Las autoridades de Naciones Unidas hicieron todo para evitarlo. Desconectaron oportunamente la escalera eléctrica que llevaría al presidente de los Estados Unidos hasta el segundo piso donde se encuentra el salón plenario que acoge el 80 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU.
Se ha indispuesto igualmente el teleprónter que facilitaría el traslado de aquellas palabras, esperadas o no por el resto de los líderes mundiales o sus representantes, que terminó pronunciando con petulancia el líder estadounidense de estos tiempos.
Como elefante en cristalería ha llegado Trump hasta el mismo sitio donde reconocidos líderes y políticos mundiales pronunciaron emblemáticos discursos ante la ONU. Ha dicho que para nada sirve la organización internacional y se ha enorgullecido sin recato por resolver más problemas por sí solo.
Ha atacado el foro mundial y el multilateralismo como si Estados Unidos pudiera evitar ser tocado en una posible conflagración, que con su discurso promueve.
Ha irrespetado a sus aliados de manera directa anticipando que sus países, por el camino que van, se irán “al infierno”, claramente, si no deciden ponerse en manos de su genio político y su visión única.
“Soy bueno en lo que hago”, ha dicho de manera insultante frente a la comunidad de líderes mundiales. “He resuelto siete guerras” y la ONU no ha hecho nada.
Ha atacado con dureza a los países que promueven el reconocimiento de Palestina como Estado dentro de las Naciones Unidas, que con las últimas adiciones ya pasan los 150 y van dejando a Estados Unidos y a sus sempiterno aliado Israel, en apabullante minoría.
Por la tradición establecida en Naciones Unidas —de la cual Trump no ha podido deshacerse—, Brasil ha sido el primero en intervenir, como todos los años. Imaginemos el impacto que puede tener en un sujeto como Trump que el ex obrero metalúrgico brasileño se dirigiera al Foro primero.
Mientras aguardaba su turno, indispuesto, su secretaria de prensa mascaba desenfadadamente un chicle, en otra clara muestra del respeto que su administración profesa por la organización multilateral que tenemos.
Nuestro mundo, aquejado por el incremento de conflictos geopolíticos en los últimos años, no es más seguro después de este discurso. Estados Unidos ha dejado claro que no tiene frenos, que puede hacer lo que se le antoja en el momento en que lo considere y que nada lo detendrá.
Como elefante en cristalería entró Donald Trump a la ONU este 23 de septiembre, para decirnos que tiene razón en todo y que lo sabe todo y si no nos ajustamos pronto, nuestro único destino posible, es el infierno.
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