Si el respeto y la decencia fueran verdaderamente pilares en los vínculos internacionales, sin dudas este atolondrado planeta viviría horas más placenteras.
Dejemos por un lado en este comentario la idea ideal de un mundo de igualdad absoluta, de concordia eterna, de oportunidades sin barreras ni exclusiones, y pensemos con una lógica tal vez más “atrasada” en el tiempo histórico: aquella que suscribe que el admitir las prerrogativas ajenas es la paz, y que “mis derechos terminan donde empiezan los de los demás”. O para ser más populares: “en mi casa mando yo, y en la del vecino…el vecino.”
Solo que en el devenir mundial, y concretamente en el de los vínculos entre Cuba y su tradicionalmente apabullador vecino del Norte, no son pocos los agravios que ha debido enfrentar nuestro archipiélago a manos de semejante personaje a lo largo de sus gestas de liberación, su existencia neocolonial y su liberación definitiva, y todo a cuenta de que la gran potencia capitalista soslayó y soslaya toda equidad y acatamiento cuando de los derechos ajenos se trata.
Lamentablemente, y hasta tanto la razón razonable falte entre los sectores de poder norteamericanos, el pollo del fricasé con Cuba ha sido siempre el mismo, aunque varíen los condimentos y el tiempo de cocción.
Así, unos gobiernos gringos atizaron la gran llamarada y gustaron del amargor o la acidez. Otros (y seguramente el de Barack Obama ocupa la cabeza en esta más que exigua lista) se decantaron por el fuego lento y el adobo más suave y dúctil al paladar.
De ahí que en la memoria de los cubanos los meses de apertura en los vínculos mutuos, con todo su trasfondo e insuficiencias, son los de mejor recuerdo tal vez en toda la historia de las relaciones bilaterales.
- Consulte además: #17D…pasos de un largo camino (+Infografía)
Con la llegada del obcecado y egocéntrico Donald Trump ese escenario resultó degradado a los tiempos del trogloditismo absoluto, al punto que, como se sabe, solo en este 2020, en medio de los rigores de la pandemia global del COVID-19, el hoy saliente inquilino de la Oficina Oval suscribió no menos de ciento treinta medidas punitivas contra La mayor de las Antillas en materia de economía, comercio y finanzas, y se ha entregado incluso -a horas de cerrar la puerta- a ensayar el modelo de la “revoluciones blandas” contra el pueblo cubano
Es más, también por estos días, y por aquello de empantanarle el escenario a su sucesor demócrata en lo tocante a cualquier iniciativa acerca de Cuba, desde Washington se reviven los pretextos acerca de los pretendidos incidentes sónicos a su embajada en La Habana y se insiste -sin ninguna prueba científica- en la “agresión” cubana a la “salud e integridad de los diplomáticos estadounidenses” que tantas “malas horas y noches” han sufrido.
Todo, porque para el presidente entrante, Joe Biden, al parecer la línea de conducta con relación a Cuba debe dar continuidad a la iniciada por Obama como un método más manejable de influir en los destinos de la nación cubana.
El asunto es que, en el fondo, no se acaba de reconocer allá arriba --simple alusión a la geografía--, que lo único que Cuba demanda es independencia, autodeterminación y respeto como base de la armonía y de un clima saludable para las dos partes y para el resto de la humanidad.
Cada quien cuide de su casa y deje que los demás lo hagan con la suya. Nada tan elemental y constructivo en este controvertido mundo, por lo menos hasta que un día, quien sabe de cuál siglo, podamos ser todos hermanos, sin barreras artificiales, prejuicios, recelos, saña ni exclusiones.
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