Taquimeca… ¿qué?

Ya no hay apagones en Cuba como antes de 2005, pero un colega me animó a redactar estas notas recordando la noche en que salvé la situación copiando en lo oscuro con una máquina de escribir, lo que escuchaba de una grabadora que funcionaba con baterías.

Esos artefactos son una rareza en el planeta, y las existentes en la Isla no pueden usarse ya por falta de cintas que fueron entintadas una y otra vez gracias al ingenio popular; sin embargo, más escasos aún que tales equipos, se están haciendo los mecanógrafos.

De los taquígrafos… mejor ni hablar, aunque quizás valga la pena recordar que décadas atrás, con la introducción de discretísimas cantidades de las grabadoras portátiles, hubo quienes consideraron la técnica de la escritura abreviada como obsoleta.

Tan olvidado se fue haciendo lo que también se conoce como estenografía, que no faltan anécdotas de quienes ante una libreta con tales apuntes, creyeron haber descubierto malévolos mensajes secretos, o después de ver mis facciones, pensaron que se trataba de alguna escritura asiática.

Lo cierto es que tras la extinción de las academias cubanas de taquigrafía en los años 60 del siglo pasado, se dependió más de la memoria y algunos garabatos, sin llegar a acercarse a lo dicho textualmente ni captar todos los datos necesarios.

Y quienes han podido auxiliarse de una grabadora, ocupan buena parte del tiempo en una trabajosa transcripción en la cual deben escuchar hasta las interjecciones, los estornudos y cuantos ruidos sucedan.

Aunque ahora existen herramientas digitales capaces de transformar las voces en letra de molde, solo unos pocos reconocen la importancia de conjugar el uso de medios técnicos como grabadoras, cuadernos de notas y la memoria humana.

Si una vez alumnos y profesionales del oficio de redactar me espetaron que con grabadoras no hacía falta la taquigrafía sino saber cómo usar ese aparato, no he dejado de cuestionar por qué entonces con la proliferación de computadoras, no aprendemos mecanografía para usarlas con mayor eficiencia y efectividad.

He visto buenos desarrolladores de software crear un código tras otro con apenas tres o cuatro dedos, pero también conozco otros que sin mirar el teclado, adelantan mucho más y en un par de horas son capaces de rendir lo que el otro en el triple de tiempo.

En cierta ocasión un alto dirigente de la antigua provincia cubana de Las Villas indicó darme un documento, y ante la demora, invitó a la secretaria a levantarse del asiento para él mismo mecanografiarlo en escasos segundos.

Ya no hay que abogar ni siquiera por la reapertura de las academias de mecanografía, pues existen software gratuitos de enseñanza de esa habilidad, que son capaces hasta de examinar al aprendiz. ¿Por qué no los usamos en vez de que ya, cada vez menos, vemos mecanógrafos, taquígrafos o taquimecanógrafos?.