sábado, 28 de septiembre de 2024

La persistencia del insomnio

De eso va la solidaridad: ponerse en los zapatos del otro, aunque no te entren del todo y debas rellenar con algodón la punta o contorsionar pie para que quepa..

Guillermo Carmona Rodríguez en Exclusivo 22/07/2021
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Imagen aérea - matanzas - twitter diaz canel
Una de las pocas verdades para la cual no necesitas contrastar fuentes para probarla, es que siempre habrá un amanecer

Concéntrate en la nada, me digo. Pero mi mente es un campo minado. No hay un lugar seguro a donde ir. Desde que comenzó el rebrote de la covid todos andamos sigilosos por nuestros pensamientos. Un paso mal dado y ¡boom!: la paranoia, la desesperanza, el pesimismo de plomo. Abro los ojos. Estiro la mano y agarro el celular en la cómoda. Son las 2:45 de la madrugada. Si la cuenta no me falla hace cerca de dos horas intento dormir.

12: 30

Tirado en la cama –  con una almohada doblada debajo de la cabeza para que la columna no se vuelva una L – reviso el celular. Estoy en dos chat a la vez: uno con una conocida de Camagüey y el otro con una amiga de Matanzas, varada en La Habana en casa del novio por la COVID.

La camagüeyana me pregunta qué tal la situación por aquí. En los últimos días varios son los amigos digitales, incluso los de “HOLA/HOLA/ CÓMO ESTÁS?/ TODO BIEN. Y TÚ?/ IGUAL” que se preocupan por mi estado. Le explico que mi familia y yo estamos bien, dentro de lo que cabe. Ella me escribe que me cuide mucho. A veces me molesto con ese tipo de comentarios, porque me parecen una obviedad. Sin embargo, después entiendo que de eso va la solidaridad: ponerse en los zapatos del otro, aunque no te entren del todo y debas rellenar con algodón la punta o contorsionar pie para que quepa.

La amiga náufraga en la capital, me cuenta que quiere venir de voluntaria a un Centro de Aislamiento en Matanzas, que se siente ansiosa encerrada entre cuatro paredes, y que desea ayudar como pueda porque esto pinta mal. Me pide que le averigüe a dónde tiene que ir para alistarse; lo leyó en Facebook, pero necesita más información. Yo le prometo que preguntaré por ahí. Me reconforta que cada día haya más gente joven que no quiere quedarse en casa y de tanto inmovilismo volverse un sillón, un sofá, una mesita de noche, un biombo.

12: 37

Con todos los chat concluidos, con todos los memes vistos en Facebook, con todos los corazones regalados en Instagram, toca dormir. No tengo sueño, pero sí ganas de que el día termine. En los últimos tiempos, todas las jornadas son como los chicles que vendía un señor a las afueras de mi secundaria: después de masticarlo dos o tres veces pierde el sabor y el resto del tiempo lo rumias porque, sencillamente, no tienes nada más que hacer. Así que solo te queda esperar que el “día día-chicle” concluya para volver a empezar.

1: 25

Barney hace un chiste. En otro momento me reiría. El humor de las sitcom americanas como How I meet your mother me agrada, pero ahora observo la serie por inercia. Hace mucho tiempo me acostumbré a dormirme mientras veo algo en la laptop. Ahora ya voy por dos capítulos y medio, y Morfeo parece que se fue a marcar a la cola del gas.

Envidio a muerte a quienes afirman voy a dormir y los muy cabrones se duermen. Yo intento hacerlo y me pierdo en reflexiones idiotas, en recuentos, en pensamientos recurrentes. Ahora mismo, incluso con la distracción de la serie,  recuerdo a una enfermera de la brigada Henry Reeve que entrevisté por el trabajo. Ella estaba de misión en Venezuela y la movilizaron para Matanzas. Me confesó que llevaba 17 meses sin ver a su familia, a su hija, a su esposo. En 17 meses un bebé aprende a hablar, a caminar, se le cierra la fontanela. En 17 meses se puede construir un edificio de hormigón prefabricado, escribir un bestseller, olvidar un viejo amor, encontrar un nuevo amor. En verdad la voluntad humana a veces me deja boquiabierto.

1: 30

Asalto el refrigerador como un velocirraptor. Hay una jaba de pan que me mira con ganas. Intenta seducirme. En mi cabeza escucho a mi mamá comentarme que el peor horario para comer es la madrugada. Estos últimos días la vieja cada dos oraciones introduce una advertencia: que si el nasobuco, que si el gel de mano, que no me acerque a nadie, que si no me ponga delante del ventilador sin camisa que ahora no es aconsejable ni coger catarro.

Prefiero esta paranoia leve a su fatalismo. Es decir, cuando me recita el obituario de conocidos y amigos de la familia que han fallecido en la jornada o están graves en el hospital o resultaron positivos al PCR. A veces quiero contestarle que basta ya, que tanta realidad me marea; pero entiendo que esa es su manera de desahogarse y entonces me contengo y oigo todas sus historias hasta el final.

Hoy quiero ser un niño bueno y obedecer a la vieja. “Siempre tendremos París”, le comento a la jaba de pan. Lleno hasta el borde dos vasos grandes de agua y me los tomo. Así quizás logre engañar a mi ansiedad y a mi estómago.

1: 42

Apago la laptop. How meet you mother ya me cansó. Me acomodo bocarriba en la cama y observo fijo el techo. Trato de mirar un solo punto. De colocar ahí toda mi atención. Esta técnica la aprendí en el aula. La utilizaba cada vez que me aburría una clase. Hubo ocasiones que gracias a ella pensé que podría alcanzar el Nirvana.

Hablando de clases recuerdo que una antigua compañera de aula que trabaja para un medio nacional me preguntó por WhatsApp si podía escribir una crónica sobre la situación epidemiológica en Matanzas. Déjame ver qué invento. Tan importante como informar de las diversas medidas que toman en la provincia para detener el rebrote, resulta abordar la parte humana de la situación epidemiológica: los sentimientos, las experiencias, los deshechos que  colocamos en la esquina de la vida hasta que el camión de la basura venga a recogerlos.

2: 15

El teléfono suena. Es Javier, un amigo. ¿Por qué rayos me llama a esta hora?, me pregunto. Igual contesto. ¡Cabrón, te olvidaste de mi cumpleaños!, me grita al oído. Está borracho como una uva. En estos tiempos creo que todos merecemos una curda de vez en cuando. Él tiene algo que celebrar: hasta ahora ningún familiar ha dado positivo a la COVID. En los momentos actuales restan pocos que comparten esa suerte. Me disculpo con él. Le prometo que cuando la situación (la epidemiológica, la económica, la emocional, la espiritual) mejore, nos tomaremos una botella de ron, una Habana Club Ritual, como en los viejos tiempos.

2: 45

Concéntrate en la nada, me digo. Pero mi mente es un campo minado (…) Si la cuenta no me falla hace cerca de dos horas intento dormir.

2: 50

Cansado de luchar contra el insomnio he decidido rendirme ante él. Esperaré el amanecer. Quizás aproveche ese periodo muerto y ocioso para escribir la crónica. En momentos como este, está bien empleado cualquier tiempo que se pueda aprovechar para aportar nuestro pedacito a la lucha contra la COVID. Transformaré el insomnio en campo de cultivo.

Esta decisión mía de esperar al amanecer me recuerda a Fiesta, la primera novela exitosa de Hemigway. Su título original es The sun also rises, “El sol también se levanta”, lo que pensaron que en español no poseía la misma fuerza léxica que en inglés, pero más allá de los problemas lingüísticos de aduana lo que me interesa es la metáfora que esconde. Una de las pocas verdades para la cual no necesitas contrastar fuentes para probarla, es que siempre habrá un amanecer. ¡Y mira que nosotros necesitamos un baño de luz! 


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Guillermo Carmona Rodríguez

Periodista y escritor. Bibliómano y grafómano. Matancero y cubano.

Se han publicado 1 comentarios


Yisel
 23/7/21 5:16

Me encantó. Hoy estoy también mirando al techo, con insomnio y me he leído está maravilla.

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