Las lectoras y los lectores no caen del cielo, aunque a veces lo parezca. En todos los casos hubo algo, una chispa de luz, que alumbró el camino de las letras para esa persona: quizá una madre, un tío, una vecina, un maestro, un amigo, una bibliotecaria, un anuncio promocional…
Si en casa queremos formar lectores no se lo podemos dejar al azar. Se forman personas lectoras leyéndoles cuentos, comprándoles libros, haciéndoles una biblioteca propia.
Se forman lectores si los libros son objetos respetables pero no sagrados, porque pueden tocarse sin remilgos; y si un libro es un lindo regalo; si se los dedicamos, si los llevamos a comprar libros.
Formamos lectores si estimulamos la investigación con cada pequeña excusa, si regulamos las pantallas, si nos ven leyendo, si les leemos poemas y les hablamos con emoción de libros.
Un lector puede nacer de esa tarea escolar que convertimos en algo mucho más profundo, de aquella película animada de la que buscamos la historia original, de la pasión por los dinosaurios que encauzamos hacia un libro sobre el tema.
Y, tal vez, al cabo, los adultos del mañana no continúen el hábito de la lectura, pero serán mejores personas, y recordarán su infancia como un periodo de cercanía y calidez.
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