Venezuela-.Cuando visitas Versalles, el palacio de la monarquía absoluta francesa, terminas preguntándote por qué demoró tanto en estallar la Revolución de 1789. Cada puerta, cada espejo, cada moldura de las tantas que decoran al palacio más fastuoso de Europa, simbolizan la explotación ingente a la que estuvo sometido por siglos el pueblo galo, el famoso Tercer Estado compuesto nada menos que por el 99 % de la población francesa de la época.
Esa misma pregunta, pero en este caso por contraste, es la que se hace el visitante cuando el avión se acerca al aeropuerto internacional de Maiquetía, y la primera visión que tiene de Venezuela son los cerros populares, las pequeñas casitas que se aferran de modo precario a las laderas que rodean el Valle de Caracas. La revolución en Venezuela no fue un capricho de hombres visionarios como Hugo Chávez, sino una necesidad histórica, una tarea pendiente desde la época de los padres fundadores de la patria americana.
Revolución que tuvo como objetivo esencial el reparto equitativo de la renta de uno de los países con mayores recursos naturales del mundo. La política social de catorce años de gobierno chavista se ha traducido básicamente en una implementación de misiones sociales en materia de salud y educación gratuitas, alimentación y empoderamiento ciudadano. Los resultados hoy día se encuentran a la vista: ha disminuido abismalmente la indigencia económica y cultural en Venezuela.
Por supuesto, son todavía mayúsculos los retos a enfrentar. El subdesarrollo cultural no se erradica con la misma facilidad con la que se suprime el hambre o la falta de acceso a la salud pública. La inopia mental, y las prácticas simbólicas a ella asociadas (corrupción, violencia, indisciplina) son resultado de siglos de inequidad, de explotación sistemática, de políticas encaminadas a invisibilizar a los que nada tienen. Cada proyecto económico, político y cultural emprendido por Chávez estuvo sometido no sólo a la resistencia activa y consciente de la burguesía nacional, sino también a estos males. De ahí que precisamente lo que hoy se discuta en el terreno público es la continuidad de esta lucha por la emancipación mental, o la vuelta a políticas y prácticas tradicionales.
Sin embargo, y más allá del contexto electoral, el mayor aporte del chavismo ha sido en el terreno simbólico. La pobreza ha dejado de ser una mala palabra; los indigentes, los parias de este mundo, ya no se esconden debajo de la mesa. El ejercicio de la política no es ya el monopolio de una clase o de un grupo social tradicionalmente empoderado, para volverse una actividad cada vez más pública. En todos estos días la política ha estado en el centro de la actividad diaria de los venezolanos. La gente en la calle opina en torno al país que quiere y defiende, con la pasión del que sabe exactamente lo que está juego.
Cuentan que en la Francia revolucionaria los que sabían leer se ubicaban en las esquinas y plazas públicas para comentar los diarios del día a las masas. En América Latina, por el contrario, el discurso político se expresa mayoritariamente en símbolos visuales y sonoros. Carteles y canciones recorren Venezuela. La campaña política es también un espectáculo: se canta, se baila, se representa en la vestimenta la filiación política.
A las doce de la noche del jueves 11 de abril terminó oficialmente la campaña política por la máxima magistratura de la nación suramericana, unos comicios que si bien se consideran como los más cortos de la historia republicana de Venezuela, también están entre los más intensos. El visitante que por estos días recorre las principales ciudades del país, sabe que de un modo u otro está presenciando uno de los momentos más trascendentales de la historia de América Latina. El Tercer Estado, los pobres de este mundo, están decidiendo acerca del país de su futuro.
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