La Habana ya no es La Habana

Como lee, no hay error de edición o redacción. La Habana no es La Habana. No es la ciudad de sábanas blancas de Gerardo Alfonso, ni ya es tan conocida por la “especulación” que hiciera famoso al popular cantante Paulito FG.

Si hace una búsqueda rápida en Google, La Habana ha perdido cualquier posible apelativo. Es más que el nombre aborigen que le dio a conocer en esta Isla y fuera de fronteras.

Hoy esta es… la Ciudad Maravilla. Miles y miles de páginas y enlaces han modificado sus contenidos originales y, tras el nombre de la capital caribeña, colocan como sello de calidad, la declaración que le fuera otorgada en este año a la casi quincuagenaria villa.

Fue seleccionada entre 1 200 ciudades de 220 países. No fue decisión simple. Resultó elección millonaria. También fue preferida entre las 25 localidades más fotografiadas del mundo. Tanto así que muchos allende los mares llegan hasta aquí ante la curiosidad de tanta coincidencia: “algo tiene La Habana”.

Porque esta urbe occidental es otra desde ese junio en que develaron la tarja en el casco histórico de la ciudad.

Por entonces, incluso, lo recalcábamos ante las opiniones diversas que existían en torno a la concesión del título. La Habana no será una de las ciudades más modernas del mundo, ni de las capitales con mayor presencia infraestructural. Pero, no son precisamente esos aspectos los que hicieron que millones de personas votaran por ella.

La Habana más que una ciudad, es un sentimiento.

En estos días lo confirmamos, cuando se cumple otro aniversario de la creación de la villa de San Cristóbal.

Lo había escrito José Joaquín Palma en uno de sus poemas: “¡Dulce Habana, ciudad mía! centro de vida y riqueza, en donaire y gentileza ¡qué ciudad te ha de igualar!”

La pintó Amelia Peláez, le cantó Elena Burque. Tampoco Fayad Jamís resistió el adorarle: “Si no existieras, mi ciudad de sueño, en claridad y espuma edificada, qué sería de mí sin tus portales, tus columnas, tus besos, tus ventanas”.

Ya lo dijo en una ocasión Eusebio Leal: “Ahora que la ciudad es sacudida por un impulso renovador, resultará útil gozar y meditar en cómo ella inspira a tantísimos poetas a ofrendarle sus cantos. Que ese manto estrellado descienda como un bálsamo sobre las piedras heridas, disipe las brumas del tiempo, aparte resueltamente el polvo del olvido y exalte el valor regenerador de la poesía”.

Pero, La Habana ya no es la misma desde que la nombraron Ciudad Maravilla. En sus calles se filman costosas películas, se suceden desfiles de reconocidas casas de modas, se aglutinan millones para escuchar a The Rolling Stone.

En ese torbellino de marketing, tendrá que afrontar los retos del creciente turismo, las deudas aún no saldadas con sus edificios y viales, sus fachadas y líneas acuíferas. Los débitos, presentes todavía, con el perfeccionamiento de la calidad de vida de sus habitantes

En este complejo entramado de urbe-sentimiento, todos queremos, extrañamente, a este pedazo de Cuba. Es la ciudad de columnas y misterios, de bardos y pintores, de arquitectos y taxistas, de museos y comercios florecientes.

Es también una, miles de ciudades a la vez, como las formas que tienen de vivirla, sus más de dos millones de habitantes. Incluso los millares que la viven aun cuando no estén en ella, cuando recuerdan ese azul interminable y la llevan como amuleto contra la nostalgia.

Lo dijimos al principio. La Habana ya no es La Habana.

Y nosotros tampoco.