto grisáceo que extiende el cielo sobre el mar –el día de mi visita– me hace evocar aquel domingo triste, y aun me figuro en la inmensidad los espectros de aquellas cáscaras de nuez, en su alocada carrera hacia el holocausto.
Sometido a fuertes tempestades y al no estar abrigado por una ensenada –como el caso de su gemelo Oquendo, embarrancado en la playa Juan González– el Vizcaya, o mejor dicho, lo que de él queda, presenta bastante deterioro. El pecio está incrustado en un arrecife paralelo a la costa, entre ocho y catorce metros de profundidad. Para llegar hasta allí resulta imprescindible hacerlo en una embarcación.
Cubiertas, salas de máquinas, pasillos y camarotes, por donde antes deambularon los aguerridos marinos comandados por Eulate, son ahora un laberinto lúgubre y misterioso; un amasijo de hierros convertido en arrecife artificial y albergue de peces. Desde 2015, durante el evento internacional Simposub, los restos de la flota española fueron declarados Monumento Nacional.
Luego de la guerra del 98 el mundo no volvió a ser el mismo. Por eso todas las reliquias vinculadas a ese episodio, más allá de la nuestra, pertenecen a la historia universal. Como tal, merecen un mínimo de respeto y atención. Parte de ese patrimonio radica en Aserradero, aunque en lamentable olvido y a riesgo de perderse para siempre. No son simples trozos de piedra. Son de esos sitios que permiten viajar en el tiempo y tocar la historia con la mano.
Agustin F Venero
10/4/20 11:31
Muy interesante el articulo. Gracias
Iba de pesca y caza a Asserradero con mi padre y amigos al principio de los annos 50. En aquel entoces las dos casas principales era la de la maestra, Felicita Verdecia, y la escuela que estaba frente a su casa. Felicita Verdecia habia visto el encallamiento y fuego del Vizcaya. Ella, una ninna de unos 7 annos, habia huido con sus padres a las lomas que rodean Aserradero.
Felicita Verdecia servia de medico, juez, y embajadora del area. Se jubilo a mediados de los annos 50.
Tengo muy buenos recuerdos de Asseradero
angel rotger
20/7/19 6:51
Muchas veces fui al poblado de Aserradero y casi nadie sabe sobre este hecho historico.,lo cierto es que se debe proteger estos restos y dar mas publicidad sobre el tema. Muchas gracias a Igort que siempre nos sorprende, por mi parte publicare este trabajo en el Grupo que tengo en Facebook. muchas gracias
Williams
5/6/19 14:03
Interesante la historia de mi patria, me sumo al pedido del periodista de rescatar del olvido estos lugares tan ricos en una historia tan trascendental como lo fue el inicio del imperio yanqui.
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