sábado, 21 de septiembre de 2024

Gente de Sol

De qué si no de Sol están hechos los que educan, los que dibujan con tiza el amanecer de nuestros días...

Jesús Arencibia Lorenzo en Exclusivo 22/12/2012
2 comentarios
Borrador y Tiza
“Enseñar puede cualquiera, educar solo aquel que sea un evangelio vivo”

“¿Se me trabó mucho la lengua?”, susurró el profe después de aquella clase magistral de sábado por la tarde. La escuela, el IPVCE Federico Engels, en Pinar del Río, estaba casi vacía, pero Roberto del Sol, como había hecho durante años, tenía encuentro con sus estudiantes para conversar.

Solo que aquel sábado, la cita fue después de una fiesta. Y aunque le insistimos mucho para que se tomara el día libre, él no aceptó. Tras unos pocos tragos de vino, cumplió hidalgo su deber y nos embelesó con una charla exquisita. Aun así, no se permitía un desliz en el magisterio, por eso me preguntaba si había salido claro.      

Aunque las lecciones del buen Roberto, que eran noticia en cada pasillo del instituto, desandaban los caminos de la Historia de Cuba, en ellas se tertuliaba sobre Geografía, Filosofía, Matemática, Derecho... Mucho antes de que en Cuba se acuñara el concepto de Profesor General Integral —no siempre feliz en sus resultados concretos— los diálogos con Del Sol gozaban de esa integralidad.

Y digo diálogos con sentido literal, porque eso era lo que hacía y hace este profesor bajito, calvo y sonriente, que ha transitado por varios centros y niveles de enseñanza en la provincia: conversar y reír con sus alumnos hasta que alguien se da cuenta de que ya es de noche, o que se va la guagua, o que la vida toda no puede caber en una conferencia y hay que dejar un pedacito para mañana.

Del Sol podía vincular el pasado épico de la nación con los fotones de luz de los que hablaba Einsten o con los movimientos de sístole y diástole del corazón sin que alguien notara una relación forzada o un ejemplo “traído por los pelos”.

Su llave magnífica era la duda. Aunque seducía escucharlo, terminaba habitualmente invitándonos a un fraterno duelo, a que desconfiáramos de lo que nos había dicho y saliéramos a buscar nuestras propias respuestas.

Pícaro y enamorado, citaba a Martí con la misma profusión y limpieza con que nos mostraba a Darwin, polemizaba con Pascal o descorría el velo de Picasso. Marta, su mujer, se quejaba a menudo, con razón, de que Roberto andaba en las nubes, trabajando la semana entera y repasando extra sábados y domingos, mientras ella se echaba a la espalda el hogar. Pero terminaba impulsándolo, romántica amante, a que siguiera esa estrella, aun a costa del tiempo de los suyos.

Pasan los años y cada vez que pienso en él o voy a verlo a la Universidad Hermanos Saíz, donde trabaja ahora, comprendo más que su apellido es casi un símbolo de los buenos maestros. De qué si no de Sol están hechos los que educan, los que dibujan con tiza el amanecer de nuestros días, los que queman con un lápiz rojo las impurezas de nuestro egoísmo, los que salvan para el jugo de mañana la indefensa semilla de hoy.


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Jesús Arencibia Lorenzo

Se han publicado 2 comentarios


José Alejandro
 7/1/13 14:54

Singular crónica, que no transita por los melifluos lugares comunes. El autor sí ha encontrado el vellocino de oro de ese género. Jesusito, cuando yo sea grande quisiera escribir como tú.

Livia
 22/12/12 14:33

Jazmín, mi maestra de primero, Charito, la de segundo, Piedad de la tercero..la de cuarto, prefiero olvidarla, pero la de quinto, fue especial, Lazarita, o mi maestro de 6to grado, Juan, inigualable. En la escuela de Técnicos de Biblioteca, una maravilla de la cultura, que algún sesudo logró cerrar, tuve maestros de la talla de Salvador Bueno, como mi profe de literatura o Jorge, de Física y su esposa, en Biología; matrimonio excelente y profesores perfectos. Y quién olvida a Adelina o Estercita? Ya en la Universidad fueron muchos. A unos prefiero no recordar, a otros los quiero y respeto mucho, áun después de varios años, siguen siendo mis profe. A todos ellos, mis cariños y eterno agradecimiento.

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