Cuando digo futuro…

Se levanta en agitadas olas y huele a futuro. Se deshiela de insípidos pasados y matiza con la sal de nuevas verdades una realidad que sabe inminente, cambiante, desnuda, suya. Se graduó en tiempos de almas ecuestres y no sabe más que de espuelas y galopes encendidos. El periodismo joven no es verso alado, es el magnífico bardo que esgrime su florete a la vida de una nación.

El “cambiar todo lo que debe ser cambiado” es su ley desde que, en la primera clase de Periodismo Impreso, alguien comenzó a poner en sus manos de estudiante las herramientas que cambian y estremecen al mundo: las palabras precisas.

Salidos de las aulas hace poco más de una década, los jóvenes periodistas cubanos encuentran hoy, en los cambios que remodelan la nación, ese periodismo que desearon hacer desde sus pupitres; y no exentos de miradas burocráticas o arcaicos procederes, son el germen de esa nueva visión de Patria y realidad que se edifica.

El cambio de mentalidades, a decir verdad, no les atañe… Ellos nacieron del cambio, son el cambio.

En cada texto puede notárseles una sed incansable por análisis e interpretaciones de la realidad cubana. Sobre todo desde los blogs, y en las emisoras de radio y televisión provinciales y municipales, la llama se enciende con riquísimos tonos de azul, rojo, blanco. Las aulas fueron solo el horno donde cocer ideas, visiones, ingredientes políticos y profesionales; fue la academia un vientre prolijo y fértil, y el parto ha sido de luces.

Cuentan la vida hoy desde la belleza; desde la palabra que, aguda y certera, estoca o alaba; desde la fina cuerda que implican las necesarias revoluciones; desde el canto de hijo fiel y firme. Y entonces la literatura, el cine, el sonido que ambienta y habla se mezclan en un esfuerzo perenne por contar historias, por olvidarse de géneros puros y parcos tecnicismos para inyectar de contrastes lo que una vez se erigía chato, absoluto, vacío.

Son los periodistas de la crisis; los de la renovación; los que creen porque quieren creer, porque saben creer. Son los “revolucioneros”; los que admiran a profes y colegas cuando saben enseñar; los que toman al aula y al medio por las orejas para sentarlos en diálogo, para fundirlos; los que presionan y empujan, y avanzan, y cantan, y lloran. Son los nativos digitales que a golpe de teclas edifican altares martianos.

Pero son también los que se equivocan, los que necesitan de los años para entroncar pericias, saberes, timones. Son la simiente, el arbusto, y toca al jardinero saberlos regar.

Los periodistas jóvenes, o mejor, el periodismo joven no es cuestión de edades, de feudos…, es una actitud, un río crecido y bello que limpia riveras, que pule las piedras del lecho, que busca y se empina a un mar de patria. Con el periodismo joven, “les convido a creerme cuando digo futuro…”