Por: Sigfrido Reyes
En El Salvador echa raíces el modelo político de Nayib Bukele, ligado al resurgimiento del fascismo en América Latina, alentado, a partir de 2017, por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. En apenas cuatro años, Bukele impulsó un retroceso radical en el país, devolviéndolo a su pasado más oscuro y doloroso, cuando el sistema político estaba totalmente militarizado y la muerte, la cárcel, la tortura, las desapariciones y el exilio marcaban el día a día de los salvadoreños.
Gracias a Bukele y su grupo de incondicionales, en El Salvador se abolió, en la práctica, la vigencia de la Constitución y el sistema democrático, se eliminó la justicia independiente e imparcial, se suprimió la dinámica política de pesos y contrapesos frente a un Poder Ejecutivo desenfrenado.
Todo lo anterior en sí mismo sería una tragedia para cualquier país de Nuestra América. Pero en el caso de El Salvador la tragedia es doble: el país vivió durante más de una década en una sangrienta guerra civil, que surgió como resultado de la represión y la asfixia de toda libertad democrática, por una dictadura militar pro-oligárquica, brutalmente asesina y obediente a los Estados Unidos, a lo largo de casi seis décadas.
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La rebelión popular de los años ’80, encabezada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) fue capaz de movilizar a los más diversos sectores sociales, atraer la solidaridad de los pueblos del mundo y recibir el acompañamiento espiritual de líderes religiosos de enorme estatura moral, como el Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, martirizado por la extrema derecha fascista.
La lucha del pueblo salvadoreño en el plano militar, y reforzada ampliamente por la movilización social e internacional, en un escenario global muy complejo, que daba cuenta de la caída del llamado “Campo Socialista”, logró finalmente, en base a admirables campañas militares guerrilleras, doblegar la voluntad guerrerista de los gobiernos de Estados Unidos y de las fuerzas armadas salvadoreñas. Así, finalmente, y bajo los auspicios de las Naciones Unidas, se firmaron en México, en Enero de 1992, los Acuerdos de Paz de El Salvador.
Se puso así fin al conflicto armado, que dejó decenas de miles de víctimas, y se inició el camino de la construcción de una democracia para El Salvador, entendida ésta como el reconocimiento pleno y efectivo de los derechos humanos de cada miembro de la sociedad, la desmilitarización del sistema político, la construcción de sistemas justicia y electoral que asegurasen el respeto de las libertades ciudadanas, la participación y la voluntad popular. Atrás quedaron los años de un Estado represivo, dotado de cuerpos militares y paramilitares ensañados en perseguir las luchas populares.
Al FMLN, convertido en un partido político legal en virtud de los Acuerdos de Paz, le tomó un tiempo asimilar las complejidades de la lucha electoral y dominar esa forma de la lucha política. Se acumularon fuerzas y experiencias. Se creció notablemente en el terreno parlamentario y municipal. Y, finalmente, en el año 2009, se ganaron las elecciones presidenciales. La llegada de la izquierda al gobierno de la Nación representó un giro radical en la dinámica política, social y económica del país. Se abandonaron las políticas neoliberales en el manejo de la economía.
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Se pusieron en marcha exitosas políticas sociales, orientadas a asegurar la dignidad a las mayorías largamente olvidadas. En cuestión de 10 años, con 2 periodos de gobierno de la izquierda, la pobreza cayó de un 42% a un 29%, y la desigualdad bajó a niveles del 0,35 del Índice de Gini, uno de los logros más destacados en América Latina. En paralelo, se combatió drásticamente la corrupción y se alcanzaron importantes logros en llevar educación y salud a los más pobres, y empoderar a las mujeres en sus derechos.
Lo que definitivamente marcó a los dos gobiernos del FMLN fue el respeto y promoción de los derechos humanos y el sometimiento de autoridades y gobernados a la ley y a la Constitución de la República. En muy raras épocas en la historia republicana de 200 años la sociedad salvadoreña disfrutó de tantos derechos y libertades, y se vivió tanto pluralismo en el debate de los asuntos públicos.
Hoy en día, desde la aparición de Bukele al frente del Estado, en junio del 2019, resultado de una estrategia electoral basada brutalmente en la manipulación y las fake news, dirigida desde Washington, el país sufre el más severo retroceso de su historia moderna. Se ha instaurado un proyecto de pleno corte neofascista, que llena todos los atributos de tal definición. En primer lugar, un personaje mesiánico, ambicioso y despótico, que impulsa la narrativa que la historia del país apenas está comenzando con él. En tal sentido, la negación de la historia es central para Bukele. De allí su empeño en negar las razones de las luchas populares que desembocaron en la guerra contra la dictadura (cualquier parecido con el discurso de Milei y su vicepresidenta… ¡no es mera coincidencia!).
Bukele y el bukelismo se empecinan en suprimir los Acuerdos de Paz y la “primavera democrática” a la que dieron origen para El Salvador. En esa misma línea se ubica la remilitarización del país y la supresión de las libertades individuales, bajo la excusa del combate a los grupos criminales. Grupos con los cuales, según abundante evidencia disponible, Bukele ha estado íntimamente coludido desde antes de su llegada al poder. En virtud de ese régimen de excepción, que se volvió ya permanente, decenas de miles de personas inocentes llenan las cárceles de El Salvador, y centenares de detenidos han muerto a causa de torturas y todo tipo de privaciones.
El lawfare, que despuntó para anular a liderazgos de izquierda y progresistas, se aplica ferozmente en El Salvador, particularmente contra líderes reconocidos del FMLN.
En esa misma perspectiva, Bukele se empeña en reelegirse de manera obscenamente inconstitucional, valiéndose del terror y del sometimiento absoluto del aparato judicial y electoral, logrados a través de un auténtico “golpe de Estado” desde el Ejecutivo.
Vienen días aún más difíciles para El Salvador. Un proyecto fascista solo se puede frenar y revertir con masivas y vigorosas luchas populares. Para el FMLN el reto está puesto allí: catalizar el descontento popular frente a una dictadura que se quitó todas las máscaras y pretende perpetuarse en el poder.
*Político salvadoreño, miembro del FMLN, ejerció como Presidente de la Asamblea Legislativa de El Salvador. Publicado por Nodal.am
Ale
5/2/24 0:04
Déjense de abuso si ese tipo puso orden en el país con mayor delincuencia de América Latina y hasta ahora solo ha tenido logros y sin contar q es el presidente, por mucho, más popular del mundo.
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