Con el arribo este jueves a la capital cubana del primer ministro ruso, Dmitri Medvedev, para una permanencia de 48 horas y un amplio programa de intercambios oficiales y recorridos por sitios de interés, siguen ganando en amplitud y profundidad las históricas relaciones entre el gigante euroasiático y la Mayor de las Antillas.
Según notas oficiales, la presencia en nuestro país del jefe de gobierno de la Federación Rusa es clara expresión del magnífico estado de los vínculos mutuos y de la identificación y afinidad de los puntos de vista de ambas partes en torno a los agudos retos que debe enfrentar el mundo de hoy, signado por el absurdo empecinamiento hegemonista de hacer valer sus cánones asimétricos por métodos hostiles y altamente riesgosos.
En consecuencia, Cuba y Rusia, respetuosas de las normas internacionales de convivencia, apegadas a los principios del multilateralismo y la valía de la autodeterminación y la integridad de las naciones, defensoras de la paz, la colaboración y en entendimiento entre los pueblos, y fieles a una larga trayectoria común que les ha identificado por decenios como compañeros en un mismo rumbo, insisten en seguir impulsando unos lazos que, desde sus mismos inicios, obviaron los escalones de la formalidad para instituirse como totalmente fraternales.
Los cubanos, como escribimos una vez en estas páginas, “nunca olvidaremos lo vital y decisivo que resultó el respaldo soviético a nuestra patria en su lucha contra la agresividad de la Casa Blanca desde los primeros tiempos del triunfo revolucionario de enero de 1959, y nos congratulamos hoy de las excelentes relaciones con Rusia, basadas en los tradicionales lazos de amistad y los profundos sentimientos que unen a ambos pueblos y gobiernos, y de la existencia de un diálogo político bilateral fructífero y útil al más alto nivel.”
Vale recordar que esta marcha conjunta no fue, por cierto, un andar sobre pétalos de rosa.
Para la Isla de la Libertad, como tempranamente definieron millones de soviéticos al Primer Estado Socialista del Hemisferio Occidental, así como para todas las fuerzas progresistas del planeta, la disolución de la URSS resultó un severísimo golpe de múltiples y adversas consecuencias. Era la pérdida de un aliado que, pese a todo cuando de erróneo pueda achacársele, siempre les entregó su solidaridad, no pocas veces decisiva, en el logro de sus más perentorias aspiraciones.
Pero- añadíamos entonces en torno a la evolución posterior de los acontecimientos- “los males no duran cien años ni hay cuerpos que los resistan, y la turbia realidad de una Rusia anonadada y en declive se trastocó en poco tiempo, a instancias de sus nuevas autoridades, en el reverdecimiento de una potencia que hoy, junto a China, integra el formidable binomio que planta un tajante obstáculo al hegemonismo gringo.”
Y en esas condiciones, los tradicionales vínculos del coloso euroasiático con el “pequeño pero firme hermano al otro lado del océano” han retomado un nuevo y vigoroso impulso que ha tenido momentos claves con los encuentros personales de los últimos años, tanto en Moscú como en La Habana, de los máximos dirigentes de ambas naciones.”
De ahí que la presencia de Dmitri Medvedev en Cuba este octubre, un país al que ya ha visitado en ocasiones anteriores, no solo reviva toda la larga y convergente línea que marca el devenir de nuestros pueblos, sino que, en instantes en que se arrecia la hostilidad de la Casa Blanca contra nuestro proyecto socialista y contra los gobiernos progresista del resto de América Latina y el Caribe, dice mucho del propósito del Kremlin de reforzar el apoyo a los agredidos y fortalecer las tendencias transformadoras de corte positivo en esta región.
Es la confirmación de que el mundo ha cambiado y seguirá haciéndolo para bien a pesar de las perretas de la Oficina Oval y sus socios de ocasión, y que en esa marcha la unidad, la identificación y la interacción deben ser más profundas aún entre los que no están dispuestos a ceder terreno ni acatar las políticas injerencistas y absolutistas del agresor.
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