Ojalá todos escribieran sus vivencias alrededor de un hecho que al paso de los años se ha ido considerando parte de la vida misma, pero que hasta aquellos momentos no se mencionaba en las conversaciones cotidianas.
Cuentan que en 1959 ya sucedía en algunos lugares, pero en lo personal la primera experiencia fue a finales de 1960 en Casilda, cuando quienes íbamos hacia el centro escolar José Mendoza García nos encontramos con un grupo de condiscípulos que regresaban aunque sin ser la hora de entrar a clases.
Preguntas iban y respuestas venían sin entender con toda claridad más allá de que aquellos niños no iban a clases porque temían que los inyectaran, ante lo cual unos se sumaban a quienes estarían ausentes y otros caminamos como si fuéramos al patíbulo.
Ese día no solo se cantó el Himno Nacional y se izó la bandera de la estrella solitaria, sino que además habló una mujer vestida de blanco a quien no creo que todos pudieron escuchar.
A la directora de la escuela, Inés Torres, sí se le oyó claro: Había que ir para el aula y esperar a las enfermeras, y quienes no fueron ese día, serían inyectados después.
Una de las vestidas de blanco no tenía agujas ni jeringuillas, sino varios pliegos de papel que mostraba a las demás, cuyos rostros reflejaban desconcierto, y años después fue cuando descifré el misterio que tenía que ver con mi aula.
Estaban vacunando primero a los que tenían una determinada edad, pero en la lista no aparecía ninguno de mi grupo donde había una buena cantidad con retraso escolar y en vez de estar en quinto o sexto grados estaban en segundo.
Pasados tres o cuatro días se restableció la asistencia normal y la inmunización llegó a todos, pues nadie quería ser tildado de cobardía ante un pinchazo.
Pudo haber sido porque el personal de Salud Pública no alcanzaba, por lo cual en alguno de los años de la década de los 60 seleccionaron un grupo de estudiantes de la Escuela Secundaria Básica Carlos Echenagusía Peña, de Trinidad, en la actual provincia espirituana, para participar en la campaña de vacunación antipolio.
Seminarios, conferencias, explicaciones individuales, lectura de plegables y todas las formas de capacitación… pero en la zona montañosa de Topes de Collantes chocamos con una situación sobre la cual no habíamos recibido instrucciones: el niño estaba durmiendo y el padre pidió el caramelo para dárselo al despertar.
Ya lejos del lugar y transcurridas más de tres horas, a todos nos embargó la desconfianza, y estimulados por el sentido de la responsabilidad, regresamos. El padre incrédulo ante una vacuna en forma de caramelo y no de inyectable, probó la golosina y terminó comiéndoselo.
Ante la confesión, hubo la exigencia de que el infante recibiera la dosis del caramelo vacuna en presencia de todos y no después, sino en ese instante. Y ante las carcajadas de todos, aquel niño de las serranías nos despedía con la petición de repetir la dosis.
Las vacunas en Cuba han puesto bajo control enfermedades como la poliomielitis, la difteria, el sarampión, la tosferina, la tuberculosis, la rubeola, el tétanos, y otros males comunes antes de 1959, pero los tiempos cambian y, por supuesto, los virus y las bacterias patógenas también.
El país avanza en los candidatos vacunales con buenas proyecciones, pero los entendidos en la materia insisten en que se cumplan medidas como el uso correcto del nasobuco, el adecuado distanciamiento físico, el frecuente lavado de las manos y no tocarse los ojos, la nariz ni la boca.
Los científicos del mundo recomiendan un comportamiento higiénico y no tener exceso de confianza ni siquiera con la protección de la vacuna.
Por tanto, además de la vacuna, debemos aplicar también un extra con la responsabilidad individual.
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