domingo, 29 de septiembre de 2024

Jesús no quiere ser leyenda

Conozca la historia de un pregonero con una forma poco usual de ganarse la vida…

Abel Lescaille Rabell en Exclusivo 07/03/2015
3 comentarios
Jesús Portuondo Roncol 04
Jesús Portuondo Roncol se queda con 20 centavos de cada peso que fracciona. (Abel Lescaille Rabell / Cubahora)

Jesús Portuondo Roncol es un hombre tranquilo y carismático que tiene una forma poco usual de ganarse la vida. A los 75 años todavía tiene fuerzas para caminar las avenidas de la ciudad con una persistencia que a pesar de estar condicionada por la usura no deja de ser admirable.

Nació en Guantánamo pero vive desde hace mucho tiempo en el Canal del Cerro junto a su esposa y su hija. Sus pasiones, confiesa, son las de cualquier hombre que acepta su realidad con una entereza extrañamente marcada por el signo de la alegría (nunca por el de la conformidad), es decir: leer el periódico, ver la Mesa Redonda y disfrutar del béisbol y el boxeo.

Creo que la primera vez a todos nos sucedió lo mismo. Todavía sin entender cómo funcionaba el proceso fuimos a darle un peso y esperamos recibir cinco monedas de 20 centavos. Pero Jesús, contrario a lo que pudiera pensarse, no es una sucursal errante del Banco Metropolitano sino una persona cuyo sostén radica en obtener una pequeña ganancia de cada operación que realiza: En vez de devolver fraccionada la suma recibida se queda con veinte centavos por cada peso que cambia.

Es difícil creer que su empresa tenga beneficios. Pero en Cuba, a pesar de que siempre nos quejamos de sus fallas, el trasporte público casi siempre es la única alternativa disponible para llegar a la escuela, el trabajo y la casa.

A la luz de todo esto percibimos la ventajas de su trabajo: gracias a él los estudiantes podemos pagar cuatro pasajes en vez de uno, todos nos evitamos las colas de los bancos y además recibimos un servicio dinámico y amable que, dicho sea de paso, nos hace encarar problemas cotidianos como el del trasporte con una inusitada determinación o, en el peor de los casos, con una alegría que se desvanecerá en algún momento del trayecto.

Cuando le propuse la entrevista desconfió de mí (luego supe que tuvo miedo de que fuera un periodista de la CNN y manipulara alguna información) y cuando lo invité a tomarnos una cerveza o un café los rechazó: “Lo que tú quieras yo te lo cuento gratis”, me dijo, y a partir entonces no paró de hablar, de contar historias con el fervor de un novelista, de sonreír para la fotos, incluso, me pidió que le tomara un video haciendo su trabajo. Entendí que Jesús, aquel tiempo breve, disfrutaba sentirse una estrella de cine.

—¿Cómo se te ocurrió la idea de hacer este trabajo?

—Realmente la idea no fue mía. Hace ocho años leí un artículo en el periódico que proponía que los jubilados fuéramos al banco, fragmentáramos las monedas para dársela a la gente y nos quedáramos con una comisión. Lo que se buscaba con eso era resolver el problema fraccionario que había entonces y hoy todavía existe. A la gente le cuesta mucho trabajo ir a cambiar y sigue pagando un peso para un solo viaje cuando por esa misma cantidad podría dar dos.

—¿Pero eso está establecido en alguna parte? ¿Puedes inscribirte como cuentapropista?

—Al final eso nunca la aprobaron, se quedó en la idea vaga del que lo escribió (me enseña el artículo del periódico Trabajadores que todavía conserva y lleva consigo a todas partes). Quizás algún día aparezcan otros como yo. Creo que hay uno o dos pero no los conozco. Si la propuesta llegara a aprobarse puede que surjan otros más.

—¿Pero no has tenido problemas por hacer esto sin licencia?

—Sí, como no, me han llevado siete veces para la policía y al final me sueltan. Ellos hacen su trabajo, los entiendo, pero yo no le hago daño a nadie, al contrario, creo que hago un bien. Además, con veinte centavos por cada peso nadie se hace rico, eso te lo puedo asegurar.

—¿Qué lugares te resultan más factibles?

—Me muevo por las paradas del Coopelia y las de la calle G, desde la del P-15 hasta la de los sentados del P-11. La gente me busca. Tengo los clientes asegurados.

—¿Desde cuándo empezaste? ¿Sales todos los días?

—Estoy en esto desde el 2010, luego tuve un infarto. Recuerdo que fue un sábado y mi señora tuvo otro el domingo. Fue una época difícil, estuve un año sin volver, pero empecé otra vez y hasta ahora sigo solo los días entre semanas.

—¿Alguien te ayuda a cambiar el dinero?

—No, esto lo hago solo. Cambio el dinero yo mismo en el banco, tres mil monedas, y me paso el día caminando, pues molesta menos que estar sentado. Si me siento es peor, cuando llego a la casa me cae entonces el dolor. Prefiero estar activo, así no me pongo viejo.

—Cuéntame sobre el pregón que inventaste

—Cuando me decidí a empezar estuve muchos días tratando de crear un anuncio perfecto. Me pasé varias noches pregonando en la cama “Que si la alcancía es impedida”, “que si el ómnibus no da vuelto”, “ven, para que no pierdas los sesenta kilos” y así fue hasta encontrar uno que me gustara y no ofendiera a nadie. No quería buscarme choques con los choferes, por eso me centré en la alcancía. Me interesaba sobre todo que a la gente se le pegara la frase y que fuera divertida.

—¿Cuánto te ha cambiado la vida este trabajo?

—Mira, esto me ha ayudado mucho. Aquí me busco treinta o cuarenta pesos diarios y luego puedo llegar a la casa con una mano de plátanos o con una libra de tomate para dárselos a mi señora. También me siento útil, como puedes ver, ando lleno de carteles que sirven para prevenir a la gente de los nuevos billetes falsos. Trato de que no escriban el papel moneda porque ese dinero ya no sirve, en el banco lo cambian y se quema. Creo que en eso he ayudado bastante, todos los que veo así los guardo para que no circulen más.

—¿Has pensado en que te puedes convertir en una de esas leyendas urbanas de la ciudad, en un personaje famoso?

—A mí no me interesa eso realmente. Solo quiero seguir haciendo lo que hago y estar tranquilo. Si logro eso, me sirve de poco convertirme en una leyenda.

Cuando se me acabaron las preguntas, Jesús quería seguir el diálogo. Es un gran conversador, elocuente e informado, de esos que responden al momento como si estuvieran preparados de antemano para todas las interrogantes. Antes de despedirme le pido que me cambie cinco pesos y entonces me mira y sonríe: “La cerveza no te la acepté mi socio, pero sí te quito los veinte kilos”. “Tranquilo —le digo— la alcancía me hubiera quitado sesenta”.


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Abel Lescaille Rabell

Se han publicado 3 comentarios


nunez18
 18/3/15 16:24

creo que ese hombre es un jenio lla que es rapido y favirese al pueblo personas asi son las que asen falta que tengan espiritu de lucha y que no perjudiquen a nadie llo e podido conversar con el y ablar y es una persona muy buena quisiera que siguiera ayudando de esa manera

vangelys
 9/3/15 13:36

Guaooooo  eres increible mayra.....recien empiezo a revisar tus tematicas  y tus ideas en los articulos son muy buenas,  muy valiente  y abordadas super...felicidades..espero seguir leyendo tus cosas.....

Nor1
 7/3/15 11:21

no se ni que decir en realidad... por una parte este hombre ejerce una actividad que no esta aprobada por nadie. puedo parecer extremista. creo que es un mal precedente, pues lo mismo hace el viejito que vende 4 platanos de su patio, o el que revende periodicos en la terminal, u otros por el estilo. al final es verdad que no se hacen ricos y hasta son manipulados y utilizados o al final solo lo hacen para beber alcohol (otros casos, no este). definitivamente no puedo censurarlo ni aprobarlo. razones pueden exponer de sobra; algunos choferes de guagua roban, nunca hay vuelto en menudo (sobre todo en la habana). en fin, puede ser mas prejuicio que otra cosa. quizas pensando en los garroteros prestamistas (y este repito no es el caso). periodista, cuidado en vez de un favor no este poniendo este hombre en el ojo de los que pueden prohibirle su trabajo. muchas gracias.

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