La Administración republicana, desde su regreso en enero, ha basado su política exterior en una serie de ultimátums: aplicar aranceles, forzar negociaciones bajo la amenaza o suspender visados a funcionarios, con el único objetivo de torcer voluntades ajenas.
Su logro más reciente, y más explícito, se vio en las elecciones argentinas, donde el propio presidente estadounidense amenazó con retirar apoyos financieros si su fuerza favorita no resultaba ganadora. Javier Milei ganó. Ante ese precedente, ¿cómo no iban a intentar la misma receta con Cuba?
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Durante semanas, se filtraron informes sobre las presiones ingentes e inéditas ejercidas por el Departamento de Estado. Su misión: mover los números de la condena anual, apabullante e histórica, que Estados Unidos recibe por su arcaica política de más de medio siglo de bloqueo total contra Cuba. Capital por capital, embajada por embajada, trabajó el gobierno estadounidense para intentar revertir el aislamiento internacional que habitualmente lo acompaña en este tema. Testigos y amigos describieron el operativo como brutal, descarnado y sin miramientos.
Y hoy, finalmente, llegó el día de la votación. El análisis de esta resolución tiene dos actos. En el primero, ayer, fuimos testigos del discurso del garrote en ristre del representante permanente de Estados Unidos, un orador poco habituado a los foros donde debe respetar lo que otros dicen. Sus excesos fueron tan flagrantes, sus mentiras tan groseras en relación a Cuba, que obligaron a la delegación cubana a solicitar un punto de orden.
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Se recurrió a los más cínicos reclamos, intentando tejer una supuesta participación cubana en el conflicto entre Rusia y Ucrania, todo aderezado, como de costumbre, con las usuales acusaciones en materia de Derechos Humanos. Increíblemente, estas acusaciones provenían del mismo país que dota al Estado de Israel de todas y cada una de las bombas utilizadas en el genocidio palestino.
Sí, hubo quienes cedieron. Sí, hubo quienes no resistieron las presiones y cambiaron su voto. Sí, algunos se sumaron, tibios o animados, al coro de la mentira. Pero he aquí el resultado final: 165 países votaron con Cuba.
A pesar del poderío político y militar, a pesar de la maquinaria de coerción de la mayor potencia del mundo, la victoria cubana continuó siendo apabullante. Lógicamente, ellos intentarán declarar la victoria; para quien está acostumbrado a contar solo con dos votos, tener ahora un puñado en cada mano debe sentirse como un triunfo.
Sin embargo, la realidad es tozuda y envía un mensaje claro. Cuba salió una vez más del plenario de la Asamblea General de las Naciones Unidas con la frente en alto y la dignidad erguida. El bloqueo, además de cruel e inmoral, sigue siendo un fracaso diplomático absoluto para Washington. Tanto nadar Estados Unidos en aguas turbulentas de presiones y amenazas, para morir una vez más en la orilla.
 
                        
 
                
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