sábado, 21 de septiembre de 2024

Escambray villareño: Salud a la altura de las lomas

Conversación con dos jóvenes que prodigan su ciencia en un intrincado paraje de la geografía cubana...

Norland Rosendo González en Exclusivo 12/11/2012
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Escambray villaclareño
La salud cubana llega a todos los ricones de la Isla.

Apenas uno se asoma al caserío, distingue la confortable edificación cortejada por inmensas elevaciones azulosas. Limpio, pintado y adornado con sobriedad, el consultorio médico de Pico Blanco es el corazón de esa serrana comunidad del Escambray villaclareño, en el centro de Cuba.

Desde el portal se puede divisar una de las más bellas y exuberantes cascadas de la región, que cae más de 70 metros. Una joya de la naturaleza que cura las desgarraduras del alma. Y con esa imagen ante nuestros ojos dialogamos con dos jóvenes que ejercen la profesión que aprendieron en las aulas de la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara. Él, médico; ella, enfermera.

A Yunior Vigoa Corcho le dijeron: “Tú, para Pico Blanco”. Y el muchacho preparó su mochila y se dispuso a escalar las lomas que tanto había visto desde su casa en El Marino, justo donde empiezan a erigirse las cumbres del Escambray.

“Primera vez que venía. Sí había oído hablar de este lugar, de sus historias, que era un emporio de café. Pero jamás había subido. No obstante, como el campo me encanta, me adapté rápido. La gente es muy noble, laboriosa, y poco a poco aprende hábitos que elevan su calidad de vida”, refiere el joven galeno, que sueña con ser cirujano.

“Este es un consultorio reforzado –explica-: tiene laboratorio clínico, servicio de estomatología, farmacia, sala de ingresos para observación con 4 camas, equipo de electrocardiograma y una reserva de medicamentos amplia.”

La primera noche lo vinieron a buscar a caballo, porque a tres kilómetros había un hombre desmayado que no volvía en sí. Era una hipoglicemia. A lomo de bestia suele hacer los terrenos, pues las distancias son largas entre Pico Blanco y las viviendas de algunos de los pacientes que atiende.

Yunior lidia frecuentemente con la hipertensión arterial, el tabaquismo, los parásitos y el envejecimiento de la población. Como está a unos 10 kilómetros de Jibacoa (la localidad más importante de esta porción del Escambray), siempre permanece alerta, pues cualquier emergencia requerirá de su ingenio y conocimientos para preservarles la vida a los pacientes hasta que llegue la ambulancia.

Pero él tiene el privilegio de contar con una enfermera que nació en el asentamiento, se fue a estudiar a Santa Clara y, ante la incredulidad de muchos por las tantas ofertas laborales que le hicieron en la ciudad, regresó con los suyos hace 11 años.

“Mi destino es la montaña”, fue la respuesta que le dio a quienes trataron de alejarla de sus orígenes. Y con su título en las manos, Yanitza Corent Palacios volvió, tras las huellas de otra enfermera que hizo historia en este paraje del Escambray.

-¿Te resultó difícil el retorno?

-Si no lo hacía, me moría de tristeza y de pena. Apenas llegué, sentí una emoción inmensa. Esta gente confiaba en mí, y yo en ellos.

-Por lo que veo, ni el amor te sacó de aquí.

-Mi esposo es de Báez, en el municipio de Placetas, y se quedó conmigo acá. Ya tenemos una hija de 9 años.

“Yo nací para vivir entre lomas, con las aves revoloteándome y el arrullo del río cerca. No puedo estar mucho tiempo lejos de este lugar; es como si me faltara algo.”

Parece que Yanitza heredó la tradición humanista, de amor al prójimo y pasión por la enfermería de una mujer que tejió una leyenda en Pico Blanco: Paula María Pérez Morales, quien, según cuentan, llegó al asentamiento en 1973.

Hubo un tiempo en que Paula estaba sola en el hospital y lo hacía todo con mucha profesionalidad y conocimientos. Era una mujer muy dispuesta, defendió mientras pudo a la comunidad, y había que oírla hablar. Fue enfermera en la Lucha Contra Bandidos y eso le daba prestigio. Una vez, los alzados contrarrevolucionarios quisieron asesinarla, pero ella tenía una ametralladora y los hizo huir.

Su estirpe prendió en el corazón de Yanitza, quien ya escribe una historia que poco a poco trasciende el lomerío para demostrar la valía de la mujer rural cubana.

La salud pública tiene en este dúo de jóvenes y en los demás compañeros que laboran allí -incluida la cocinera, que tan rico elabora los alimentos- ejemplos de consagración, altruismo y sensibilidad, cualidades que emulan con la altura de las montañas que rodean a Pico Blanco.


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Norland Rosendo González

Vivo de aprender todos los días a contar historias. Ya voy por el prescolar en la escuela de la vida. Me escapo del mundo para ver un juego de béisbol.

Se han publicado 1 comentarios


Angela América Salabarria Perez
 21/8/24 12:24

Gracias mi madre era así

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