domingo, 8 de septiembre de 2024

Cuba y la virtud de ser Orfeo

Cuba es su aspiración a salir de los sitios oscuros en los cuales la han querido dejar y que no le pertenecen puesto que ha nacido para brillar, para estar en lo alto, para que no se quede en la mudez su esencia...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 11/07/2024
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José Martí - bandera de Cuba - estatatua
En Cuba hay suficiente sol para que todo se proyecte más allá de las sombras, para que lo que deseamos no esté quieto, sino que se vista con los ropajes de Martí

Cuba es mucho más que esa perla paradisiaca que se retrata en los libros de historia más superficiales. Se trata del sueño de generaciones que vieron en la insularidad ese rincón infinito y que como Lezama Lima no dieron su brazo a torcer a pesar de las inclemencias, de los tormentos, de las oscuridades. Más que una isla, la nación asume el ropaje de una especie de continente que viaja con nosotros y que nos persigue en los vagos recuerdos. A Cuba la llevamos adonde estemos y la tratamos de reconstruir a partir de sus dolores y sus luces. Y es que en la visión de un país caben muchos encontronazos. Ya el propio Lezama dijo de ese huracán en medio de la historia que no permite que exista una estabilidad, una balanza cierta un acotejo. Somos lo contrario de los seres hiperbóreos del norte, somos hijos del latinismo pasado por las selvas tropicales, el que pactó con chamanes y que posee en sus entrañas los espíritus de África metamorfoseados con alguna aparición de índole misteriosa.

 

Esa relación filial que posee Cuba con las civilizaciones mayores le otorga a nuestra nación un regocijo mayor cuando se trata de genealogías. Fue Alejo Carpentier quien en su obra estableció una ascendencia mayor que se remonta a los orígenes más ilustres del hemisferio y cómo eso se relaciona con el ser cubano. En realidad, las honduras de la Revolución Francesa, los efluvios de los grandes héroes, la épica de aquel pasado; están presentes en la construcción de una verdad que rebasa lo político y que se adentra en dinámicas culturales de una alta complejidad. Cuba es una mezcla, pero no de cualquier cosa sino de los caracteres más significativos de lo que el mundo encierra. En la raíz cristiana está también lo pagano y lo desconocido. Y en esa amalgama se defiende el país, se construye un sistema y se le da entidad a una ponderación firme.

 

Cuba es como la soñó Martí porque, en primer lugar, no ha dejado de ser jamás un sueño. Su existencia pasa por la noción de la utopía como ese lugar que, sin embargo, es necesario en la vitalidad de los pueblos. Lo que nos ha enseñado la historia a los nacidos aquí es, precisamente, que no podemos dejar a la desbandada las ilusiones, lo que nos define desde la idealidad y que resuelve quizás poco en lo material, pero que constituye un horcón de sentido.

 

Y en ese movimiento místico hay que entender que Cuba es, también, sus fracasos, su inacabamiento, su desasirse de la historia, su hundimiento perenne en el cual volvemos siempre como Orfeo a la luz. Porque la isla es de corcho como la soñaran sus poetas y algún que otro narrador maldito. Cuba es también su aspiración a salir de los sitios oscuros en los cuales la han querido dejar y que no le pertenecen puesto que ha nacido para brillar, para estar en lo alto, para que no se quede en la mudez su esencia. Pero para eso hace falta mucho más que el deseo, se requiere de una voluntad de hacer que solo se compara a la descrita en las grandes obras de su propio devenir. En la nación está el pensamiento de José Martí, pero también reside la estrategia de Gómez y subyace la fuerza de Maceo. Esa triada de hombres no solo consiste en una especie de fórmula mágica a la hora de recurrir al pasado, sino que conforma una especie de imaginario del poder y de la voluntad en tiempos duros. Si existe una fe laica en la isla será la que le profesamos los que aquí vivimos al Maestro y a sus enseñanzas no solo en lo político, sino en lo moral y lo estético, en lo ético, en lo que concierne a la esencia. La voluntad florece donde se le quiere, donde se le busca y donde se le pondera, pero se marcha de los sitios en los cuales la tenemos a menos, la malqueremos o la subestimamos.
 

Cuando miramos hacia el pasado y nos nutrimos de Martí, queremos comernos el universo, vemos como pequeño todo aquello que se contraponga al Maestro. Pero solo somos sus alumnos, no podemos de una forma aislada y sin ponderación de gente acometer todas las inmensas tareas que él legara. La república con todos, la dignidad del hombre, la igualdad plena y la consecución de la felicidad. Y aunque ello pudiera caer en una idealidad determinada, posee una vida concreta como imagen de lo que somos, de lo que deseamos y de lo que existe en la utopía de la nación.

 

Cuando son tiempos en los cuales cuesta asirse a algo, porque pareciera que la isla retoma su ciclo de Orfeo, hay que recordar su naturaleza de corcho, su línea de flotamiento, sus artistas que como Virgilio vieron en las aguas algo más que el abismo o como Lezama que reconstituyó la noción de lo continental en lo infinito. No porque sean fórmulas manidas, sino porque no se concibe la belleza ni la bondad sin esas esencias cubanas que nos deparan lo mejor de lo que somos. Y, además, cuando se escriba en el futuro sobre los tiempos que vivimos, habrá sombras, pero también necesariamente la luminosidad de quienes vieron en sí esa pobreza irradiante de la que hablara Cintio Vitier. En Cuba hay suficiente sol para que todo se proyecte más allá de las sombras, para que lo que deseamos no esté quieto, sino que se vista con los ropajes de Martí. Pero necesitamos que las esencias no entren en discordia y que las construcciones concretas se unan en una actuación seria y concordante.

 

En esa virtud órfica estamos todos, en la línea de flotamiento de la isla, porque ello nos coloca en la encrucijada perfecta y nos impide caer en lo peor.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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