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domingo, 6 de octubre de 2024

Una injusticia rayana en la vileza

Enrique de la Osa nunca se graduó de periodismo, pero contaba con una larga trayectoria en las redacciones, iniciada a los diecisiete años de edad...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo en Exclusivo 29/10/2016
1 comentarios

Un día, bastante confianzudamente, se me ocurrió preguntarle: “Enriquito, ¿cómo demonios has logrado permanecer vivo?”.

Como única respuesta, él sólo me dedicó su risa contagiosa, sin entregarme las claves del misterio que le permitieron no residir en la Necrópolis de Colón por efecto de los plomazos disparados por “los muchachos del gatillo alegre” o por la policía batistiana.

Pero, hace falta hacer un mínimo de historia…

La hoy centenaria Bohemia —decana de la prensa en nuestro país— durante sus balbuceos no pasaba de ser otra publicación más en el alud de las que cultivaban la croniquilla social. (Véanse, en aquellos números aurorales, las imágenes de las inatractivas damas de la high life —en fotos “iluminadas” con óleo transparente, pues aún no existía la fotografía a color—, donde el mago de la cámara echaba el bofe por sacar, de aquella bola sebácea, una apariencia presentable. Por su parte, el redactor no podía pasar de calificarla como “distinguida señora”).

Pero pasó el tiempo. Y, el 4 de julio de 1943 ve la luz en la revista la sección “En Cuba”. Se había producido el colosal, acrobático salto: Bohemia transitaba hacia el moderno periodismo político y sería popular lo mismo en Guamuta que en Bogotá o Nueva York.

El alma de aquellas columnas fue Enrique de la Osa (Alquízar, 1909-La Habana, 1997), Enriquito para sus amigos, quien nunca se graduó de periodismo pero ya entonces contaba con larga trayectoria en las redacciones, iniciada a los diecisiete años de edad, cuando publicó una semblanza de Liev Trotski.

Un pensador latinoamericano dijo que por estas tierras siempre hemos vivido en una disyuntiva: entre la libertad y el miedo. Y uno se pregunta —sin encontrar respuesta— cómo los redactores de “En Cuba” terminaron vivitos y coleando después de transitar, corajudamente, por períodos tan turbulentos como el pistolerismo de los regímenes auténticos y el baño sangriento del último batistato.

Nunca les tembló ni un músculo de la mano para denunciar los asesinatos de Jorge Agostini, del dominicano Pipi Hernández, de Arsenio Escalona, a quien encuentran flotando en la bahía santiaguera —y subrayan lo siguiente— con las manos apresadas por esposas de las que habitualmente hacían uso los cuerpos represivos.

No sólo fue “En Cuba” una sección temeraria, sino que allí se ejerció un periodismo de altos vuelos, de fina factura. Lisandro Otero dictamina la presencia de una “prosa limpia y buenas dosis de bien compuesta escritura”. Y Luis Sexto nos habla de cómo en aquellas columnas “se cultivó un periodismo investigativo y a la vez literario”, con el uso de “el lenguaje narrativo para detallar la noticia”.

Es sabido que en la calle Infanta culminaban, en el encontronazo con la policía, las tánganas de los estudiantes provenientes de la escalinata. Entonces, ¿cómo llaman a Infanta en la metafórica sección? Pues “la Línea Maginot habanera”.

Ángel Augier encontró en estas columnas “ironía de buen gusto”. Así, se califica a Grau como “escurridizo y deliberadamente difuso”; Mujal es un “rollizo jerarca”; Juan J. Remos —embajador batistiano en España— se muestra “abacial y sonrosado”. (Pero a veces la indignación hace que se les vaya la mano, y rotulan de “inescrupuloso” al camaleónico Guarro Ochoa y de “acomodaticio” a Nene Bilbao).

Cuando se da a conocer que el gobierno, para localizar a los guerrilleros en la Sierra Maestra, traerá de los Estados Unidos perros rastreadores, en la sección comentan que el arribo de los sabuesos se ha dilatado, pues como preparación imprescindible están pasando cursos de español y de geografía de Oriente.

Si, por confusión, detienen a un dirigente de la juventud batistiana, este queda en libertad, pero “El rostro hinchado, la cabeza cundida de chichones y las espaldas amoratadas requerían de más cuidadoso tratamiento”. Y así, en la cuerda irónica, ad infinitum.

“En Cuba” creó códigos y claves para entenderse con el pueblo. De tal modo que, cuando cesa un período de censura, puntillosamente dan a conocer a los lectores los execrables nombres y apellidos de los censores. Lo que es más: identifican y felicitan a cierto cívico individuo que, al detectar trajines de un grupo revolucionario, los da a conocer a la fuerza pública. (De ese modo ya el barrio estaba enterado de quién era allí el chivato).

Sí, en nuestra historia periodística, “En Cuba” resalta como un monumento esculpido en plomo de imprenta.

Ah, pero existe en la escala zoológica una especie situada por debajo de la ameba. De seguro ustedes, amigos que me leen, infortunadamente han tropezado de vez en cuando con ellos: son los que, con tal de atraer las miradas, son capaces del más bajuno disparate. Sí, esos que, sin inmutarse, pueden decirle que Nicolás no era poeta o que Alicia nunca supo bailar.

A quien dude de la existencia de tales especímenes, lo invito a asomarse, en el ciberespacio, a las direcciones https://www.cubanet.org/opiniones/el-enrique-de-la-osa-que-yo-conoci/  y cubaprensalibre.com/2015/10/la-carga-negativa-de-enrique-de-la-osa/, artículos signados por Tania Díaz Castro.

Allí se nos presenta a un De la Osa totalmente desconocido, que sólo aspiraba a “un trabajo estable que le permitiese mantener a su familia” y “vivir tranquilo”, lo cual —dice la autora— sólo logró tras el triunfo revolucionario.

Según Díaz Castro, “parecía un pez fuera del agua, siempre nervioso, como si guardara una carga de culpas demasiada pesada y temeroso no sé por qué”. Era “un alcohólico, desinteresado de su trabajo”, quien había exagerado el número de los “ajusticiados por la policía de Batista”. (Así los califica, textualmente, “ajusticiados”).

No le perdona ni su entregado amor con “Xiomara, aquella muchacha hermosa, dibujante de Bohemia”, amabilísima compañera nuestra que le regaló dos hijos.

Por mi parte, a mí… a mí me basta con un orgullo: haber aprendido a leer, cuando tenía cuatro años, en las páginas inmarcesibles d e la sección “En Cuba”. (Una vez se lo dije y él, hombre corajudo y dado a la chanza, pero también ser de fina sensibilidad, se estremeció hasta derramar un par de lágrimas que parecían garbanzos. Yo las recibí como una condecoración).


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).

Se han publicado 1 comentarios


I Glez
 24/1/17 13:49

Q PENA Q NADIE HA HECHO UN COMENTARIO SOBRE ESTE PERIODISTAS HORCON DE PERIODISTA, GRADUADO COMO SE DICE POR AHI DE UNIVERSIDAD DE LA CALLE.

 

POR SUERTE EL PROFE LE HACE UN ARTICULOPOR Q SE LO MERECE, AUNQUE MAS BIEN LO Q SE MERECE ES UNA BIOGRAFIA DE SU AZAROSA Y PROLIFICA VIDA.

 

ESPERO Q ALGUN DIA SE ENMIEENDE TAMAÑA INJUSTICIA POR ALGUN HISTORIADOR.

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