sábado, 21 de septiembre de 2024

Las cosas, como son

Gladis Lorente, la mujer de Francisco Peña, alias Franco, trabaja duro y no soporta la mentira. “El socialismo se hace con la verdad”, asegura...

Norland Rosendo González en Exclusivo 18/11/2012
2 comentarios
La mujer de Franco
"Las mentiras no me gustan, el socialismo se hace con la verdad"

A la entrada de su hogar, en la cima de una cuesta, un garabato colgado en una mata recibe a los visitantes.

“Para que se sepa que aquí vive una familia de trabajo duro”, nos suelta como saludo Francisco (Franco) Peña Miranda, el esposo de la mujer que busco.

Pero ella no está. Nadie le dijo que subiría y pensé que me quedaría con los deseos de espantar el cansancio de la subida con una taza de café humeante y puro.

“Dicen que a su esposa no se le puede ir con mentiras, que las parte en dos en el aire con un machete afilado que tiene en la punta de la lengua para los burócratas”.

Franco deja de afilar una mocha y clava los ojos en el inmenso valle de Jibacoa, que queda a los pies de su finca. “Eso sí es verdad, a Gladis Lorente Salabarría no se le puede engañar. Ahí mismo se pone seria, pide la palabra y le canta ‘las cuarenta’ a cualquiera. No importa si es un jefe grande o uno chiquito. La gente la respeta, sabe que con la verdad, ella entiende, pero con globitos inflados o con promesas falsas…”

A algunos no les gusta esa forma de ser. Le temen a sus palabras y, si por ellos fuera, no la invitaban a las reuniones. Saben que donde esté Gladis hay que hablar fino, fino, con el lenguaje de los que meten las manos en el surco y no en las oficinas.

“Gladis viene ahorita. Ella dice que esto es su paraíso. Y es verdad que apenas llega le pone su energía a la finca, a la casa. Su sonrisa es como una melodía, que a mí me hace tanto bien que le entro al campo con más optimismo cuando ella está aquí”, dice Franco y estira los ojos por el trillo buscando la silueta de su esposa.

“Tenemos cuatro hijos, dos en Manicaragua y dos aquí. Otra parte de la familia vive en Santa Clara y siempre nos están embullando para que nos mudemos, pero qué va. Ni a Gladis ni a mí nos ha pasado eso por la cabeza. No hay nada como el aire puro, el trino de los pájaros y sabernos útiles”.

“LAS MENTIRAS ME SUENAN COMO DÉCIMA SIN RIMA”

Con estos trazos de su personalidad, bajamos hasta Jibacoa en busca de la protagonista de la historia. Y en la sala de su casa, embriagados por el café que tanto anhelaba, conversé con Gladis, un espejo de lo que nos había dicho su esposo, quien quizás nos estuviera mirando desde un gajo de El Jagüey, nombre de la finca que ella solicitó en 1997.

Cuenta que era un cafetalito perdido en el monte. Cuando la gente de la Empresa Agropecuaria de Jibacoa fue a fijar las condiciones del contrato, se sentaron en un tronco medio podrido que había en el suelo y le dijeron: “Por qué no te dedicas a otra cosa. Esto, más que un cafetal, parece un monte”.

Pero ella no se desanimó y empezaron a trabajar duro. Resembraron los campos, regularon la sombra, plantaron plátanos, aguacates de injerto y flores en el patio para levantar el espíritu. Poco a poco fue creciendo la cría de aves y las producciones de café comenzaron a confirmar que cuando se pone empeño y tesón, los resultados aparecen.

“Lo otro que me ha permitido estar feliz con mis cosechas es aprender y aplicar las técnicas agroecológicas. Cuando salgo por ahí no me como ni un plátano si no sé cómo lo maduraron. Lo mismo hago con mi finca, mientras menos productos químicos, mejor; menos contaminación tendrá la tierra y más saludables serán los alimentos. Hacemos compost, sembramos cercas vivas y ponemos barreras para conservar los suelos, aplicamos materia orgánica, y de candela, nada. Ni un fosforito rallamos en el campo. Da lástima ver a los animalitos huyéndole al fuego y las plantas calcinadas”.

Quien la ve riéndose, no sabe que en la lengua esconde un machete afilado para los “pamplinosos”. No más le toco el tema y cierra los labios bruscamente, aprieta los puños y suelta: “Las mentiras no me gustan, siento que me pinchan el corazón, me suenan al oído como décimas sin rima, al vuelo me doy cuenta y...
El socialismo se hace con la verdad, diciéndonos las cosas como son, aunque nos duela; al final, reconforta saber lo que la gente piensa, sin tantas palabras huecas. Y las promesas falsas me huelen a capitalismo, a las historias de las elecciones antes de la Revolución, por eso les salgo al paso como un resorte”.


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Norland Rosendo González

Vivo de aprender todos los días a contar historias. Ya voy por el prescolar en la escuela de la vida. Me escapo del mundo para ver un juego de béisbol.

Se han publicado 2 comentarios


Doris
 19/11/12 9:24

Debiéramos clonar a Gladis. Y sí, muchas veces el que dice la verdad sin adorno pues es mal mirado, pero ojalá todos tengamos ese sentido ético que nos enseña ella.

Alexi Torres
 18/11/12 23:52

Sabias palabras las de la compañera Gladis y un gran esmero por conservar su tradición campesina, un gran ejemplo.

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