La juventud es el ingrediente fundamental de todas las cuestiones sociales y políticas. Incluso en la antigüedad de la historia, cuando se ponderaban los grupos de ancianos como elementos del poder político, se sabía que nada se logra sin que se convoque a la masa de quienes han vivido relativamente poco tiempo. Y es que la energía y la pasión que se les deben poner a las tareas más esenciales solo pueden emanar de quienes disponen de un caudal de fuerzas y de oportunidades por delante para experimentar todas las acciones posibles.
Los jóvenes y niños conforman esa parte de la gente que no se rinde ante los escollos y que con la capacidad de soñar que los caracteriza se imponen ante las ideas más caducas y absurdas. Ellos son la renovación que se requiere en los espacios de trabajo y profesionales. En lo personal sé de lo duro que es ser joven porque me tocó enfrentar ambientes laborales donde lo quise cambiar casi todo y de hecho tal cosa era imposible. Pero mirando hacia el pasado, uno comprende el joven que fue y sabe que en el fondo sigue poseyendo esas nobles aspiraciones.
Cada vez que se celebra en el país alguna fecha vinculada al tema, hay que tener en cuenta que existe en esta tierra un Centro de Estudios de la Juventud que realiza profundas indagaciones de dicho grupo etario, pero que rara vez se publican en su totalidad.
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Uno de los aspectos a cambiar, para que haya un mejor ambiente social, es precisamente la opacidad de determinados juicios que algunos creen muy chocantes para la idea que poseen de lo justo y lo correcto. Y es que los jóvenes pueden parecer irreverentes, díscolos, incluso sin responsabilidad ni disciplina, pero todo eso es parte de una pasión que se puede y se tiene que redirigir hacia las regiones más nobles del ser social y en la construcción de realidades que contribuyan al bienestar común.
Sé de jóvenes que en medio de las condiciones adversas de la pandemia dieron el extra como sujetos de cambio en el buen sentido. El nivel de exposición de los muchachos ante los peligros de la covid 19 fue extremo y algunos de hecho enfermaron hasta con gravedad. Pero siempre se supo que se podía contar con una gran cantidad de ellos, que en ocasiones hicieron todo enteramente gratis.
Los jóvenes nos transforman con su pureza y hay que recordar siempre al José Martí muchacho que en medio de sus escasos 16 años ya andaba con los sueños de un país a cuestas. Aspiraciones de colectividad y de nobleza que lo tornaron, como tantas veces se ha dicho, un “enfermo de patria”. Y es que sin pasión no puede haber racionalidad. Ambos elementos se contraponen, pero son el equilibrio perfecto entre la acción y lo reflexivo, entre lo que se desea y lo que se alcanza. Y esos extremos solo se manifiestan a partir de lo que la juventud es capaz de realizar. No solo en materia de política, sino en ese terreno de lo humano donde su actividad es realmente transformadora.
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En lo personal cuando veo un muchacho enfrascado en tareas que sé que lo van a sobrepasar por su edad, me lleno de orgullo y no lo detengo. Quizás el equivocado sea yo, como tantas veces se ha demostrado en la historia, que ya estoy pasando a la adultez mediana y mis percepciones y aspiraciones cambian. A mis 36 años, voy abandonando la franja de la insensatez lúcida y me sumo al coro de quienes acompañan a los muchachos, viven como propios sus éxitos y tratan de que logren sus sueños.
Uno de los hechos que más se quieren poner en solfa en Cuba son las cuestiones de la construcción de los sueños de los jóvenes. Y es cierto que sin las condiciones mínimas no se pueden trazas proyectos de vida y todo queda trunco en el más oscuro de los desaciertos.
Hoy en el país no se dispone de lo básico y eso no es un secreto para nadie. Pero cortarles las alas a nuestros muchachos nunca será una opción, al menos no para mí. En lo personal, tengo excelentes relaciones con mis colegas más bisoños y cada día trato de aprender de sus energías y de las ideas que traen. Admiro la irreverencia de esa generación que ya se me aleja y que no alcanzo a comprender del todo.
Soy de quienes vinieron a los medios con la aspiración de cambiarlo todo y, aunque muchas cosas están incluso peor, no renuncio a la tozudez de ser un eterno inconforme, uno que ama lo que hace y que aspira siempre a mucho más. Eso quiero que ellos sean, incluso deseo que me sobrepasen.
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Cuba no poseerá todas las condiciones, pero aquí se han formado, aquí han soñado y este es su sitio de conformación de lo identitario cultural, sin que nos importe mañana hacia qué geografía enrumban sus caminos.
Hay una belleza martiana en la juventud cubana que los marca ya para siempre y que los acompaña como un silencio luminoso. Es el espíritu de una cuestión que no pasa y que posee esencia de patria. Esa enfermedad que estuvo en el cuerpo del Maestro y que ahora es parte indisoluble de la conformación de las nuevas generaciones. No hay que lamentar que sean diferentes, rebeldes, díscolos. Hay que celebrar la herejía, porque esa fue la que miró un día hacia el cielo y descubrió las estrellas.
Nuestro acierto tiene que estar en la cuerda de darles a los muchachos todo aquello que los hace crecer y no frenarlos, donde quiera que ellos decidan ser y estar. Solo con el sentido común y el amor se hará posible la maravilla.
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