América Latina: referente global

Seguramente varios decenios atrás solo los visionarios y la gente políticamente más radical podía imaginar semejante transformación en esta variopinta región ubicada al Sur geográfico del mayor imperio capitalista del orbe y, por demás, santificada en los anales expoliadores como el traspatio natural de los aspirantes a amos universales.

Sin embargo, y lejos de chovinismos australes, lo cierto es que el reciente despertar latinoamericano y caribeño a un esfuerzo unitario e integrador de altos vuelos, independista y liberador por antonomasia, distante de añejos sectarismos, aspiraciones individuales o grupales de liderazgo, y libre de la forzada ceguera con relación a sus realidades y urgencias objetivas, va colocando a esta parte del mundo en un nicho de verdadero referente global en materia de saltos positivos al futuro.

Desde luego, no ha sido una semilla exclusivista ni de absoluto estreno la que hizo brotar el árbol. Hay una historia y unos antecedentes comunes que vienen desde la primera resistencia de los autóctonos al agresivo y no pocas veces aberrado colono europeo, pasando por las guerras de liberación contra el coloniaje exterior y los ulteriores combates contra la ultrajante dependencia al “heredero” de los desalojados primeros verdugos.

Y de aquellos remolinos devinieron esta suerte de firmes y cada vez más consolidados arcoíris, que han sabido colorearse de la sagacidad suficiente para sumar, a pesar de diferencias, y de hacer su propio camino sin desconocer otras experiencias, pero sin copias insensatas e impensadas de teorías, proyectos y modelos…; autóctonos o no.

Así hemos llegado a esta nueva etapa regional de contrastes alentadores con respecto a otros paisajes nada edificantes en el resto del orbe.

Y mientras, por ejemplo, los “pujantes” Estados Unidos y la “honorable y graciosa” Europa patinan sobre el barro de una crisis económica y financiera que se alarga por seis años sin salidas a la vista, naciones ancestralmente ignoradas y zarandeadas como Bolivia, ahora bajo un gobierno multicultural encabezado por un presidente indígena, muestras crecimientos económicos cercanos a siete por ciento anual, borró del mapa el azote del analfabetismo, y ha multiplicado por varios dígitos sus reservas financieras derivadas ahora, en gran medida, de la socialización de sus riquezas mineras y energéticas.

Mientras, el pequeño Uruguay, convertido hace apenas unas décadas en un potrero del terror, la tortura y el entreguismo a cuenta de los programas contrainsurgentes Made in USA, aplicados en buena parte del Sur hemisférico, y cuyo 189 aniversario de la Declaración de Independencia recién acaba de celebrarse este 25 de agosto, se proyecta —al decir de su presidente, el exguerrillero Tupamaro y ex preso político José Mujica— hacia el escalón de país desarrollado por sus avances sociales, su activa economía, su desempeño educacional, y el nivel de vida que van logrando sus ciudadanos, entre otros aspectos clave.

América Latina y el Caribe, además, cuentan ya con instrumentos de convergencia y coordinación en los cuales es nula la presencia intimidante de Washington, y en aquellos donde aún ese fantasma se mantiene, son constantes los desacuerdos y la resistencia tajantes frente a los intentos de imponer a nuestra región renovados esquemas de dominación y control.

Asimismo, los nuevos tiempos han consolidado la voluntad colectiva de hacer de esta parte del mundo una zona de paz, libre de armas nucleares; cuyo origen y desarrollo ha estado ligado a las pretensiones de hegemonismo global o a las impuestas necesidades defensivas de aquellos colocados en la mira de los promotores de semejantes artilugios de muerte y chantaje.

Pero además, el nuevo clima latinoamericano y caribeño muestra una profunda proyección internacional de apego a la justicia, la equidad, y el equilibrio; a la vez que de condena a los ultrajes, la pillería, el genocidio, la violencia criminal, los odios irracionales y la vocación tiránica y absolutista que aún anda por el planeta.

Y a la vez, y como respuesta tajante, el sur del hemisferio americano explaya su solidaridad y su respaldo a todos los masacrados, humillados y expoliados, con el espíritu de humanidad y hermandad que acumula en su larga historia de lucha por convertirse en un eje clave de transformación positiva.

Ahí están, para solo citar los más recientes ejemplos, la decisión de las naciones de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, ALBA, de remitir urgente ayuda humanitaria a la asediada población palestina de la Zona de Gaza, aún bajo el permanente fuego de las armas sionistas pagadas por Occidente; la iniciativa venezolana de traer a su territorio a niños palestinos cuyas familias han muerto bajo las bombas de Tel Aviv; y los ofrecimientos de Uruguay de dar albergue a refugiados sirios víctimas de la agresión externa contra el gobierno de Damasco, y acoger a un grupo de presos de la sórdida cárcel norteamericana instalada en la Base de Guantánamo, acusados de presumible actividad terrorista, y que han guardado prisión por largos años carentes de toda garantía legal.