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miércoles, 2 de octubre de 2024

La Revolución cubana y la libertad de cultos

Desde el primer documento que convocaba a la insurrección en 1868 los independentistas cubanos reflejaron un gran respeto por las libertades de culto religioso...

Pedro Antonio García Fernández en Exclusivo 19/09/2015
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Haciéndose eco de la propaganda mediática de las trasnacionales de la comunicación, un  poeta escribió años atrás que Revolución y religión no rimaban. Argumentaba su tesis en un supuesto ateísmo fanático que desde la guerra del 68 predominaba en el  pensamiento político cubano más radical.

Como todas las absolutizaciones, tal aseveración peca de  reduccionismo e inexactitud. Si bien es cierto que desde el alzamiento del ingenio Demajagua existieron contradicciones entre el campo revolucionario y las iglesias, sobre todo la Católica, ello no se debió a ese ateísmo radical que algunos suponen.

El clero existente en Cuba en 1868 era predominantemente español. Por razones políticas y en cierto modo, chovinistas, pero nunca filosóficas, se alineó con el colonialismo peninsular. Era lógico que los mambises adoptaran ciertas poses anticlericales como un modo de defenderse.

Sin embargo, desde el primer documento que convocaba a la insurrección, el Manifiesto del 10 de Octubre, redactado por Carlos Manuel de Céspedes, los independentistas reflejaron un gran respeto por las libertades democráticas, sin excluir la libertad de culto.

Esto queda implícito en el Manifiesto: “Demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre”. Antes se había afirmado: “Solo queremos ser libres e iguales como hizo el Creador a todos los hombres”.

No eran argucias tácticas sino una convicción. En la primera constitución mambisa, promulgada en Guáimaro, se expresaba en el artículo 29: “La Cámara (de representantes) no podrá atacar las libertades de culto, imprenta, reunión pacífica, enseñanza y petición, ni derecho alguna inalienable del Pueblo (sic)”

Dos décadas y media después, en plena Guerra del 95, la carta magna aprobada en La Yaya afirmaba: “Los cubanos y extranjeros serán amparados en sus opiniones religiosas y en el ejercicio de  sus respectivos cultos, mientras estos no se opongan a la moral pública.”

Durante la neocolonia se continuó la tradición mambisa al respecto en las constituciones de 1901 y 1940. En la primera (artículo 26) se aseveraba: “Es libre la profesión de todas las religiones así como el ejercicio de todos los cultos sin otra limitación que el respeto a la moral cristiana y al orden público”.

La constitución del 40 repetía este enunciado en su artículo 36, que contaba con un importante párrafo adicional también presente en la de 1901: “La Iglesia estará separada del Estado, el cual no podrá subvencionar ningún culto”

Las crisis económicas de los años 20 y una cierta aristocratización de la Iglesia Católica, cuya base social fundamental era la burguesía, provocaron un auge de las denominaciones evangélicas que engrosaron su feligresía entre sectores populares y del campo. Igualmente las religiones de origen africano sumaron adeptos incluso en la llamada población blanca pobre.

Si bien las estadísticas arrojaban un 70% de católicos en Cuba, esa cifra solo reflejaba a los que habían sido bautizados en ese rito y no a quienes hacían vida de iglesia. Estudios realizados por la Juventud de Acción Católica Universitaria demostraron que solo el 8% asistía a misa y comulgaba regularmente.

Con el triunfo de la Revolución en 1959, cuando la burguesía comenzó a emigrar a los Estados Unidos, cierto sector del clero católico adoptó una posición de confrontación contra el gobierno Revolucionario.

Eran los años de la Operación Peter Pan que llevó a 14 mil niños cubanos a Norteamérica debido a rumores infundados, producto de una propaganda malévola, sobre una ley que derogaba la patria potestad.

Con la partida entre 1961 y 1962 de gran parte del clero español, al nacionalizarse los centros de enseñanza donde trabajaban, los sacerdotes cubanos tuvieron que multiplicar sus esfuerzos para atender los templos existentes.

El papel desempeñado por el papa Juan XXIII, negado a sumarse a las campañas de boicot a la Revolución cubana, fue determinante, al igual que posteriormente S.S. Pablo VI. Los nuncios apostólicos que ejercieron su pastoral en Cuba laboraron por un clima de coexistencia y no de confrontación.  

Tanto en la Constitución de 1976 como en la reforma de 1992 volvió a quedar reflejada la libertad de cultos en la Isla. Pero al principio de la etapa revolucionaria los estatutos del Partido Comunista de Cuba y de su organización juvenil prescribían el ingreso de quienes tuvieran creencias religiosas.

Atendiendo a criterios de la población, ambas organizaciones modificaron sus estatutos a inicios de la década de 1990 y eliminaron esa discriminación.

Cuando todavía era un proyecto a largo  plazo la visita del papa Juan Pablo II a Cuba, el cardenal Ángel Suquía, entonces presidente de la Conferencia Episcopal de España (consejo de obispos católicos de la península) visitó nuestro país. Hombre de ideas conservadoras, había imaginado la Isla de otra forma.

“He visto libertad de cultos”, me dijo cuando lo sometí a un cuestionario periodístico. “La gente va a la iglesia sin problemas, los templos se llenan de fieles los domingos, he recibido muchas peticiones pero ninguna acusación de que no les dejan profesar sus creencias”.

Similares declaraciones me ofrecieron en otro momento los pastores evangélicos visitantes del Consejo Mundial de Iglesias y del Consejo de Iglesias de Cristo de los Estados Unidos, quienes además fueron muy críticos con la política de bloqueo a Cuba por parte de las distintas administraciones de su país.

Juan Pablo II viajó a Cuba en enero de 1998 y pidió que el mundo  se abriera a Cuba y Cuba se abriera al mundo. En la habanera Plaza de la Revolución José Martí, ofició una misa ante un millón de personas, entre las que se encontraba Fidel Castro.

Continuando la senda de su predecesor, Benedicto XVI inició su visita el 26 de marzo de 2012en Santiago de Cuba, donde ofició una misa y visitó el Santuario del Cobre. Al día siguiente emprendió viaje hacia La Habana. Tres artesanos camagüeyanos esculpieron para él en madera una efigie de la Virgen de la Caridad.

"Con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de dios", recomendó a los cubanos, a los que agradeció luego “las innumerables muestras de afecto recibidas” durante su visita.

Hoy llegará a Cuba Su Santidad Francisco, a quien el historiador de La Habana, Eusebio Leal, califica como el mensajero de la misericordia en un mundo injusto. Por su labor a favor de los pobres de la tierra, el primer pontífice latinoamericano ya se ha ganado el amor del pueblo cubano.


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Pedro Antonio García Fernández

Periodista apasionado por la investigación histórica, abierto al debate de los comentaristas.


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