Ataques con armas sónicas, efectos nocivos de microondas, conmociones cerebrales, neuro-armas, conspiraciones con Rusia y, últimamente, afectaciones en el oído interno, son algunas de las teorías que ha difundido Estados Unidos con respecto a los supuestos incidentes sónicos reportados el 17 de febrero de 2017 por miembros de su misión diplomática en La Habana.
Cuba, como ha señalado en varias ocasiones el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, no tiene responsabilidad en los alegados incidentes que han afectado la salud de diplomáticos estadounidenses y sus familiares en La Habana. Sin embargo, hasta la fecha, el gobierno de Trump no ha dejado de culpar a nuestra nación, a pesar de que no se han identificado posibles autores, ni personas con motivación, intención o medios para ejecutar este tipo de acciones, ni evidencias de ellas.
Los síntomas reportados por los diplomáticos, desde un inicio, han dejado perpleja a la comunidad internacional, puesto que no aparecen registrados casos similares en la literatura médica. Hasta el momento no ha sido posible el intercambio entre el equipo cubano encargado de estudiar el caso y el equipo médico que examinó a las supuestas víctimas, y todavía las posibles causas no se han establecido.
Lo que sí sabemos es que estos supuestos incidentes sónicos han sido la justificación perfecta para que el gobierno de Donald Trump cumpliera lo prometido: revertir los avances en las relaciones diplomáticas con Cuba que había logrado su antecesor, Barack Obama. Cuatro años después de aquel 17 de diciembre de 2014, se ha producido un retroceso, como lo atestigua el cierre definitivo de la oficina del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos en La Habana.
Cubahora le propone un acercamiento a los principales hechos relacionados con el caso, que ha sido objeto de mucha ficción... y malas intenciones.
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