A Arnaldo le duele no regresar a la aldea; que sus niños indígenas cuenten los veinte días y se percaten de que él no regresará; que no volverá con caramelos, ni abrazos, ni música, ni bailes desconocidos para aquellos niños que solo comen casabe, yuca y frutas, que están desnutridos y que una vez lo salvaron de la picada de una serpiente. No los abrazó por última vez, porque al terminar su consulta de aquel mes por la Amazonía, jamás imaginó que no regresaría a sanarles el cuerpo y mucho menos el alma.
“¿Puedo abrazarla?, doctora”, le decían con frecuencia porque siempre tuvo tiempo para todos, porque a ella sí podían ir con diez afecciones a la misma vez. Hasta ella llegó la niña autista, aquejada con una tumoración abdominal, pero a la que nunca un médico le palpó el abdomen. La doctora Ciria, de Cabaiguán, fue su bendición.
En sus tiempos libres, Carlos hizo un huerto con verduras y plantas medicinales en las áreas libres del consultorio. “Mi cantero de salud”, le llamaba a su iniciativa, mientras algunos no daban crédito a la idea, porque se supone que los médicos no deben embarrarse las manos con fango. Ese mismo cubano que cultivaba la tierra, un día le regaló la primera muñeca a Nina, quien tenía nueve años y jamás había dormido abrazada a un juguete.
Estas historias nacieron del Programa Más Médicos, donde miles de galenos del archipiélago pusieron sus almas y saberes durante más de cinco años. Desde hace algunos jornadas, ellos protagonizan, inesperadamente, la evacuación más grande realizada por el gobierno cubano. Llegan por centenas cada día en dos aviones IL 96-300 que repiten la ruta varias veces al día.
Bajan con banderas, la cubana y también la brasileña, y siempre a los pies de la escalerilla de la aeronave reciben la bienvenida de los dirigentes más importante del país. Primero estuvo el presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, luego el Primer Secretario del Partido, el General de Ejército Raúl Castro, como símbolo exacto del abrazo de una Revolución que no abandona a sus hijos y exige para ellos respeto.
De a poco van volviendo los héroes a la patria. Les conmueve estar de nuevo con sus cariños más entrañables. Pero cuando la algarabía por el regreso se aplaca, crece un dolor incontenible por el bebé que no tendrá quien descubra, por ejemplo, la cardiopatía escondida detrás de su bajo peso; por la embarazada a la que le faltaban algunas consultas antes del parto; o por el abuelo que cada mañana acudía al consultorio para que le tomaran la presión y, de paso, lo abrazaran. ¡Cuántas preocupaciones a tantos kilómetros de distancia!
No es fácil el retorno cuando atrás quedan tantos seres en un desamparo sin respuestas inmediatas. Lastimada está Cuba por una decisión urgente, pero colmada de tristezas, porque para sus médicos es imposible poner una valla entre diagnósticos y almas que penan.
A estas alturas, solo Ciria, Carlos, Arnaldo y los más 8 mil profesionales que se aprestan al regreso, entenderán el sosiego de este viaje inesperado. Son más que médicos y en el dolor de un paciente también les va la vida.
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