La señal convenida para iniciar las acciones en el levantamiento del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba era el disparo de un mortero contra el cuartel Moncada a las siete de la mañana. Pero el morterazo nunca se produjo, lo que provocó algo de desorganización y desconcierto
Pepito Tey no esperó mucho. Llamó a María Antonia Figueroa, quien atendía el teléfono en el cuartel general de los revolucionarios: “Doctora, dígale a Salvador (Frank País) que llegó el momento”. Ella le pidió que se esperara y dio el recado a Frank, quien respondió: “Dígale que está bien”.
La veterana luchadora Gloria Cuadras sintió un griterío en la calle. “Todos nos asomamos al corredor, los autos de los muchachos pasaban gritando “¡Abajo Batista!”, “¡Viva Cuba libre!”. Los vecinos, al pasar los carros, vitoreaban a los combatientes. “Pero Frank, ¿qué es esto?”, exclamaba emocionada Gloria.
Y vio a Pepito Tey en la máquina delantera que sacaba su brazo vestido de verde olivo con el brazalete rojo y negro del 26 de Julio y levantando el fusil, gritó: ¡Viva Cuba libre! Frank no se pudo contener y contestó con las mismas palabras.
A Tony Alomá no lo querían dejar participar en la sublevación porque su mujer, también combatiente, esperaba un hijo. Él refutó a los sobreprotectores: “Este es mi lugar, donde están todos mis compañeros”.
Alguien, para convencerlo, invocó el nombre de Nancy, su cónyuge embarazada. “Cuando yo me metí en la clandestinidad, no conocía a Nancy. Tan pronto la conocí le dije en lo que estaba y ella estuvo de acuerdo, así que estoy cumpliendo con mi deber", simplemente respondió Tony simplemente.
En el asalto a la Estación de la Policía Nacional, uno de los objetivos del levantamiento, Otto Parellada iba al frente de un grupo cuya misión era atacar por el fondo de la Escuela de Artes Plásticas; mientras que Pepito Tey comandaba otro que acometió por el frente de la Estación.
Partiendo de la escalinata de Padre Pico, Pepito iba delante, seguido por cuatro compañeros, entre ellos, Tony Alomá. Los cinco se parapetaron detrás de un murito. Contra esa posición los batistianos dirigieron una concentración de fuego.
Uno de los revolucionarios fue herido en una pierna. Pepito lo ayudó a incorporarse mientras los otros dos lo cubrían. El herido, rengueando, logró retirarse. En un momento en que los otros dos combatientes no pudieron precisar, Pepito es herido mortalmente.
Al disminuir la concentración de fuego los revolucionarios pudieron abandonar su precaria posición. Pero ya Pepito había muerto. Descendieron por el mismo lugar por donde habían subido. Fue entonces que ambos se percataron de la muerte de Tony Alomá.
Entretanto, el otro grupo lanzaba cocteles Molotov contra la Estación. Otto Parellada, incluso herido, no cesaba de disparar. Hasta que una ráfaga acabó con su vida. Lejos de amilanarse, sus hombres respondieron con una balacera violenta. Se recrudeció el combate.
Alguien buscó un saco de yute y pedazos de tela, metieron dentro de él varios cócteles, le dieron candela y lo tiraron sobre el techo, que empezó a arder. Dentro del calabozo de la Estación estaban varios revolucionarios, detenidos anteriormente. Los policías abandonaron el lugar y los dejaron a merced del fuego.
Con un ladrillo desprendido rompieron el candado de la reja, treparon a unos tanques de agua y brincaron a una casa vecina, donde ya habían llegado los bomberos. “Cállense la boca –dijo el jefe de los bomberos a su gente–, no digan nada, por aquí no ha brincado nadie”.
Los esbirros irrumpieron en la vivienda pero entre el humo y la labor de los apagafuegos había mucha confusión. Los sicarios se marcharon sin capturar a ninguno. Con la ayuda de la dueña de la casa, los bomberos vistieron a los revolucionarios con los uniformes característicos del cuerpo y se los llevaron uno a uno.
En el asalto a la Policía Marítima, los revolucionarios a tiro limpio entraron en el edificio, hicieron prisioneros a un teniente y seis guardias y acopiaron armas. En la retirada, hirieron a uno de los combatientes en una pierna y la mandíbula, y sus compañeros lo dejaron por muerto.
Al volver en sí, se vio rodeado de enemigos. Un teniente asesino lo iba a ultimar pero los almaceneros y estibadores de los muelles no lo dejaron. “No lo mate, él es un trabajador de aquí que no está metido en nada”, le dijeron. Como el joven estaba vestido de paisano y desarmado, el sicario creyó lo que le decían.
Al comando que se acantonó en el Instituto de Segunda Enseñanza se acercó para ayudarlos un niño de unos doce años. Le conminaron a que se fuera. “¿Cómo voy a irme? ¿No están combatiendo ustedes? Yo también soy combatiente”, replicó. Y comenzó a ayudar al que portaba una ametralladora pesada.
De los más de veinte que combatieron en el Instituto, solo doce eran miembros del Movimiento 26 de Julio, los demás se incorporaron aquel día. Cuando se ordenó la retirada, plantearon que querían seguir luchando.
El jefe del comando, Nano Díaz, quien meses después cayó heroicamente en el combate de Uvero, expresó categórico: “Fidel nos necesita vivos y no muertos, tenemos que seguir la lucha”. Solo así aceptaron retirarse.
Lamentablemente los revolucionarios santiagueros hicieron un cálculo erróneo de la llegada de la expedición del Granma y su titánico esfuerzo no sirvió de apoyo al desembarco de Fidel y sus compañeros. No obstante, demostró la capacidad organizativa del Movimiento 26 de Julio y sus potencialidades para la lucha.
Una vez consolidado el foco guerrillero en la Sierra Maestra, muchos de los veteranos del levantamiento, se incorporaron al naciente Ejército Rebelde y aplicaron en la lucha guerrillera la experiencia combativa de las acciones llevadas a cabo el 30 de noviembre de 1956.
Linett Ortiz Hernández
6/12/19 11:01
Buenas colectivo de Cubahora:
Estoy interesada en publicar sobre Frank País en la sección de historia. Me gustaria conocer las normas que ustedes tienen establecidas para ello.
Un abrazo,
Linett
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