“Nuestra política hacia Cuba permanecerá intacta”, sostuvo el portavoz adjunto del Departamento de Estado, Mark Toner, citado por la agencia DPA después del aplastaste rechazo de la Asamblea General de las Naciones Unidas al bloqueo. Tal aseveración se ha convertido en el supuesto cambio con que Barack Obama deslumbraba al mundo.
Según el vocero, la política de Washington hacia Cuba tiene como objetivo “crear mejores lazos con el pueblo cubano más allá del gobierno”, con el que la administración Obama sigue manteniendo las mismas “inquietudes”, por lo cual “no va a cambiar” la política hacia la isla, insistió Toner.
La primera “inquietud” de Estados Unidos es que no acepta un gobierno independiente en La Habana, de ahí que escamotean la definición de pueblo cubano, que excluye a la gran mayoría que apoya a su gobierno legítimo y sus gobernantes.
Como un fósil activo y viviente de la Guerra Fría está el objetivo enunciado el 6 de abril de 1960, por el subsecretario de Estado, Lester D. Mallory: “provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria [...] debilitar la vida económica negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”, que ha conducido a las mayores agresiones y a políticas obcecadas.
La segunda “inquietud” es el ejemplo de Cuba para América Latina y otras latitudes: se puede vivir sin el tutelaje de Washington, se puede ser independiente, se pueden hacer políticas dirigidas a las grandes mayorías y se puede ejercer el derecho a la autodeterminación sin injerencias y sin los designios del gran capital.
La entereza de Cuba para mantener su independencia, la “fabulosa resistencia de la familia cubana” despiertan la admiración y son una alternativa, que con características particulares en varias naciones, sirven de aliento a los cambios democráticos y liberadores de América Latina. Demasiado subversivo para el gusto de once administraciones norteamericanas.
La tercera “inquietud” es que todos los logros del gobierno y el pueblo cubano, a pesar de la afectación económica del bloqueo, calculada al día de hoy en un estimado de un billón 66 mil millones de dólares, no han hecho sucumbir la economía cubana no exenta de la crisis económica mundial.
No cabe en el imaginario imperial norteamericano que la pequeña islita se plante en su nacionalismo y sus valores acumulados para salir de la escasez o de los avatares de la naturaleza como ciclones e inundaciones, por la solidaridad de una nación toda y un exquisito sistema de defensa civil. Menos cabe que se actualice el modelo económico cubano exitosamente.
Y, una cuarta “inquietud” es una sucesión de fracasos acumulados por la “oposición” que la Oficina de Intereses de EE.UU. maneja en la Isla y que, según han descrito los mismos diplomáticos norteamericanos carece absolutamente de influencia entre lo que ellos llaman los “cubanos de a pie”.
Curiosamente, en la distorsionada visión de Cuba que tiene el gobierno norteamericano estos son los cubanos a quienes quieren ayudar, por encima de la gran mayoría y por encima de su gobierno.
De ahí que reiteradamente el gobierno vecino haya rechazado las peticiones de diálogo del isleño. El canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla ha reiterado la solicitud de dialogar en su intervención de este 13 de noviembre en las Naciones Unidas.
En julio del 2012 lo había repetido el presidente Raúl Castro: “El día que quieran, la mesa está servida”, para quien se pueden debatir con Washington todos los temas desde la democracia y la libertad de prensa hasta los derechos humanos pero “en igualdad de condiciones porque no somos sometidos, ni colonia de nadie, ni títere de nadie”.
Por lo que se ha visto durante varias décadas de existencia de la Revolución cubana y hasta los días de hoy pesan más las “inquietudes” de Washington que la razón y el buen entendimiento que llevarían a dialogar, aunque sea. Cuba seguirá adelante, quiéranlo o no.
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