Cualquier observador puede notar un retroceso en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, especialmente si comparamos el estado actual con lo que estaba sucediendo hace cuatro años, cuando el 17 de diciembre de 2014 ambos gobiernos anunciaron un nuevo camino de entendimiento.
Lo que algunos llamaron “deshielo” se ha vuelto a enfriar durante la presidencia de Donald Trump, quien ya acumula casi dos años en la Casa Blanca y ha pretendido recrudecer el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba.
Lo ha dicho incluso la cancillería cubana: “En los últimos meses, a la decisión del gobierno de Estados Unidos desde enero de 2017 y posteriormente en junio de ese mismo año, de imponer o decretar un retroceso en la política de los EE.UU. hacia Cuba, se ha sumado una escalada de declaraciones y acciones que endurecen el bloqueo y que redoblan la hostilidad contra nuestro país”, declaró Johana Tablada, subdirectora general de la Dirección de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Es cierto que varias cosas continúan en su sitio. El gobierno de Trump dejó intactos muchos de los principales acuerdos alcanzados entre La Habana y Washington: las embajadas en ambos países permanecen abiertas; los vuelos comerciales directos y los cruceros desde Estados Unidos siguen funcionando; la política de “pies secos, pies mojados” no fue reintroducida; continúan abiertos los canales de diálogo en temas de interés común como la aplicación y cumplimiento de la ley; se han mantenido acuerdos bilaterales sobre cuestiones relacionadas con la seguridad.
Pero es innegable que los pasos atrás tienen efectos en las vidas de miles de personas. Muchas familias, por ejemplo, no podrán pasar juntas este fin de año como consecuencia de la política estadounidense.
El Servicio de Ciudadanía e Inmigración cerró hace unos días su Oficina Local en La Habana, aunque en la práctica habían suspendido sus servicios desde noviembre de 2017. Como resultado de ese comportamiento Estados Unidos ha incumplido el acuerdo migratorio con Cuba según el cual debe entregar al menos 20 000 visas para inmigrantes cada año.
Por otra parte, en noviembre pasado Estados Unidos añadió 26 nombres a la larga lista de entidades cubanas con las cuales los ciudadanos estadounidenses tienen prohibido relacionarse, de conformidad con el Memorándum Presidencial de Seguridad Nacional de junio de 2017 sobre el Fortalecimiento de la Política hacia Cuba.
De acuerdo con la declaración del Departamento de Estado, se trata de “entidades y sub-entidades controladas por el personal o los servicios militares, de inteligencia y de seguridad de Cuba”. El nuevo listado elevó a más de 200 el número de entidades restringidas para los estadounidenses, quienes también tienen prohibido por ley hacer turismo en Cuba.
Además de los hechos concretos, no se puede subestimar el efecto de los discursos políticos. Recordemos las palabras en Miami del asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, cuando se refirió a Cuba, Venezuela y Nicaragua como una “Troika de Tiranía”. Si bien esa escena hay que entenderla como parte de la campaña electoral estadounidense, lo cierto es que frases de ese tipo colocan un halo negativo sobre nuestro país.
La retórica agresiva, sumada a la narrativa de los supuestos incidentes acústicos, afecta la imagen de Cuba, y eso también tiene consecuencias en un mundo donde las decisiones políticas y económicas se toman teniendo en cuenta también las percepciones.
Las universidades públicas en Estados Unidos —por poner un ejemplo— cuentan con equipos de evaluación de riesgos. Eso significa que, si consideran que es peligroso viajar a Cuba, aunque no haya evidencias científicas, pueden prohibir que sus estudiantes o profesores vengan a realizar intercambios académicos, más allá de que estos tengan la voluntad personal de hacerlo.
Pero no todos los caminos abiertos el 17D se han cerrado. Hay intereses que se mantienen más allá del cambio en el Ejecutivo estadounidense. Numerosos proyectos de ley presentados en el Congreso tienen la intención de erosionar el bloqueo, sobre todo en lo relacionado con los viajes a Cuba y la venta de productos agrícolas.
Hace unos días se aprobó, como parte de una ley de presupuesto agrícola, una enmienda favorable al comercio con Cuba. Aunque habrá que esperar para valorar los efectos prácticos de esa medida, se trata de la primera legislación aprobada en relación con Cuba en casi veinte años.
¿Por qué, a pesar de los intereses económicos con respecto a Cuba, un empresario y autoproclamado experto negociador como Trump toma medidas que potencialmente afectan a empresas estadounidenses? Algunos han dicho que quiere complacer a Marco Rubio, pero esa explicación parece incompleta, pues la política exterior de Estados Unidos no la decide una sola persona. Depende, en todos los casos, de intereses de élites de poder, y de la interrelación entre distintos actores e instituciones dentro del sistema político.
Desde el 17D se agudizaron las contradicciones y pugnas entre esas élites sobre el camino más efectivo a seguir con Cuba, para lograr sus objetivos. Tanto Rubio como Bolton son actores importantes en la conformación de política, pero no son los únicos.
Nótese, por ejemplo, que algunos intereses sobre Cuba no han sido dañados, ni las relaciones han retrocedido hasta donde el Senador cubanoamericano hubiese querido. Siguen los vuelos comerciales directos, que involucran a algunas de las principales aerolíneas estadounidenses como American Airlines, Jetblue y Delta. Otros actores relacionados con la industria de los viajes y el turismo, como Airbnb o las compañías de cruceros también se encuentran entre quienes buscan mejores relaciones entre Washington y La Habana.
A ese grupo podríamos sumar a gigantes tecnológicos como Google. En septiembre pasado, durante su visita a Nueva York, el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, se reunió en la sede de Google en Nueva York con ejecutivos de varias compañías como Twitter, Microsoft, Bloomberg y Cresta, invitado por Eric Schmidt, exdirector ejecutivo de Google.
En síntesis, en este 2018 que casi termina hemos visto un aumento de la hostilidad de Estados Unidos hacia Cuba; un deterioro en los vínculos bilaterales, aunque sobreviven las relaciones diplomáticas formales y ciertos niveles de cooperación en temas de interés común como la aplicación y el cumplimiento de la ley.
Al mismo tiempo, se mantienen al interior de aquel país intereses de élites que buscan un mejoramiento de las relaciones bilaterales, y 191 países dijeron NO al bloqueo en la ONU.
¿Qué nos deparará el año 2019? ¿Regresaremos al camino de una relación constructiva y beneficiosa para ambos pueblos? El tiempo dirá.
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