Veintisiete veces consecutivas. Se dice fácil, pero en verdad resulta más de un cuarto de siglo de una batalla política colectiva que marca ya historia en el devenir del máximo organismo internacional, a la vez que devela sus serias y hasta hoy inamovibles insuficiencias y disfunciones que no deben pasarse por alto.
Así que de forma clara, contundente, paciente, reiterativa e invariable, la mayoría de la verdadera comunidad internacional –esa que colma cada año la sala de sesiones de la Asamblea General de la ONU-, ha establecido su prolongado y repetido rechazo a las casi seis décadas de cerco económico y financiero ejecutado por la primera potencia capitalista, Estados Unidos, contra su pequeño, inmediato, pero terco vecino isleño del sur.
Veintisiete veces, ya lo apuntábamos anteriormente, la abrumadora mayoría del planeta (no importa desde hace un buen rato que algunos gobiernos sean incluso carnales del hegemonismo en otras situaciones) ha demandado el derecho de los cubanos a dejar de vivir bajo asfixia perenne a causa de una medida absurda, calificada oficialmente de genocidio, y que en términos políticos resulta un absoluto desastre para el ya extremadamente raído lustre de la Casa Blanca.
En pocas palabras, se trata de un bloqueo que casi toda la humanidad rechaza, critica y quisiera ver totalmente diluido en el más breve tiempo posible. Una oposición que en la votación de días pasados, resistió incluso las presiones y el tedio impuesto por Washington al usual mecanismo de discusión sobre el bloqueo, y no tuvo reparos en invalidar de manera consecutiva y por amplísimo margen, ocho enmiendas que la delegación norteamericana pretendió “colgar” a la tradicional resolución cubana sobre el tema, a la vez que reiteraba su masivo apoyo a la solicitud de La Habana que volvía a clamar por hacer valer la necesidad de abolir semejante engendro.
No obstante, y como evidente paradoja, cierto es que los mecanismos sesgados y exclusivistas que la ONU arrastra desde su cuna a partir de las condiciones globales que marcaron su origen, privan a su ámbito realmente representativo y democrático, la Asamblea General, de adoptar decisiones vinculantes, dejando esa potestad en mano del reducido grupo asentado en el selectivo Consejo de Seguridad.
En consecuencia, un tema como el bloqueo no tiene otra alternativa que limitarse a marcar puntos políticos y diplomáticos, en un contexto que evita asumir decisiones y prácticas obligatorias a quienes dentro de los Estados Unidos insisten en que la voluntad del imperio, “tocada por la gracia de la Providencia”, tiene que ser el patrón para todos los que vivimos en esta, nuestra única y maltrecha casa común.
De manera que imponer en el seno de las Naciones Unidas la responsabilidad de cambio a los verdaderos agresores, pasa inexorablemente por hacer valer la nada nueva aspiración de muchos de sus miembros de que esa entidad deje atrás los vicios que le han sido impuestos desde su creación, y otorgue voz y voto efectivos a todos y cada uno de sus integrantes, haciendo honor a los fundamentos claves que rezan a favor de los derechos igualitarios para todos los pueblos y todas los países.
manolete
7/11/18 11:27
cuando a los poderosos les ha convenido a sus intereses como en este caso, las resoluciones de la Asamblea General han tenido caracter vinculante.
El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en Nueva York, aprobó la Resolución 181, la cual recomendaba un plan para resolver el conflicto entre judíos y árabes en la región de Palestina, que se encontraba en esos momentos bajo administración británica.
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