Las parrandas del centro de Cuba son un complejo cultural que durante más de doscientos años ha tributado a la identidad, la realización y la vida. Por sus escenarios ha pasado lo mejor del diseño, del vestuario y de la pirotecnia. Se llegó a niveles de profesionalización que marcan un hito en el buen gusto, en la expresividad popular y en la superación del talento colectivo. Sin embargo, una reciente iniciativa gestada en las redes sociales ha hecho un llamado a removerle al fenómeno su condición de Patrimonio de la Humanidad, ganada en el año 2018. Aunque hay insatisfacciones en la esfera de la gestión cultural y de la ruta de sustentabilidad de las parrandas, no es menos cierto que desde 1959 estas fiestas contaron con el patrocinio y el apoyo estratégico del Estado y que ello conllevó a un escalón más elaborado en cuanto al tamaño de los elementos artísticos y su propia excelencia. Dicha Historia pretende ser olvidada por quienes hoy señalan hacia los decisores y reclaman un retroceso en cuanto al prestigio internacional que el complejo cultural ha alcanzado.
¿A quiénes les convendría que las parrandas dejen de ostentar su título universal? Más que un reclamo para que se perfeccione la gestión pareciera una malsanidad que aboga por el fin de uno de los espacios de realización del pueblo, luchado por demás con el sudor y el esfuerzo de generaciones de cubanos. ¿Con qué derecho un grupo de seres humanos del presente hace juicios y generalizaciones que pudieran canalizar un daño a la obra de millones que los precedieron? En las más altas instancias del país hay un reconocimiento de la grandeza de las parrandas, al punto que ha crecido la validación mediática de las mismas. No solo se ha querido que las fiestas ganen en presencia internacional y en cuanto al su vínculo con el turismo, sino que se ha pensado una ruta para la sostenibilidad. Cierto que hay morosidad y trabas, que la burocracia no acaba de entender lo perentorio del fenómeno, pero la voluntad apunta hacia un respaldo de los anhelos populares.
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Hay que añadir que las parrandas como casi todos los fenómenos festivos del mundo han contado en su Historia con la presencia de las llamadas cofradías, que son grupos humanos que gestan y que impulsan la economía y la administración de los sucesos culturales. Esos agentes no parten de intereses meramente festivos, sino que se mezclan con las ideas, las motivaciones y los conflictos de intereses de su tiempo. Así, por ejemplo en las parrandas de Remedios de los años anteriores a 1959 hubo padrinos que por décadas acompañaban a los diseñadores de uno u otro portador. Esto no era ni malo ni bueno, simplemente la época marcaba un ethos y una manera de hacer cultura que luego fue superado por los tiempos y por otras lógicas. El desgaste de los mecanismos de financiamiento y la nueva situación social en Cuba hacen que se busquen vías para que las parrandas prosigan su curso. Se habló de convertir a los grupos portadores en actores económicos con personalidad jurídica para moverse en el ámbito de los negocios, pero tal iniciativa no se concreta ni se aprueba. Entonces aparecen ideas como la que propone el Museo de las Parrandas y que incluye la salvaguardia no solo del festejo sino de elementos como la transmisión generacional, los saberes artesanales, el patrimonio grupal. La ruta para que este fenómeno vuelva a los planos de brillo que merece tiene que pactarse con personas de diversas maneras de pensar y de vivir las parrandas, lo cual transforma el trabajo en un camino cuesta arriba. No es solo decretar y acatar, porque la cultura no funciona así y cualquier paso en falso puede dañar más que construir, negar más que afirmar. Hay que hacer los cambios con democracia y conciencia, con mesura y firmeza.
Las formas con que a veces se asume desde los decisores el fenómeno parrandas han sido maniquea y mecanicista, desconociendo una esencia humana y frágil. Pero ello no quiere decir que exista una animadversión a las fiestas, sino que deben primar más conocimiento, sensibilidad, diálogo con los portadores del proceso. El Ministerio de Cultura está en la mejor disposición de acompañar y de servir de plataforma de trabajo para que las fiestas alcancen una ruta de sustentabilidad. De hecho, ahora mismo se debate con actores económicos de la comercialización que pretenden insertarse en Remedios, pero que deberán tributar a las parrandas. El uso del nombre del festejo por parte de una importante compañía cervecera ha tenido en cuenta el respeto, así como el vital aporte que el fenómeno reclama en términos económicos. Nada de esto es suficiente, pues la salvaguardia de las parrandas va más allá de la gestión del suceso, sino que atañe a la esencia y las trasmisiones generacionales. Hay que salvar a las fiestas de ser vistas solo como un hecho de un día en el año, sino que tendremos que volver a aquellos tiempos en los cuales se transformaba en fuente de empleo todo el año. De hecho, esa es la única ruta que garantizará la grandeza y la existencia en realidad de lo que entendemos como parrandas en toda Cuba. No se trata de regresión en el tiempo, porque al pasado no es posible viajar, sino de tomar las mejores experiencias y hacer que cuenten en el ahora.
Las parrandas de Cuba –no solo las de Remedios– ganaron su condición en buena lid. Décadas de reclamos en la arena internacional fueron oídas gracias al acompañamiento del Estado cubano. El triunfo de 2018 fue inmenso y sin precedentes, por ello no podemos dejarlo caer. La bandera que se levantó en ese año no solo hizo homenaje a los que hoy gestan y hacen el fenómeno, sino a las generaciones que no están y que fueron los protagonistas desde 1820. No hay derecho a negar nada de eso, por mucho que se quiera instrumentalizar un justo reclamo. Varios son los pueblos parranderos que a inicios de este año vieron un poco entorpecido su nivel de gestión por el encarecimiento de la materia prima en el actual proceso inflacionario. En el 2022, Caibarién no pudo lanzar fuegos artificiales ni realizar trabajos de plaza. La reducción de la cuestión patrimonial ha venido de la mano con la precariedad que en ocasiones existe. Pero en ello debe tomar un especial énfasis el gobierno local, que posee en la ciudad o en el poblado el potencial de gestión para que estén los recursos mínimos. Las parrandas son un asunto de Estado, pero ello incluye sobre todo el nivel más cercano, ese que se dirime en los delegados, los consejos populares, las asambleas municipales.
Las experiencias, no obstante el actual momento de dureza material, son positivas. En Remedios se hicieron unas parrandas de lujo, con agudas y novedosas propuestas en uno y otro grupo portador. Se retomaron tradiciones como los jocosos entierros que se realizan días después de las fiestas. En Zulueta, brillaron las carrozas inmensas y el fuego artificial abundante. Vueltas fue un escenario para el buen gusto en el tratamiento de la historia y de las temáticas literarias. A la altura del 2023, Camajuaní y Zaza del Medio quedan pendientes por su fiesta mayor.
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Más que una ruta para que las parrandas puedan autosostenerse, nos incumbe una sensibilidad mayor. Hay que ir a los festejos a implicarse y dar, no solo a exigir. Pero sobre todo, salvar su condición universal, defendida por los títulos y el prestigio que tanto costó. La malsanidad de pedir que se retroceda en todo ello no nos traerá unas parrandas superiores, sino que conspira en contra del reconocimiento y de la luz que tendría que primar entre todos los que aman y respetan el fenómeno.
Las parrandas han vivido tanto tiempo porque son ancestrales. Transformaron su esencia con los tiempos, desde lo netamente religioso hasta el paganismo más posmoderno y artístico. Son doscientos años de resistencia y de resiliencia en los cuales no hubo un solo descanso en cuanto a la lucha por la existencia y por la vitalidad infinita. El fenómeno trasciende intereses particulares, malestares individuales, modas y conflictos momentáneos. Si no se tiene en cuenta toda esa dimensión compleja, seguirá habiendo procesos de inconformidad en los cuales se ponga en entredicho la continuidad del proceso festivo.
Hay pueblos en Cuba que perdieron sus parrandas, porque simplemente se hizo muy caro el sostén y las personas prefirieron no resistir. Ha sido ese espíritu el motor de la vida o de la muerte de los sucesos asociados a este tipo de creación. Pero aun la resistencia debe encausarse e ir por los mejores destinos. No hablamos aquí de negar absolutamente la gestión que por décadas hizo nuestro Estado y a la cual le agradecemos el crecimiento de los elementos en magnitudes nunca antes vistas. Lo que debería guiarnos es hallar un espacio en común para entre todos los actores culturales trabajar en la concreción de las parrandas y en su renacimiento en aquellos sitios en los cuales se dejó de celebrar. Porque allí también persisten gérmenes de la gloria que un día fue cotidiana y común.
Insertar el crecimiento de las parrandas en el mundo y en las actividades económicas no solo significa que la ruta nos reporte un dinero determinado, sino que no se pierda la esencia y que además exista un proceso genuino de crecimiento del fenómeno, el cual no tendrá que estar sujeto a sucedáneos ni a seudo cultura. Para ello hay que nutrirse de lo mejor de la tradición y ser capaces de optar por la ruptura y la renovación, por la resistencia que genera y no la negación ciega.
Las parrandas han demostrado su inmortalidad y la profunda sensatez de sus raíces hundidas en lo mejor del patrimonio. Merecerlas conlleva ser consecuentes con dicha grandeza.
Luis antonio hdez misas
1/3/23 4:04
Usted recibio el anterior comentario, no estoy seguro de que se haya enviado?
Tirador
25/2/23 18:20
Me parece perfecto Nos quejamos de la colonización cultural y olvidamos nuestras tradiciones. Ahora solo falta incluir la cerveza parranda.
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