Con el proceso de liberación nacional iniciado en enero de 1959 tras la caída del gobierno dictatorial de Fulgencio Batista y la definitiva supresión del entramado colonialista comenzó, casi de forma simultánea, la lucha por la supervivencia del programa político concebido desde la Sierra Maestra.
La Revolución obrero-campesina liderada por Fidel Castro se gestó y nació de manera irremediable bajo la amenaza del fracaso. Y no solo encontró la vía para subsistir a tantos peligros internos y externos, sino que, como reconoció el filósofo francés Jean-Paul Sartre, halló la manera de radicalizarse mientras más grande se anunciaba la contingencia.
Basta con repasar las alocuciones de Fidel para entender cuán importante resultaba para su cosmovisión estratégica la noción de resistencia. Una realidad que se explica en su absoluto conocimiento de las condiciones geopolíticas, históricas y culturales de Cuba y en lo extraordinario de apostar por el Socialismo en un país caribeño, subdesarrollado y ubicado en la más íntima zona de influencia estadounidense.
- Consulte además: De Obama a Biden: política de EE.UU. hacia Cuba
Es en la búsqueda de otra sociedad y en la convicción de caminar a contracorriente por principios éticos que responden a una profunda tradición de insurgencia y justicia donde descansa lo que, en definitiva, y a base, también, del inevitable ensayo y error, se ha convertido en el sustento de la continuidad.
¿Qué significa resistir? No la burda acción de soportar cuanta inclemencia azote por el mero hecho de sobrevivir en la resignación, como insisten en afirmar los supuestos gurús de las revoluciones frustradas; sino la capacidad de vincular pensamiento y acción con vocación creadora para cimentar algo mejor. Una actitud que se erige en el fortalecimiento de la conciencia y en la plena certeza de saber para qué sirve el más mínimo sacrificio.
- Consulte además: ¿Enseñar qué marxismo?¿Un marxismo atractivo o vital?
El contexto actual se nos presenta convulso, con un entorno internacional marcado por los conflictos bélicos y la incertidumbre, y con un escenario doméstico precario, azuzado por la profundización de la hostilidad de los Estados Unidos, la crisis generada por la COVID-19 y la implementación de medidas económicas arriesgadas. Situación que requiere, quizás como nunca, la implicación de todos.
Por la participación popular pasa, entonces, el futuro de nuestra nación. Por esa “adhesión orgánica” que se debe dar entre dirigentes y dirigidos a la que Antonio Gramsci llamó fuerza social.
Y habrá que enfrentar obstáculos. Y resistir, claro. Pero por y para nosotros mismos. Por la convicción de asumir un momento histórico ávido de subvertir el orden actual. Sin normalizar la exigüidad y sin caer en la trampa de los términos vacíos y el burocratismo.
Con la responsabilidad de crear aun en medio de las contradicciones y de los retazos coloniales. Por lo que representa nuestra Revolución para América Latina y el resto del mundo. Porque, a fin de cuentas, ninguna otra opción, por edulcorada que sea, satisface los reclamos de los menos favorecidos.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.