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jueves, 3 de octubre de 2024

Los amigos del Pre

Muchos cubanos cuentan entre sus mejores recuerdos los años de preuniversitario...

Leticia Martínez Hernández en Exclusivo 20/12/2015
5 comentarios

Luego de mucho tiempo nos volvimos a encontrar. Llevábamos las marcas de doce años, en los que nos hicimos madres, padres, esposos, licenciados, ingenieros, chef, amas de casa. Con libras de más, hijos, algunas canas, otros achaques, un montón de responsabilidades, nos volvimos a reunir alrededor de una caldosa, como las que alguna vez hicimos detrás del albergue con lo primero que apareciera.

Nos conocimos en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) “Ernesto Guevara”, allá en Santa Clara. Éramos unos chiquillos, de apenas quince años, que a partir de entonces estaríamos juntos, mañana, tarde, noche y madrugada, en una escuela entrañable, desvencijada, pero inmensamente entrañable.

Comenzaba el siglo y nosotros lo inaugurábamos en una beca. Podría decir que la “cosa” estuvo dura, que faltaba el agua, que la comida era infame, que los colchones eran piedras en sacos, que a veces teníamos que ir al campo o limpiar la escuela, que tuvimos que ponernos botas para ir al aula, que las piscinas casi siempre estaban vacías, que a aquellas ventanas del albergue les faltaban persianas y que en tiempo de frío se convertía en un congelador…

Puedo decir todo eso, y más, mucho más. Pero hace siglos lo tengo definido: los tres años en el preuniversitario fueron los mejores tiempos de mi vida. Si la primera semana de pase regresé a mi casa sin pronunciar palabra, casi traumatizada, la última fui tremendamente infeliz por los momentos que se iban; por los recuerdos que quedaban entre aquellas paredes pintadas siempre con cal; por las palabras que se escurrieron en sus bancos; por los besos a escondidas en la perenne oscuridad del IPVCE; por las tantas horas de estudio, que primero fueron obligadas, pero luego se convirtieron en  necesidad; por aquellos días cuando subimos hasta Caballete de Casa o cuando ensayamos y ensayamos para marchar en la Plaza de la Revolución a la llegada de los restos mortales de los compañeros del Che en Bolivia.

Con toda esa armazón de recuerdos nos reunimos hace unos días. Y qué tremenda sorpresa, ¡éramos los mismos! Con los mismos chistes, historias, complicidades, con el mismo cariño que quedó atrapado en aquellas fotos que, años después, nos recordó cuán afortunados fuimos al conocernos, al becarnos, al hacernos amigos para toda la vida.

Y allí estábamos, la filóloga, la abogada, la socióloga, los telecomunicadores, el arquitecto, el cibernético, el chef que llegó desde Italia, la periodista que tiraban a chiste cuando cogió la carrera porque “lo tuyo será Ponte al Día”, el noticiero para niños, y que al despedirse ese sábado les prometió escribir sobre el encuentro. Allí estábamos pelando viandas, mientras nuestros hijos correteaban por la casa, conociéndose, como sus padres, también para siempre.

Y volvimos a hablar de la profesora de Historia que nos daba el de pie a las seis de la mañana diciéndonos “palomitas”; también de aquella pila a la que llamamos Milagrosa porque era una dádiva divina que por allí saliera agua; del primer día de clase cuando me rompieron el cubo de agua; de aquellos encuentros que planificábamos fuera de la escuela y que nunca se daban por la eterna disquisición de “¿con pareja o sin pareja?”; de la profesora de Matemática desafiada siempre por los “filtros” del aula; del peso para comprar fritura; de la profesora de Español y sus finezas; del profe de Física y su Ley de la Mano Derecha; de los troski, aquellos abrigos azules, feos como cajas de bacalao, pero calientes como piel de oso.

Hasta que llegó la tarde y acabaron esas horas en que volvimos a vestir de azul. Nos despedimos, nos abrazamos, nos dijimos adiós con la promesa de no esperar doce años más para volver a vernos, porque a los amigos hay que besarlos con frecuencia, hay que decirles de qué tamaño los queremos, cuánto los necesitamos, porque eso de cargar con el título de “amigos para toda la vida” no es cosa fácil.


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Leticia Martínez Hernández

Madre y periodista, ambas profesiones a tiempo completo...

Se han publicado 5 comentarios


Tony
 25/1/16 9:21

Sin duda los mejores años que he pasado y aunque mi generacion, la 35 de la Guevara, no se ha vuelto a reunir asi quisiera siempre regresar a los años de azul y vivir esos momentos que siempre seran eternos

 

mail
 21/12/15 15:03

Asi mismo muy buen articulo,los mejores momento y los mejores amigo lo hice en el pre

Aliam
 21/12/15 12:19

Leticia: gracias por el artículo y por el aluvión de recuerdos que me traen. Sin duda alguna, conservo con mucho cariño los años en el pre Ernesto Dimas, en Melena del Sur. A veces, cuando nos encontramos los no-tan-allegados de aquellos años, resulta que ahora nos sabemos cercanos; por no mencionarte de los siempre cercanos o de ver hoy como colegas a antiguos profes. Es emocionante reencontrarse con la misma alegría cómplice, lo mismo en las redes sociales que en el lugar menos esperado de esta Cuba nuestra.

Otra nostálgica
 21/12/15 9:07

Simplemente bello. Parece que a todos nos pasa. A mi no se me cura la nostalgia por la LENIN.

Ismaray
 21/12/15 9:20

A mi me pasa lo mismo. Sin duda en la Lenin viví una de las mejores etapas de mi vida!

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