Si usted decide acabar con la vida de un mamífero, le basta con privarlo de la sangre. Cada una de sus células colapsará por asfixia, pues va a carecer del fluido que la surte de oxígeno.
Y, si se pretende, diabólicamente, acabar con un país, se le priva de petróleo. Porque éste es –sin recurrir a metáforas-- la sangre de una nación.
El periodista y escritor Ramón Gómez de la Serna declaró: “La gasolina es el incienso de la civilización.”
Y ya lo dijo aquel taimado personaje, fundador del imperio de los hidrocarburos, John Davison Rockefeller I: “Levántate pronto, trabaja hasta tarde y encuentra petróleo”.
HAGAMOS UN POQUITO DE HISTORIA
Todo el que esté medianamente al tanto de los titulares periodísticos de hoy, bien sabrá del intento que llevan a cabo los retorcidos vecinos norteños para yugular a nuestra patria por medio del petróleo.
Ah, pero debe saberse que este asunto tiene su pasado.
Como si dispusiésemos de la wellesiana máquina del tiempo, vamos a trasladarnos hasta los días posteriores a la esplendorosa alborada de enero.
Unos periodistas extranjeros abordan a Ché Guevara:
--¿Hasta dónde va a llegar la revolución cubana?
Y el comandante argentino-cubano, mezclando picardía del Coño Sur con chivadera cubiche, les responde:
--¡Hasta donde la lleven los americanos!
Me explico. No es que el recién triunfante proceso careciese de una firme plataforma programática. No. Se asentaba sobre un basamento popular, agrarista, pro-obrero, nacionalista, antimperialista. “Con los pobres de la tierra…”.
Pero todo aquél que le haya dispensado --aunque sólo sea de paso-- un superficial vistazo a nuestro ayer reciente, bien sabe que el petulante, engreído, presuntuoso, prepotente, imperial --¿cuántos adjetivos más?-- comportamiento de los vecinos yanquirules determinaron una aceleradísima radicalización del proceso cubano.
Todo comenzó con la Reforma Agraria, rubricada en mayo del ’59. Iban a salir del hueco nuestros guajiros: 100 mil aparceros, arrendatarios y precaristas.
Subráyese que una reforma agraria no constituye una medida comunista. Innumerables países, muy alejados de tal línea, tomaron ese tipo de decisión. (Uruguay, a principios del siglo XIX; México, 1915; Colombia, 1936; Venezuela, 1945; Bolivia, 1953; Guatemala, en la década de los1950; Bolivia, 1953; Chile, a partir de 1962; etc.).
Y nuestro asunto fue con indemnización, pagadera en azúcar. Pero los gringos suspendieron las compras del dulce. De manera que aquí dijimos: que iban a cobrar en casa del… bueno, en casa del badajo.
Entonces vino aquel primer intento de asfixiarnos, de yugularnos con el petróleo.
De inmediato, organizamos aquí los comités de recepción, pues desde los puertos soviéticos comenzaron a zarpar los tanqueros. Gracias al inglés –que hablan los marinos de todo el mundo-- pudimos dispararles a bordo nuestros discursitos de bienvenida, mientras nos atarugábamos de vodka.
Ahora, está en escena este segundo acto de la guerra de los hidrocarburos.
¿Por qué? Pues porque los infames vecinos que el buen Dios nos deparó siguen ahí y continúan siendo igualmente infames.
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