martes, 24 de septiembre de 2024

Los “machos” proveedores

Desde edades tempranas, los adolescentes son impulsados a cumplir con una de las principales exigencias de la masculinidad hegemónica: ser proveedores...

Jesús Eugenio Muñoz Machín en Exclusivo 03/08/2013
3 comentarios
Jóvenes cubanos
La masculinidad no obliga a proveer económicamente el hogar.

Rafael e Ingrid han estudiado juntos siete de sus 16 años, desde la enseñanza primaria hasta la preuniversitaria. Pero recientemente se comenzaron a mirar diferente. El cariño fue creciendo, compartieron algunas tardes de estudio y escucharon, primero en grupo, después solos, la música del grupo LMFAO. Luego de algunos “rituales” novelescos —carta, flor, besos— decidieron ser novios.

Este sábado irán juntos a “la música”, un restaurant-cabaret-cafetería durante el día y suerte de discoteca juvenil en las noches. Allí, dos bafles de grandes proporciones escamotean a los vecinos la tranquilidad nocturna.

Es sábado por la mañana y Rafael espera con ansias el encuentro con Ingrid. Nada puede salir mal, pues lo ha pensado todo: pelado nuevo al estilo Cristiano Ronaldo (20 pesos), pulóver “cuello de V” y pantalón ajustado, ambas prendas de estreno (regalo de 30 pesos en moneda convertible por los resultados en los exámenes finales y su cumpleaños). Los zapatos son de “medio palo”, pero bien limpios casi pasan por nuevos.

Solo hay un inconveniente. La entrada al centro nocturno cuesta veinticinco pesos, o treinta si hay humorista invitado, y adentro todo lo venden en “divisa”. Por otra parte, Rafa no va solo, Ingrid es “su jeva” y en casa siempre le han dicho que el hombre es quien paga.

Mamá y papá “lo ayudaron” con 50 pesos, pero con eso solo le alcanza para empezar la noche. ¿Y si Ingrid desea consumir algo? Él sabe que ella no toma bebidas alcohólicas, y por eso le agrada más, pero los refrescos tampoco son baratos. ¿Y si Carlos, el amigo, le compra cosas caras a su novia? Ni siquiera en el examen final de Matemáticas Rafa estudió tantas variantes ante un problema. Tiene que estar a la altura. Ingrid es “su jeva” y él es el “macho”, se repitió hasta el cansancio.

La noche llegó. Rafa, con sus cincuenta pesos, fue a “la música”. A unos veinte metros del lugar, vio a Ingrid en la puerta. Ella le hizo señas. Él no reaccionó, un temblor recorría su cuerpo. Quizás ni la entrada podría pagarle. Que no haya humorista, deseó. Pero si entraba, una vez allí no habría marcha atrás. Si ella pide un caramelo, no tendría con qué comprárselo: ¡tremenda pena!, suspiró.

Cuatro, tres, dos pasos lo separaban de Ingrid y de la puerta de entrada. Nunca le costó tanto caminar, pero él era un valiente y no podía dejarse vencer por el miedo. Él “no era un pendejo”.

Un beso escurridizo de saludo. Una sonrisa agradable de Ingrid y un impávido “hola” de Rafa que miraba el cartel con el anuncio de la ausencia de humorista esa noche. Ella lo tomó del brazo y le dijo: Apúrate, que Carlos y Ángela están esperándonos en una mesa. Mientras él buscó en su bolsillo derecho los cincuenta pesos, ella se apresuró y pagó al portero con un billete que traía en la mano. Lo tironeó suavemente del brazo, suficiente para traspasar la entrada del local. 

Rafa no entendió nada. Cuando reaccionó, con sus cincuenta pesos en la mano, ya estaban frente a la mesa donde los esperaban Carlos y Ángela. La noche transcurrió tranquila. Ingrid bailó muchísimo, Rafa no tanto. Ella le contagió un poco de su energía y él se dejó ganar por aquellos ojos grandes que conoce desde siempre y que ahora puede ver más de cerca. Bailaron al compás de una canción house, una salsa, una balada, cuatro o cinco reguetones, todo aderezado con la voz afectada del animador de turno.

Al día siguiente, Rafa se levantó temprano, algo extraviado. Sacó los cincuenta pesos del pantalón y los escondió en un zapato. El billete con el rostro de Calixto García, el general de las tres guerras, probaba que una mujer adolescente le pagó la entrada al “macho”. Esa pequeña pieza de papel revelaba una masculinidad lacerada.

Apenas salió del cuarto, el padre lo interrogó en la jerga de los machos: ¿Dime, cómo te fue con la hembra? Rafa respondió lacónico, pero con muestras de júbilo: ¡bien! Había sido el mejor sábado en “la música”. La madre, que escuchaba desde la cocina preguntó: Mijito, ¿te portaste como un hombrecito? Entonces el semblante de Rafa ensombreció. Un hombre no deja que una mujer pague.

La historia puede ser bastante similar a otras que conocemos, incluso el final. Rafa, esa tarde, rompió con Ingrid.

DE MACHOS PROVEEDORES Y MASCULINIDAD HEGEMÓNICA

Desde niños, los varones escuchan que los “hombres de la casa” tienen la exigencia de proveer económicamente el hogar, ser el sustento de la familia y de la pareja. Con la llegada de la adolescencia comienzan los primeros encuentros con los moldes preestablecidos y los roles asignados culturalmente a ellos y ellas: “el proveedor y la mantenida”.

Desde edades tempranas se comienza a configurar lo que después puede traducirse en el trabajador varón, que según la masculinidad hegemónica, se hace hombre a través del trabajo, mientras su pareja se encarga de todos los demás aspectos de la vida cotidiana. Los mandatos de la masculinidad dominante presionan, así como padres, madres, hermanos(as) mayores y amigos(as) que se encargan de recordar a diario que “el macho paga”.

Como señala el investigador canadiense Michael Kaufman, parte de la exigencia de ser varón pasa por mantener corazas duras (reprimir sentimientos), lograr objetivos (ser exitosos) y proveer (para mantener una posición jerárquica en las relaciones de género y mantener el status quo tradicional de subordinación de la mujer y de otros hombres).

Un joven, llámese Rafael o no, cuando comienza a conocer las relaciones de pareja, se inserta en un entorno que le exige ser proveedor desde los 15 o 16 años, incluso antes. Los hombres deben ser proveedores hasta en el plano de las emociones, ser capaces de complacer a su pareja sin tomar en cuenta muchas veces sus necesidades individuales.

Los varones, presionados desde la construcción sociocultural de la masculinidad heteronormativa, comúnmente homofóbica, violenta, pero a la vez insegura, frágil, desprovista de lenguaje emocional, son socializados desde la adolescencia para ser futuros trabajadores-proveedores. A nivel global, los vaivenes económicos, políticos y sociales dificultan cada vez más cumplir con ese mandato. Una masculinidad tradicional puede entrar en crisis por una simple salida nocturna con la pareja.


Compartir

Jesús Eugenio Muñoz Machín

Se han publicado 3 comentarios


SIGUARAYA
 5/8/13 14:21

ESTOY DE ACUERDO CON KATI EN CUBA TODAS LAS MENTES TIENEN QUE AVANZAR Y CAMBIAR, JOVENES Y NO TAN JOVENES, YO EN LO PERSONAL HE CAMBIADO, SIEMPRE SALGO CON MI DINERO, NO ESPERO NADA DE NADIE, Y NO ME IMPORTA PARA NADA INVITAR A UN COMPAñERO A UN CAFE Y PAGARSELO YO. SABEMOS QUE VIVIMOS TIEMPOS MUY DIFICILES Y UN TRABAJADOR HONRADO NO SIEMPRE TIENE DINERO PARA INVITAR A UNA DISCOTECA, TAL VEZ LE ALCANCE PARA IR AL CINE SOLAMENTE, PERO LA JUVENTUD DE HOY SOLO MIRA PARA LA ROPA Y LOS ZAPATOS QUE LLEVAS PUESTO Y QUE EL BOLSILLO ESTE BIENCONTENTO. MUY BUENO SU ESCRITO JESUS LO FELICITO.

Kati
 5/8/13 6:18

La mentalidad cubana tiene que avanzar y dejarse de tanto machismo, esto en España por ejemplo no pasa, las mujeres pagan igual que los hombres,las mujeres no esperan que nadie les solicione las cosas,incluso muchas veces invitan ellas. La masculinidad no pasa por ahi.

Arístides Lima Castillo
 3/8/13 13:22

Muy buen artículo, muy bien enfocado con un tema que no es muy frecuente, o casi ausente, en nuestra prensa. Como “macho, varón, masculino”, tuve que enfrentar situaciones parecidas a las que enfrentó Rafael, el protagonista de tu historia enfrentó, pero eso fue hace tanto, pero tanto tiempo, que con solo diez pesitos, de aquellos que tuvimos entonces, bastaban para pasar una buena, o excelente noche, ¡pero qué difícil era conseguirlos! Esperarlos de "el viejo" era nada más que dos o tres veces al año y para eso, en grandes ocasiones, como la fiesta patronal o un baile de fin de año, y eso que él no era de los peor pagados y buscaba los pesos hasta debajo de las piedras. De "la vieja" ni pensarlo. Era, como la gran mayoría de las féminas de entonces, una simple y atareada ama de casa, De buscarlos ¿cómo? si era estudiante y para ganar uno esa "inmensa" cantidad en una pinchita cualquiera había que tener varias o estar laborando como un mes. Y cuando tuve mi primer trabajito, el sueldecito era de 3.44 pesos netos diarios, y para eso, tan solo en época de zafra. Hoy día, como nos dices en tu escrito, a un joven cubano (y eso no solo debe suceder en nuestro país) que no sea hijo de “un maceta” o que ya esté laborando ¡bien pagado! una salida con la “jeba” es una inversión en CUPs o CUCs que no es fácil de asumir, y de “los viejos”, no porque no quieran, sino porque el presupuesto familiar no está nada holgado, en muchos casos es imposible recibirlos Es como en el cuento de que “si se hala una oreja no se alcanza la otra”. Le felicito por su trabajo y espero que no abandone el tema del todo y nos siga dando informaciones que resultan de tanto interés para los que estamos pendiente del desarrollo de nuestra sociedad. Arístides Lima Castillo

Deja tu comentario

Condición de protección de datos